Miguel Gallardo (Lleida, 1955) es el creador del emblemático personaje Makoki a través de las páginas de la no menos mítica revista El Víbora. Capitaneó la “línea chunga”, el cómic underground de los ochenta basado en personajes callejeros, humor directo, grotesco e irreverente, y un dibujo que huía del amaneramiento formal. Aumentó su prestigio con su trabajo como ilustrador para La Vanguardia y como portadista de libros. Regresó a la viñeta en 1998 con la muy aclamada novela gráfica Un largo silencio, basada en los recuerdos de su padre de la Guerra Civil. María y yo, sobre su relación con su hija autista, le valió en 2008 el Premio Nacional de Cómic de la Generalitat de Catalunya, y su adaptación al cine fue candidata a mejor documental en la última edición de los Goya.

–¿Qué significaba ser underground

–(ríe) ¡Es que ya no soy underground, no sé si afortunadamente! En los 80 significaba que se empezaba desde cero, y creo que conseguimos una pequeña revolución. Fue justo después del franquismo, una época en la que no se podía hablar de la vida normal, de la calle. Por eso conectamos con la gente de nuestra edad. Pero lo más importante fue que, como editar un cómic era más fácil y rápido que editar un periódico porque no había tantas cortapisas, hicimos cosas como sacar un especial “Golpe de Estado” con El Víbora en el que contamos mucho más que la mayoría de los medios de entonces.

–Esos latigazos críticos con la sociedad y la política siempre fueron muy valorados (Pepito Magefesa, el álbum Otan sí, Otan no para El Víbora oPepito MagefesaOtan sí, Otan no El Víbora Roberto España y Manolín

–No, porque no puedes competir. Por ejemplo: no puedes hacer parodia de la televisión porque ésta ya es una parodia. La mayor irreverencia es ponerte serio. En la época de El Víbora había muy pocos medios de transmisión de la información contra los que apuntar, pero ahora hay tantos...

–El Roto escribió en una de sus viñetas “Tantos medios de comunicación han servido para que no nos enteremos de lo que está pasando”.

–Exactamente. El crack de la comunicación será el medio que sea capaz de ponerle pies y cabeza a la información.

–¿La línea a seguir en el cómic estaría entre la Marjane Satrapi de Persépolis y el “cómic periodístico” de Joe Sacco y su PersépolisNotas al pie de Gaza

–Son dos opciones muy buenas. Cuando Paco Roca publicó Arrugas y después yo hice lo propio con María y yo, se dijo que hacíamos “cómic social”. El nombre da igual: la cuestión es que el cómic no se vea como un medio inferior, sino capaz de contar y de emocionar con grandes historias. No podemos competir con Capitán América, pero sí con historias personales. Si el material es bueno, el boca-oreja funciona.

–Un largo silencio trata de su padre; –Un largo silencio María y yo

–Fue lo más complicado, porque además estaba en una época de cambio muy profundo: acababa de abandonar el cómic en favor de la ilustración. En Un largo silencio sabía que la historia de mi padre, su visión de la Guerra Civil que no había contado nunca a nadie, era una historia personal que no podía contar como un cómic normal, y por eso adopté un estilo más naturalista. Para María y yo cogí muchos de los dibujos que iba haciendo para ella, aunque entonces no sabía que acabaría utilizándolos.

–¿Fue terapéutico?

–No sé si tanto, pero en María y yo, por ejemplo, todos los padres que estamos en una situación similar pasamos por las mismas etapas: cabreo, culpa y una especie de duelo o aceptación finales. Lo que buscas es llegar al llano del humor. Y ambas son historias que tarde o temprano sabía que iba a contar.

–Los golpes de humor del documental pillan casi desprevenido.

–Cuando en los bolos hago la presentación previa, siempre le digo al público que está permitido reírse, porque parece que no se atreven a hacerlo. El documental no trata del autismo, sino de la paternidad y el cariño. Muchos se sorprenden porque, aunque uno piense “estás jodido”, no significa que no disfrutemos de la vida. Por eso, en la película, hay momentos en los que te ríes con María. Los problemas no apagan el resto de nuestras vidas.

–¿Existe en el cómic el sambenito de “otro sobre la Guerra Civil”, como sí existe en cine o en novela?

–Si lo hay no me importa lo más mínimo. Todo se ha hecho alguna vez. Las emociones de las personas son finitas, pero siempre puede llegar alguien que sepa contarlo de manera diferente y provocar nuevas sensaciones. Además, creo que la gran historia de la Guerra Civil aún no se ha contado. Sólo hay mil historias pequeñas.

–Sobre las denominaciones: Max [premio Nacional de Cómic en 2007] dice odiar el término “novela gráfica”.

–Es que la forma no importa. Yo soy un narrador, y todo lo que tiene dibujos es un tebeo. Y punto. El término es un invento comercial. Se vendió mucho en base a aquello de “no es sólo un cómic porque puedes comprarlo en librerías”.

–¿Cualquier material es transportable al lenguaje cómic?

–Supongo que sí. María y yo tiene dos páginas de dibujos y el resto es un “viva la virgen”. No es necesario hacer 200 páginas para poder llamarlo “novela gráfica”.

–¿Y el mejor cómic, el más genuino, será siempre el que no es transferible a otro soporte (cine, radio, videojuego)?

–No tiene por qué. El documental de María y yo es precisamente un regalo enorme por eso: con el material original fueron capaces de conseguir otro tono que funciona tanto como en el cómic. Y en el trasvase al cine aún queda mucho por investigar, porque sólo se ha hecho en las formas, pero no en el contenido.

–De las últimas adaptaciones norteamericanas de un cómic al cine, ¿cuál es la menos mala?

Capitán América no está mal, aunque no la he visto entera. Los Batman de Tim Burton fueron ideales: a través del personaje ves el mundo personal del director.

–Chico y Rita, María y yo, Arrugas, Paracuellos... ¿Hay un mini –Chico y RitaMaría y yoArrugasParacuellosboom

–Ojalá. Deberíamos hacer como los americanos, que aprovechan el enorme stock que tienen. Lo bueno es que lo que se está haciendo en España es muy diverso: animación pura, documental, cine, etc.

–¿En qué se ha traducido la crisis en el mundo del cómic?

–A lo que más afecta es a los sistemas de producción. Pero el cómic siempre ha estado en crisis: poco dinero, editores buenos y malos, crisis anuales o bianuales... Una más no se nota. Otra cosa muy destacable es la aparición de una multitud de pequeños editores que miman mucho lo que lanzan. Pero lo más importante va a ser la tecnología, cuyo efecto aún no es evidente. Se han acabado las ayudas públicas, y lo que viene es más solidaridad y una distribución por redes y otros medios.

–Los novelistas descartan docenas, centenares de páginas. Los músicos, graban y regraban. ¿Los dibujantes tiran mucha tinta y papel?

–Sí, pero de forma diferente. Yo desecho diarios, más que páginas. María y yo lo hice en un año, pero tardé trece en encontrar esa voz de la que hablaba antes.

–¿Es el cómic una de esas disciplinas en las que conviene dominar profundamente la técnica para luego poder olvidarse de ella y trabajar desde lo intuitivo?

–La técnica no importa, sino la emoción. El cómic es una narración con unas normas muy concretas que tratan de trincar por el cuello al lector para no soltarlo.

–Manu Larcenet [pope del género para quien Gallardo escribió el prólogo de Los combates cotidianos

–La diversión no está reñida con los grandes temas. Y éstos no aseguran la calidad de la obra. Pueden ser muy profundos y profundamente aburridos.

–¿Conecta eso con una viñeta suya que decía “Toma un tebeo underground

–¿Cuándo dije yo eso?

–En 1976, en la revista Star

–Lo dije porque era un adolescente. Aunque conste que sigo siendo un adolescente.