El pacato siempre necesita un objetivo sobre el que vomitar sus quejas. Lo de menos es que tal objeto exista. La falta de conocimiento de primera mano sobre lo repudiado es otra de las características perpetuas. Nada como el dato para neutralizar la criminalización: recientemente, un redactor y un fotógrafo de esta casa acudieron a realizar un reportaje sobre la Sodoma y la Gomorra que, según había llegado a sus oídos, sucedía martes tras martes en la Ruta Martiana. Entre las diversas directrices, una preponderante: documentar el supuesto botellón. Al volver, como personas y profesionales sinceros que son, no pudieron ni quisieron mentir: no encontraron ni una sola botella.

Sucedió este último verano: varios alcaldes y muchos ciudadanos pusieron el grito en el cielo (y en las cartas al director) porque las verbenas se llenaban de depravados haciendo botellón. Una vez más, el dato: el botellón, el despiporre y el consecuente basurero al aire libre del día después han sido la práctica habitual en las fiestas estivales de, al menos, los últimos 15 años. Palabra de los que asistimos, que siempre fuimos multitud y siempre con la misma actitud: la jarana. Y la existencia del mandril de turno que no sabe comportarse no justifica el tomar la excepción como definitorio. Análogamente, siempre habrá políticos reiterada y documentadamente mediocres que acaban como presidentes del gobierno. Incluso en la izquierda. Más: los residentes en la calle Fàbrica y aledaños también andan histeriquitos porque su barrio se ha revitalizado. No hay manera de que la vida se extienda por esta ciudad mediterránea y latina. Dicen que temen que aquello acabe degradado como Gomila: la mejor exageración oída hasta que llegó el rosario de glorias periodísticas que Esteban Urreiztieta se adjudica en Mallorca és nostra.

Este fin de semana hubo reparto de multas desproporcionadas entre quienes habían salido por el Paseo Marítimo con la intención de no hipotecarse a 30 años vista habida cuenta de los precios de las copas en la zona. ¿Que ensucian? Pues que se limpie, de la misma manera que las gradas del estadio del Mallorca se limpian después de cada partido sin que nadie llame degenerados a quienes lo cubren de despojos cada jornada. Y que siga habiendo botellón porque corresponde a los tiempos en los que vivimos, de la misma manera que existe el top-less, el sexo sin amor, el conservante E-230 y ninguna serie española digna de verse.