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Crítica de cine

Que el Señor expíe sus pecados

La historia de Australia tiene bastantes similitudes con la de Estados Unidos. Territorios colonizados tardíamente por los europeos que, al no disponer de culturas/civilizaciones sólidas (como los chinos o los japoneses) permitieron limpiezas étnicas rápidas e inmisericordes.

El título de esta película tiene un punto irónico. Es un sinónimo local de tierra prometedora, lo que veían los colonos que la iban tomando. La acción ocurre en 1920 en algún punto del árido interior de la isla. La trama principal es sencilla (spoiler), el criado aborigen de un colono culto (Morris), mata a un desquiciado vecino blanco en defensa propia y, tras fugarse con su mujer, se entrega a las autoridades y es juzgado. Al ser el director (y presumiblemente los guionistas) del filme de raza aborigen, se nota el esfuerzo por denunciar el racismo de la época sin caer en el panfleto maniqueo. Lo hacen mostrando un arco de personajes en los dos bandos. Entre los colonos hay uno muy comprensivo, uno dubitativo y dos muy racistas, el excombatiente de la IGM y el sargento de la policía local. Entre los nativos, lo más interesante del filme, están los asimilados por los occidentales, con grados variables de sumisión a los invasores; y fugazmente, una tribu que sigue viviendo como el la Edad de Piedra. El juicio (inicio mis habituales referentes) me ha recordado al excelente El sargento negro (John Ford, 1960); el tono y el ritmo están mas cerca del reciente Slow West (J. Maclean, 2015). Con ambos ejemplos se puede resumir el filme, western australiano sugestivo, muy pausado, levemente maniqueo y justificadamente antirracista.

Sweet country

****

Nacionalidad: Australia, 113 min.

Director: Warwick Thornton

Actores: Hamilton Morris, Sam Neill, Bryan Brown.Cines: CineCiutat

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