Hay un relato que en los últimos tiempos hilvana los discursos de los nuevos directores de los museos de Mallorca: el turismo cultural. Pienso en la nueva responsable del Museu de Mallorca, Maria Gràcia Salvà, o en Albert Forés, al frente del Museu Marítim.
Hasta este momento, esta narrativa solía circunscribirse exclusivamente a festivales musicales o a actividades culturales como la Nit de l'Art, pero ha acabado colándose en espacios que deberían tener una marcadísima función social y pública, la misma que tienen los colegios, los hospitales, los centros cívicos o las residencias públicas para mayores. A mí esta querencia y simpatía por el turismo cultural me preocupa. Máxime, cuando los museos todavía no son maduros y deben trabajar y reflexionar muchísimo más sobre su función y los discursos tan adocenados y normativos que ofrecen. Están en crisis. En este sentido, reproduzco una frase del comisario Paul B. Preciado que resume perfectamente la situación actual: "El rol revolucionario del museo es convertirse en un espacio donde se puedan discutir y negociar sin cesar las representaciones y los lenguajes disidentes. Un lugar de disenso y de confrontación democrática y no de consenso normativo". Igual suena rimbombante aplicado a los dos museos que acabo de citar antes, dos espacios patrimoniales que custodian la historia, la memoria y nuestra identidad. Pero es que precisamente el turismo, las opiniones de TripAdvisor y según qué indicadores de la sociedad del espectáculo y del selfie no deberían marcar la política de estos espacios frágiles y humanistas.
Esta tendencia que acabo de describir no es excluyente de la isla. Los Ministerios de Industria y Turismo y el de Cultura acaban de inventarse una normativa para ofrecer un sello de calidad turística a los centros artísticos y culturales del territorio español. Como si fueran hoteles, balnearios, playas, agencias de viajes o bodegas. Tampoco me ha sorprendido que en el actual estado de crisis de las instituciones museísticas, con problemas de censura, injerencias políticas, intereses particulares y precarización de sus trabajadores, sus ínclitos directores hayan colaborado gustosamente en la creación de dicho distintivo de pedigrí.