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La cultura oficial y las mujeres invisibles

Rosa Huertas muestra a las ninguneadas por la historia

Rosa Huertas.

María Moliner subrayaba en una de sus muchas intervenciones que "un libro es una ventana maravillosa por la que uno se asoma al mundo. Es una puerta abierta al infinito. Es posible cambiar el mundo a través de la lectura". Son muchas las mujeres que antaño, y a menudo haciendo uso de seudónimos, dieron voz a través de la ficción a otras formas posibles de ser. Ya lo decía Rosario Castellanos en Meditación en el umbral: "Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser". Son muchas también las autoras que lucharon y luchan a día de hoy para que la voz de estas mujeres, a menudo silenciadas, se escuche.

Una de tantas es Rosa Huertas, quien escribe historias que hablan del pasado y del presente, que fusionan realidad y ficción, y en las que los sentimientos van más allá de las meras páginas para emocionar al público lector. Su obra más reciente, Mujeres de la cultura, es una ventana abierta que descubre con sencillas pinceladas la obra de mujeres españolas que fueron imprescindibles para la cultura de nuestro país a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Dichos trazos animan a profundizar en la obra de escritoras, pintoras, activistas políticas, investigadoras, periodistas o actrices.

Tal vez por su condición de profesora, profesión que compagina con su faceta de escritora, Huertas nos muestra la vida de diez mujeres, aunque podrían ser muchas más, a la par que subraya la impronta que dejaron, imprescindible para el avance cultural de nuestro país. No solo nos habla de la vida académica y profesional de las protagonistas, sino también de sus amores, de sus sentimientos, de sus familias y del exilio que muchas de ellas sufrieron. Estas diez vidas tienen un sueño que persiguen y logran alcanzar, muchas veces a la sombra de sus parejas.

Tal es el caso de María Blanchard, pintora cuya obra pone a la altura de Picasso o Rivera, si bien fue objeto de burla por un público incapaz de asimilar el aire nuevo de las vanguardias que adquirió durante su estancia en París. Blanchard dio voz, a través de la pintura, a sus sentimientos, retratando sus vivencias interiores. Temas recurrentes en su obra son el misterio de la infancia y la maternidad, donde siempre destacaban las manos, unas manos salvadoras que le permitieron convertirse en pintora y olvidar así la deformidad física de su cuerpo. La pintura fue para ella una habitación propia a la par que una puerta abierta al infinito, tanto para ella como para la persona que, en esta ocasión, a través de las palabras de Huertas, visibiliza su obra.

Otra mujer excepcional, casi inexistente en los libros de texto, es Carmen de Burgos, primera corresponsal de guerra en España, quien no suele figurar en la lista de autores de la generación del 98 pero que, como señala Huertas, "estaba allí". Al igual que Blanchard, rompió moldes, y por ello fue duramente criticada. Haciendo uso de un lenguaje patriarcal, introduce códigos para llegar a las mujeres y así poder disertar sobre la libertad, el divorcio y el derecho al voto. Murió un año antes de que las mujeres pudieran ejercer este derecho.

Quien sí lo vio, porque luchó duramente por él en el Parlamento, fue Clara Campoamor, la máxima defensora del voto de las mujeres, que en los años 30 definió al feminismo como la realización plena de la mujer en todas sus posibilidades. Huertas, como ya hiciera Elena Fortún con Celia, uno de los personajes más importantes de la literatura infantil y juvenil española, nos cuenta con pasión cómo las diez mujeres seleccionadas viven a contracorriente, con una lógica que no se dejó contaminar por las convicciones más tradicionales, que impedían el progreso.

Celia fue una, las mujeres excepcionales que recoge la obra de Huertas son diez, así, la pasión que contagia Mujeres de la cultura nos llevará a conocer a muchas otras; sólo hay que leer entre líneas y sacar a la luz a todas aquellas mujeres que no desearon pasar por la vida como una sombra. Lo que no se nombra no existe.

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