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CINE

H de suspense

Patricia Highsmith fue, lo sigue siendo un siglo después de su nacimiento, una de las maestras del suspense psicológico en papel. Hitchcock, Wenders o Clement, sus aventajados traductores al celuloide

Fotograma de ‘Extraños en un tren’.

Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith coincidían en que el suspense no era una triquiñuela sino una herramienta narrativa más. Como explican en la entrevista de Truffaut al británico (El cine según Hitchcock, Alianza) o el ensayo de la norteamericana Suspense. Como se escribe una obra de intriga (Anagrama), ambos se esmeraron por ofrecer al público lo que éste deseaba: Algo inusual que les provocara temblar de miedo, reír y comentarlo o recomendarlo después a los amigos. Cuando Highsmith recibió un premio del gremio de escritores de novelas de misterio, al llegar a casa escribió a mano “Ripley” delante de su nombre. Consideró que su personaje fue el galardonado; ella se limitó a mecanografiar sus indicaciones.

Extraños en un tren (A. Hitchcock, 1955) puso en órbita estelar a la autora. gracias sobre todo a la premisa argumental de la novela. Dos desconocidos tropiezan en un tren y congenian. Uno de ellos está harto de su mujer, el otro de su madre. Cuando uno propone que cada uno asesine a la opuesta para que nadie sospeche de ellos, uno va en serio, el otro cree que es una broma. Para compensar el cúmulo de inverosimilitudes Hitchcock redobló el peso visual con escenas memorables como el asesinato visto en el reflejo de unas gafas de sol o el clímax en la noria de feria. Una adaptación cómica de la misma novela, floja sin llegar a penosa, es Tira a mamá del tren (Danny DeVito, 1987).

Con A pleno sol (René Clement, 1960, adaptando El talento de Mister Ripley) debutó Ripley en la gran pantalla. Otra premisa potentísima. Un hombre rico y felizmente casado (Greenleaf/Ronet) conoce a un descastado con patología antisocial (Ripley/Delon), tan hábil en ganarse a la gente que asesina a su amigo y logra suplantarle y embaucar a su esposa (Marie Laforet). La película acaba con un final convencional; la novela dejó a Ripley libre pero sufriendo una nada envidiable, paranoia. Alain Delon borda su papel. Más creíble, atractivo y repulsivo moralmente que Matt Damon en el remake más reciente (El talento de Mr. Ripley, A. Minghella, 1999)

El juego de Ripley, la tercera novela de la trilogía del protagonista, fue adaptada por Wim Wenders como El amigo americano (1977). Highsmith, en su ensayo, insiste en la importancia de la ‘atmósfera’ de una obra, que vendría a ser la suma del tono y el tema. El argumento es una enrevesada trama de falsificadores de arte, gangsters y un hombre corriente enfermo de cáncer aceptando un trabajo de sicario. Wenders acierta con la atmósfera del filme gracias a la pictórica fotografía (los bajos fondos de Hamburgo), las actuaciones (Dennis Hopper como Ripley, Bruno Ganz como asesino eventual y cameos de Samuel Fuller o Nicholas Ray) y la banda sonora de Jürgen Knieper.

La segunda obra de la trilogía, La máscara de Ripley solo cuenta con la discreta Mr. Ripley, el regreso (R. Spottiswode, 2005). Tampoco sacó toda la punta Chabrol al relato El regreso de la lechuza (1987). La adaptación más reciente es Carol (Todd Haynes, 2015), algo, ¿muy?, autobiográfica, elegante y delicada sobre un amor lésbico en los años 50.

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