Galería de fotos por César de la Lama y conejomanso:

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Don Omar

Viernes, 19 de agosto, Son Fusteret (Palma). Aforo: más de 4.000 personas

Esperable concierto/no concierto

Asuntos como Don Omar son la perfecta cura de humildad para la postura mayoritaria en el juicio artístico: “lo bueno es lo que a mí me gusta”. Pregúntese el autoconvencido por qué su opinión sobre el Rococó austriaco no tiene valor alguno y por qué habría de tenerlo su criterio musical. El viernes había más de 4.000 personas arrobadas ante el puertorriqueño, un artista a quien muchos situarían a la misma bajura que cualquier triunfito con rizos o no, cualquier español residente en Miami o David Guetta. Su actuación se retrasó hasta lo injustificable, pero el público aguantó impecablemente como ante un Papa cualquiera.

Después, vino el concierto/no concierto: dos coristas, cuatro bailarines -movimientos espasmódicos coordinados; cuánto daño ha hecho el reality de Fama-, el cantante y un DJ que iba soltando la música pregrabada. No había música en directo, luego no fue un concierto. Pero no hubo trile, porque sí hubo espectáculo: la infraestructura (escenario, pantallas de vídeo) era perfecta, y Don Omar parece consciente de que limitarse a ritmos culeros genera monotonía, por lo que el cancionero se vertebró lo suficiente, temática y musicalmente, hasta detectar un cierto recorrido. Con el margen y el vocabulario habitual, escaso, efectista y nunca excelso, pero cuyo populismo es tan denostable como el de cualquiera. El discurso hablado del cantante también es reseñable: hubo el previsible proselitismo católico, pero también pedagogía (“latinoamericanos: educaos”) e incluso mano izquierda (“gracias a los no latinos que están aquí esta noche”).

Merece mención aparte la hora escasa que la estrella de la velada estuvo sobre las tablas. Aquélla parecía concebida como la clásica gala televisiva de múltiples protagonistas, y tal disposición no es en absoluto excepcional hoy en día, pues el artista “televisivo” es una tipología plenamente asentada. ¿Legítimo? Probablemente no, habida cuenta de que hacer televisión hoy no significa lo mismo ni es tan distintivo como lo era hace 20 años. Y luego pasa lo que pasa: uno paga lo que quiere pagar por ir a verle y se encuentra lo que se encuentra.