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Borges y tebeos olvidados

Me fijo mucho en la letra pequeña de la Historia, en aquellos rincones algo olvidados en los que creo descubrir claves secretas

Jorge Luis Borges.

Una semana en el infierno da para pocas lecturas, al menos si soy yo quien sufre de tan terrible viaje. Como único alimento para mis pupilas me he conformado con unos tebeos. Pero qué tebeos. Algunos de mis autores favoritos me han arropado en estos días: Herb Trimpe, Carmine Infantino, Sal Buscema, Walt Simonson, Gene Colan, Al Milgrom, Jim Aparo y algunos otros. Casi ninguno de ellos pasa por ser un genio del tebeo, aunque yo crea que merecen esa consideración todos ellos. ¿No suelen ser los eternos secundarios los que más nos aportan? Esto para mí casi es un dogma, tanto en tebeos como en literatura. A veces, quizá dé demasiada relevancia a los currantes de las letras, en detrimento de los verdaderos creadores de genio, los artistas. Pero ese parece un rasgo de mi carácter como lector. Me fijo mucho en la letra pequeña de la Historia, en aquellos rincones algo olvidados en los que creo descubrir claves secretas que parecen conectar conmigo y con solo unos pocos más. En estos autores y en sus obras, aporto como lector más significado del que quizá contengan. Y ese ejercicio, que me permiten obras y talentos incompletos, me satisface de una forma especial. Es un eco de la máxima borgeana: «Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos».

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