Los museos deberían ser en la sociedad actual proyectos y motores de cambio, espacios de investigación sobre los problemas del aquí y del ahora: las disfunciones de la democracia, los ataques a la libertad de expresión, los nuevos modelos de gobernanza, el cambio climático, el sistema alimentario, etc. Cuestiones que podrían tratarse a partir de una colección de arte prehistórico hasta exposiciones de la vanguardia más radical. Pasado el Día de los Museos en Mallorca, he echado en falta la incidencia en algunas de estas cuestiones en nuestros centros, siempre con excepciones. En general, los discursos son tibios, de una comodidad inocua. No pasaría nada si la minoría de exposiciones estuviera en esta línea inofensiva, el problema es que lo son casi todas. Pasada la jornada conmemorativa, constato también que la relación que mantienen estos espacios con los políticos es compleja. Recuerdo los episodios de injerencia política en el Solleric (ahora es acción política directa) o el reciente intento con Es Baluard. Dos espacios donde los desencuentros no han acabado y podrían llegar a su clímax cuando se redacten las bases para los concursos de dirección.
El otro incendio que se está extendiendo lo ha provocado el proyecto de despliegue de la Llei de Museus, impulsado por el Govern. Hasta el día 24 se podrán presentar enmiendas. El artículo que está causando resquemor es el relativo al rechazo y expurgación de material hallado en una excavación por parte de los directores de los centros. "¡Una aberración científica!" Los investigadores consideran que es inadmisible tirar piezas no musealizables aunque sean fragmentos con tierra, porque éstos en muchas ocasiones dan y podrán dar informaciones en el futuro a partir de las analíticas. Descubrimientos que son la base de los posteriores discursos museográficos. ¿Se está dando carpetazo y eludiendo con esta ley el problema de almacenaje? ¿Se están tratando los restos arqueológicos como residuos de una obra de pisos o de un hotel?