¿Cómo llegó al texto de Grégoire Delacourt, La lista de mis deseos?

Fue el productor el que lo descubrió durante un viaje por Francia. Vio el cartel de la obra y le llamó la atención. Curiosamente allí representaba la historia un actor varón, aunque la protagonista es una mujer. Se lo propuso al director, Quino Falero, y él rápidamente le sugirió mi nombre, al haber trabajado juntos en varios montajes. Al leerlo dije: qué bonito, ¿pero estás seguro de que haremos esto? Era un reto. De entrada son 46 páginas a memorizar, y una sola voz. Los monólogos siempre son un reto y un riesgo, al estar un poco vendida tu sola a todo lo que pueda pasar. Pero la verdad es que el texto funciona como un tiro y engancha.

¿Por dónde le enganchó?

A mí me encantan los textos con los que la gente sale reflexionando, en plan bien, diciendo: tampoco estamos tan mal. Cada vez que hago esta obra me doy cuenta de que lo más importante es la salud y tener a gente que te quiera, mucho más que te toquen 18 millones de euros con el Euromillón. A mí me atrapó por ese planteamiento que hace sobre las cosas realmente importantes de la vida, dónde está lo que verdaderamente nos hace feliz.

Si un monólogo supone un riesgo, ¿qué satisfacciones brinda?

El único placer es sentir que a los diez minutos de haber empezado ya has atrapado al público, ya los llevas contigo, y que luego todos los aplausos son para ti. El ego de un actor o actriz se mide por la gloria final, por los aplausos y las veces que te piden que salgas a saludar. En este sentido, lo más reconfortante es el monólogo, aunque es verdad que es como la soledad del portero, al no tener a nadie con quien abrazarte en el camerino, sola con tus dudas y tus miedos.

Delacourt tiene otra obra llamada La première chose qu'on regarde. ¿Qué es lo primero que se mira de una obra?

El texto y cómo está escrito el personaje para el cual me han llamado. Siempre me planteo si quiero defender ese personaje cada tarde, si merece la pena construirlo. Desgraciadamente se escriben cosas, sobre todo para mujeres, muy simples, que no me apetecen.

¿Qué lección le ha dado Martina, su personaje en La lista...?

Muchas. Martina es un personaje alejado de mí en cuanto a la calma y la prudencia que tiene. Si a mí me tocaran 18 millones se lo contaría a todo el mundo cercano a mí. La prudencia a mí se me escaparía por la boca. Martina, no, reflexiona antes de ver qué hace. Sobre esa templanza construí el personaje.

¿Qué haría con 18 millones?

Comprarme un teatro, en el que tendría mi compañía, con mis amigos, con quienes haría las cosas que quisiéramos independientemente de que fueran comerciales o no. Un lujo que solo puedes permitirte si eres multimillonario, porque un teatro no es rentable.

¿Con qué obra inauguraría ese teatro de sus sueños?

Durante mucho tiempo quise hacer La cocina de Arnold Wesker pero la montó maravillosamente Sergio Peris-Mencheta así que ya no me atrevo a copiarle. Seguramente haría un texto que nadie quiere montar... Tengo un amigo de Palma, Jaime Pujol, actor, director y también escritor de textos maravillosos que no consigue llevar a escena con el éxito que quisiera. Sería un autor a tener en cuenta.

¿Qué le une a Quino Falero?

La confianza. No hace faltar hablar para saber cómo estamos el uno y el otro. Y eso es importante, porque cuando un actor llega a un ensayo lo hace con todas sus movidas de fuera, y el director tiene que entender que quizá ese día no será un buen ensayo pero hay que intentar avanzar. Hay que tener sensibilidad para entender a los actores, que somos gente bastante complicada. Hay directores que son como muy tiranos, y quieren darte miedo, creyendo que así sacarán lo mejor de nosotros. Ahí me bloqueo. Con Quino me dejo llevar con mucha tranquilidad.

Usted no me parece nada complicada ni difícil, al contrario.

Si estuvieras conmigo una temporada... Los actores somos gente complicada, insegura, con todos los miedos del mundo, de caer en el olvido y que no nos llamen más, de no gustar... Siempre desconfío de los actores que se vanaglorian de que todo lo que han hecho es maravilloso y brillante. La humildad te permite seguir avanzando.

¿Qué necesita para ser feliz?

Contar con mi familia y mis amigos. Si estoy dos días sin hablar con nadie caigo en la infelicidad absoluta. No pido mucho más.

El teatro nos hace más sabios, ¿también más felices?

A mí, sí. Como público, yo salgo de los teatros renovada. Aunque no me guste del todo la obra, siempre aprendo algo. Una función es como un buen libro, te evade. No entiendo a quien no ha ido nunca al teatro.