Mario Vaquerizo DJ en el Village de la Copa del rey de vela. Jueves 19 de julio, parque sa Feixina de Palma.

OFERTA SIN PÚBLICO

Primero, el absurdo: decenas, cientos de personas agolpadas ante vallas cerradas en ese Village que se vendía como abierto a la ciudadanía. Todo el mundo repitiendo “¡pero si tengo la invitación!”. Codazos y empujones en el sinsentido porque no había ni problema de aforo ni de orden público: cabíamos todos de sobra. Y de repente, fuera vallas y todos para adentro. ¿Por qué hubo que esperar? ¿Por qué siguen tan al uso los formulismos innecesarios?

La del jueves era la jornada vista como destacada: cena habitual de armadores (interés nulo para el gran público) y asistencia por fin de una figura mediática con algo de peso específico. Lo que define a dichos personajes en este país es la mediocridad (social, cultural, profesional…), pero al menos Mario Vaquerizo cubre un mínimo de enjundia que lo sitúa bastante por encima de intrascendencias como Malena Costa o Jelou!, el nuevo blog de sociedad de El Mundo.

Las habilidades de Vaquerizo a los platos fueron las que han sido siempre: hedonismo facilón pero eficiente por medio de rock&roll sudado. Lo sirve con la actitud ideal: sin autismo ni autocomplacencia, se nota que el hombre quiere que los asistentes se lo pasen bien. El problema fue que su oferta no encontró público: lo que definió a la fiesta fue que no la hubo. Nadie bailaba, ni los temas se jaleaban, ni los fade out se fundían con aplausos. Ninguna empatía, y toda la pinta de que el figurón se daba cuenta, porque nunca intentó elevar la intensidad de la velada.

A Vaquerizo le llevas a un Cultura Club o a un Garito (suponiendo que éstos no se vean a sí mismos demasiado estupendos como para no aceptarlo) y la lía gorda. Así pasó, por ejemplo, en una recordada sesión que ofreció en el Bar Flexas: fue cerda, muy cerda, en el buen sentido. En el mejor de los sentidos. Así ha pasado normalmente en sus habituales apariciones en el madrileño templo underground del Ocho y Medio. Pero en el estático ambiente del Village, naufragó. Lo mejor de la noche fue la viñeta de Toni Nievas que podía verse en vivo a la salida del recinto: vagabundos durmiendo al pie de la impostación.