La periodista argentina Leila Guerriero (Junín, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1967) viene avalada de manera inmejorable: de ella dice Juan José Millás que “es, de lejos, la mejor de nuestras reporteras. Leer sus crónicas es como leer el mundo”. Es la cincha que empaca su último libro, Frutos extraños (Alfaguara), recopilatorio de crónicas y perfiles más algún discurso y pequeñas clases magistrales sobre periodismo. Aparte de la reconocida categoría de sus escritos, que alguien de la dimensión de Millás recomiende su obra en tales términos supondrá, a buen seguro, una catapulta profesional y mediática de enorme amplitud de onda. Durante las Converses literàries a Formentor 2012 participó en la mesa redonda “Grandes damas y femme fatale: Helena de Troya, Sheherezade, Madame Bovary y Anna Karenina” junto a Cristina Fernández Cubas, Marta Sanz y Eduardo Gil Bera, todos ellos introducidos por Javier Montes.

“NO ES MI LABOR HACER DE JUEZ”

-Un escritor participante en las Converses

-(ríe) ¡No para buena parte de los periodistas latinoamericanos! Siempre estamos ocupándonos de la tragedia, aunque también es un desafío empezar a buscar otras historias. Me fascina la idea de ir a buscarlas allí donde aparentemente no pasa nada.

-¿Marginal, violento o trágico son sinónimos de interesante?

-Muchas veces sí. Y aún más si ves el periodismo como servicio público, que es lo que es. También es una faceta suya muy noble darle visibilidad a cosas que normalmente no la tienen.

-Es de suponer que investiga y reflexiona concienzudamente sobre un personaje o tema antes de ponerse a trabajar: ¿lo peor es encontrarse después con que no cumple sus expectativas?

-Eso sucede poco. En general, previamente, esa historia ha despertado ya el interés o se ha convencido a un editor. Pocas veces trabajo sin tener el encargo pensado para una entrevista determinada.

-¿No le apetece escribir sobre la gran cultura popular: fútbol, grandes personajes de cine y música?

-Sí, me han interesado algunos músicos clásicos como [el director de orquesta] Daniel Barenboim, pero es muy difícil el acceso a ellos. De momento está fuera de mis posibilidades: viajar, seguirle… Es también una cuestión de financiación. Los músicos de rock como Calamaro o Charly García me interesan, pero el tema del acceso es muy importante, que la persona me permita permanecer con ella un tiempo determinado, hacer varias entrevistas, no dos minutos y ya, y en general esta gente tiene ese ejercicio con la prensa de dar una sola entrevista, para Rolling Stone o similares. Este trabajo que hago yo de ir, volver, dejar pasar un tiempo para volver a ver después a esa persona, es complicado. Más allá de eso, no son el tipo de público que me interesa. Pero sí, por ejemplo, los grandes empresarios. Los periodistas latinoamericanos no estamos cubriendo demasiado bien el tema del poder. No sólo el político, sino el económico. Un híper-mega broker de la Bolsa o un empresario, pero ahí está otra vez el tema del acceso directo. A veces hay que rodear el personaje. Pero te puede llevar uno, dos o tres años lograr algo contundente y definitivo sobre una persona así.

-¿Políticos, a la manera de Foster Wallace?

-Me interesaría algo puntual, precisamente algo como hizo Foster Wallace, seguir la construcción de la imagen. Me interesa la política, pero no sé si para tratarla en un texto. Tal vez la cosa popular más que el poder abstracto de los políticos. Me interesa más el poder real: el tipo que se compra el puerto de Miami.

-La magia de su realismo dista mucho de la de García Márquez [Guerriero ganó en 2010 el Premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, organismo que fundó y preside el escritor]

-(ríe) ¡No sé si mi realismo tiene alguna magia, pero agradezco el elogio! Quisiera merecerlo. Mi tradición periodística entronca más en lo sajón, en la cosa menos rimbombante. Me interesa mucho García Márquez como autor, tanto de ficción como de periodismo, pero no me pondría por ahí, en esa tradición, sino más en la de Gay Talese, Capote o Janet Malcolm.

-¿Es simplista decir que el nuevo periodismo norteamericano –Wolf, Talese, Thompson; en menor medida Capote– estuvo menos interesado en mezclar periodismo y pura literatura de lo que lo está la actual escuela sudamericana?

-¿Desde el punto de vista del estilo o del procedimiento?

-Diría que es complicado separar una cosa de la otra.

- En Latinoamérica muchas veces hay una confusión cuando se habla del periodismo literario o narrativo, en lo que sería novelar algo. El periodismo es periodismo, no se trata de hacer una novela, de inventar. Lo que contamos son historias reales, y a mí no me gusta la palabra verdad, pero deben ser hechos comprobables, que hayan sucedido. No se trata de rellenar con un invento un hueco de la realidad que no pudimos comprobar o al que no pudimos acceder. Si especulamos, al lector debe quedarle claro. En el periodismo anglosajón, en el sentido de usar los recursos formales de la literatura de ficción, sí ha habido mucha búsqueda. Tanta como la que está habiendo ahora en el latinoamericano. También es que éste es más frondoso, y los americanos tienen la figura del fact checker, los tipos que chequean los datos: entregas un artículo y éstos llaman para contrastarlos. Tienen la tradición de estar mucho más apegados al dato concreto, que puede hacer que el estilo sea mucho más aséptico. En cambio, en el periodismo latinoamericano, y no porque no exista la figura del fact checker, hay más vuelo metafórico. Creo que tiene que ver también con la idiosincrasia latinoamericana, mucho más sanguínea, ¡fiestera!, que la norteamericana. Aunque luego lees las crónicas de Foster Wallace, tan personales, con su estilo tan lleno de notas a pie de página…

-El título Frutos extraños

-(ríe) ¡No! Yo soy muy mala titulando, y nunca pongo títulos. El libro lo entregué a la editorial sin título. Y los que me sugerían no me gustaban del todo: me parecían obvios o estigmatizantes con las personas que aparecían. Miré títulos en la biblioteca, con el típico procedimiento de mezclar palabras, como hace un imbécil que no sabe poner un título, y entonces cogí un libro de un pintor argentino que me gusta mucho, Guillermo Kuitca, quien es muy bueno poniendo títulos a sus cuadros. Vi un cuadro llamado Strange Fruits y me pareció que tenía el punto de delicadeza y sutileza que yo quería. Con la palabra “fruto”, que es muy bonita, intuitiva. Presentar ese grupo de gentes como “frutos extraños” me gustó. Años después, en un encuentro de escritores viajeros en Matosinhos (Portugal), conversando con [el autor de novelas y libros de viajes] Paul Theroux, le regalé un ejemplar de mi libro. Y dijo “¡ah, como la canción de Billie Holiday!”. Y ahí supe la historia de los ahorcados [la letra de la canción interpretada por Holiday se refiere a los cuerpos balanceantes de los negros ahorcados en los árboles del sur de Estados Unidos durante los años 30 del pasado siglo], y dije, ¡qué loco! Además mi primer libro se titula Los suicidas del fin del mundo, y muchos de ellos murieron ahorcados. Ahí surgió una correlación extraña a pesar de que los de la canción no eran suicidas, por supuesto.

-Otro aspecto de sus crónicas y perfiles que llama poderosamente la atención: no le interesa la denuncia.

-Creo que el periodismo de denuncia es otra cosa. Se definiría como el que quiere revelar algo que se niega a ser revelado, algo que está oculto. Uno va, investiga, y saca de la bruma, de la oscuridad.

-George Orwell dijo “periodismo es lo que alguien no quiere que sea contado y el resto son relaciones públicas”.

-Me gusta una frase de Juan Cruz: “periodismo es gente que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente”. Se aplica a lo que yo trato de hacer. Mi labor no es decidir si Romina Tejerina, la chica que mató a su hija recién nacida [tema de uno de los perfiles incluido en su libro], es una psicópata asesina o si actuó bajo el efecto de una situación social tremenda. Yo intento armar las crónicas como si fueran documentales, poner la cámara en distintos lugares para que el lector pueda ver todas las facetas, y en todo caso que sea él quien decida, que vaya armando en su cabeza la historia, como rompecabezas del que yo le doy las piezas sueltas. Lo que concluye a veces me sorprende. A veces digo “yo no lo vi así, pero si usted lo vio así a partir de lo que yo escribí, es una lectura válida”. La denuncia no está en mi espíritu, como si la Murano, la envenenadora [otro de los perfiles escrito por Guerriero], mató o no a sus amigas. Mi rol es contar quién es esa señora y lo que ella dice que hizo y lo que dice la justicia que hizo. A través de su conducta quizá se desvelen algunas cosas que puedan darle alguna pista al lector sobre para qué lado van los tiros, como dicen los chilenos. No es mi labor hacer de juez.

-¿Esa multivisión es el mejor consejo para evitar caer en lo gratuito?

-Es una forma muy eficaz de evitar la arbitrariedad. Cuantos más testimonios puedas recoger en torno a una situación e incluso cuanto más contradictorios sean éstos, más rica será la situación. Nunca nadie es completamente vil ni completamente angelical. Me preocupa bastante intentar no ser arbitraria, no cargar las tintas sobre una sola faceta de la historia.

-¿Es internet y su espacio infinito, webs como Etiqueta negra o Etiqueta negraSoHo

-No sé si internet tanto como los libros. Como vos decís, el “supuesto ocaso del papel”. Es un momento de mucha confusión. Claramente el periódico en papel está en una situación compleja e internet ha afectado mucho a la noticia “caliente”. No hay nada más viejo que el periódico de hace dos horas. Ya no siquiera el de ayer. La crónica ofrece una mirada más profunda, más sosegada, más hacia abajo. Sin querer decir que otras miradas sean superficiales: la noticia debe existir. Pero la crónica se dirime en otros pasos, en otro espacio de lectura. Los lectores de crónicas son un nicho, no enormemente masivo. Siempre ha sido así. Han surgido en los últimos tiempos muchas revistas de crónicas que tienen mucho consumo por internet, como la argentina Anfibia o Coroto. Si hubiera que hacer futurología apostaría por una mezcla de papel e internet.

-¿Le interesan las posibilidades multimedia de la red: poder colgar audios o vídeos junto a sus textos?

-Me gustaría experimentar directamente con documentales. Un texto bien escrito tiene que ser autosuficiente, valerse por sí mismo sin apelar a foto o vídeo. Y si no, pasar directamente a otra plataforma, que sería el documental. La narración es la narración en cualquier tipo de registro. Me gusta pensar todavía de esa forma, tal vez porque yo leo de esa forma. Cuando leo en internet nunca clico en los vínculos. Me gusta que el autor me alimente sólo con lo que él decidió utilizar. Eso ahora: tal vez dentro de tres años cambie de opinión.

-Dice usted: “Nada enseña a escribir tanto y tan bien como las películas”.

-Yo armo un texto como si fuera un montaje cinematográfico. Pienso en la escena de apertura, incluso en términos de “si abro con una panorámica luego convendría hacer un plano americano y luego un primer plano. O al contrario: empezar con un primer plano y abrir luego la cámara mostrando el entorno”.

-El “No.” con el que abre El gigante que quiso ser grande

-O una gran panorámica. Esa crónica empieza con una panorámica hasta llegar al hotel. También pienso en términos de silencio, de voces en off. La estructura fragmentada separada con asteriscos del libro, ese espacio en blanco entre bloques de texto, es como el fundido a negro. La aparición de una voz en off, a veces una pregunta retórica, volver después a la acción… Mi educación es muy visual. Siempre he ido muchísimo al cine. Mi mejor recreo en Buenos Aires cuando estudiaba era comprarme siete entradas para el cine en sábado y domingo y ver diez películas.

-En versión original subtitulada.

-(ríe) ¡Me volvería loca si no fuese así!

-Sobre la actualidad: ¿a día de hoy es inevitable mirar a España desde Argentina con una media sonrisa, como diciendo “nosotros ya pasamos por eso, y no tenéis ni idea de lo que os espera”?

-Son realidades muy distintas. Ustedes tienen otra estructura, parten de otro sitio. El taxista que me trajo aquí desde el aeropuerto me contaba que este año está ganando la mitad de lo que ganaba el año pasado, pero decía “reconozco que ganábamos demasiado”. Esto en un contexto de plenísima crisis. No quiero decir que esté mal, pero cuando nosotros pasamos la crisis en 2001 no había medicamentos en los hospitales. La sensación era “este país ha cerrado la persiana y se ha tirado la llave al mar”.

-O los tristemente famosos miles y miles de cartoneros.

-Que ahora están organizados. Esa es la diferencia: gente que vive de comer de la basura y gente que no. Por supuesto que en España hay gente que ha bajado mucho su nivel de vida y el paro es enorme, pero todo es otra dimensión. No sé si va a llegar lo que fue la crisis en Argentina, cuando el nivel de indigencia y precariedad social era atroz.

-¿Quién quería ser usted de pequeña: Helena de Troya, Sheherezade, Madame Bovary o Anna Karenina?

-¡Ninguna, yo de chiquita quería ser cowboy! Quería tener un caballo, un rifle, una cantimplora, viajar mucho y escribir. Mi idea de la adultez era bastante masculina. Mis modelos estaban todos relacionados con la casa o la pesca. Muy Huckleberry Finn.