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Relectures

El placer de la relectura

EL PLACER DE LA RELECTURA

Bien dice nuestro sabio refranero que no existe un mal, por duro y perenne que parezca, que no pueda conllevar alguna bondad; y ésta era del bicho con forma de mina naval no va a ser ajeno a ello. Miren ustedes, yo, en época de confinamientos y convivencias con uno mismo, he acudido a mis dos más queridas compañeras de este camino vital, la música y la lectura; amigas a las que la vorágine de la vida cotidiana que solemos transitar a la carrera mantiene en ocasiones más alejadas de lo deseable.

Así, casi sin notarlo, he pasado de la lectura, aún cuando no la abandonase pues no hallo casi nada más apetecible que el abrir un libro nuevo, con ese olor a página recién impresa, a la relectura y puedo afirmar sin temor a equivocarme que no existe, en realidad, tal concepto. Al acudir a abrir obras ya leídas antaño, algunas de ellas mostradas a mis ojos hace no pocas décadas, uno se sorprende de que aquellas viejas lecturas han cambiado con el transcurso del tiempo; no parecen ser las misma palabras, las mismas frases, ni tan siquiera los personajes que se me asoman entre sus páginas son ya los de antes, parecen haber acudido al cirujano plástico de caracteres o al maquillador de comportamientos, son otros; mis clásicos de siempre parecen haber sido reeditados, reescritos por alguna mano misteriosa; las obras teatrales de nuestro siglo de oro se me aparecen como novedosos versionados, llenas de nuevas sensaciones, incluso se diría que algunas de ellas han sido escritas solamente ayer por su actualidad. Todo prístinamente nuevo.

Ante tal tormenta de novedades uno se entusiasma y vuelve a mirar la tapa del libro, ausculta el título y el nombre del autor; ¿de verdad que yo ya había leído éste libro?, lo recuerdo, se de sus interioridades pero parece no trocado en otro; entonces me doy cuenta de que no son las páginas llenas de palabras las diferentes, quien ha cambiado con el tiempo es el lector. Quien lee ahora no es aquel que empezaba su camino por el asfalto terrestre, tampoco es el más adulto observador de aquellas escrituras, ni tan siquiera el más maduro leedor compulsivo; ahora es alguien que tiene más vagones tras él que ante él en el ferrocarril vital y eso otorga, no siempre, pero a veces, una nueva mirada; ni mejor ni peor, solo diferente. En palabras de Italo Calvino, en su obra Por qué leer a los clásicos, en la vida adulta debería haber tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud.

Por eso mantengo, obstinadamente, que cuando se relee una obra literaria, del género que sea, en realidad es lectura primeriza; por eso recomiendo que, de cuando en cuando, montemos un asalto a nuestros estantes libreros y elijamos algún ejemplar que nos creamos haber leído con anterioridad; verán Ustedes como encontrarán en las viejas palabras nuevas lecturas.

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