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Un mantón de Manila

Zarzuela

Un mantón de Manila

A propósito de los escándalos de la nueva producción de Doña Francisquita en Madrid

Estos días han alcanzado gran trascendencia pública una serie de sucesivos escándalos en torno a la nueva producción de Lluís Pasqual de "Doña Francisquita" de Amadeo Vives, uno de los títulos emblemáticos del género y muy apreciado por el público. El teatro de La Zarzuela ha presentado un acercamiento que prescinde de las partes habladas de la obra y el argumento lo va narrando un actor según la representación avanza. En medio de alguna de las representaciones algunos espectadores boicotearon y pararon el desarrollo de las mismas con gritos furibundos contrarios a la propuesta que se ofrecía, mientras otra parte del teatro aplaudía y reclamaba seguir viendo la obra con normalidad.

Es tremenda la agresividad de un sector minoritario del público cuando no se les ofrece lo que ellos consideran que es lo correcto. Si uno está descontento tiene muchas opciones que debieran de pasar por el respeto a los artistas y al resto de espectadores que asisten a una función: puede salir de la sala y, si ve toda la obra, al final protestar abucheando todo lo que le guste. Es legítimo hacerlo así y entra dentro de las reglas de juego. También puede poner una hoja de reclamaciones. Es decir, hay mil y un maneras de manifestar el descontento. El boicot no es una protesta, es una agresión intolerante que trata de impedir que los demás juzguen lo que ven por sí mismos. Busca imponer una visión propia y no deja margen a que el resto de asistentes puedan valorar de forma pertinente.

No voy a entrar en el fondo del asunto de esta producción en concreto porque aún no la he visto, con lo cual no tengo una opinión formada al respecto. Pero me llama mucho la atención una doble vara de medir lírica: en general la ópera goza de una amplitud de miras que a la zarzuela no se le permite. Aquí da la impresión de que algunos piensan que la zarzuela es sólo voltear un mantón de manila, brazos en jarras y casticismo. Esta visión ha estado a punto de hundir el género y llevarlo a la muerte. Sin embargo, las nuevas propuestas llenan los teatros y suponen un rejuvenecimiento de los espectadores. Unas, sin duda, serán más acertadas que otras. Como en cualquier propuesta artística. Ni las aproximaciones más clásicas son siempre mejores ni las más rupturistas son un desastre. Ni lo uno ni lo otro. En ambos casos hay de todo. El problema que aquí se atisba es que algunos deciden que sólo vale una dirección y que la zarzuela no se puede mover. Esto sería letal y conviene luchar contra el estereotipo y el miedo de mover las obras en su dramaturgia. La zarzuela como género vive en nuestro país un momento de extrema dificultad y está llegando a la irrelevancia. Creo que lo que hay que hacer es sumar, buscar nuevas vías y, por supuesto, mantener también versiones tradicionales de calidad. El riesgo puede y debe convivir con acercamientos más tradicionales. Quizá ahí esté la clave de la supervivencia del género. Si abusamos demasiado del mantón, igual acabamos sepultados ante tanta tela alcanforada y un aluvión de caspa que puede amenazar ahogamiento colectivo.

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