Diario de Mallorca

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Efemérides

La invención del hielo

Gabriel García Márquez.

Cincuenta después la novela fundacional de García Márquez sigue sonando bien. Volvemos a las páginas iniciales de Cien años de soledad como a un desván ventilado en el que estuvimos leyendo hace mucho tiempo y donde el tiempo era una mera musaraña de la tarde. Volvemos como a una melodía que hubiese quedado prendida de un recoveco del recuerdo, a ese compás rítmico y también dodecafónico cuya imitación es casi imposible. Es cierto que ahora leemos este libro con la conciencia prejuiciada de quien se acerca a un monumento encasillado en el llamado "realismo mágico" que se contraponía al realismo a secas o al "militante". Pero quien tenga la fortuna de acercarse a la novela desde la inocencia y la curiosidad, se verá llevado en volandas desde el mismo arranque, uno de los mejores que ha dado la literatura española en los últimos, sí, cincuenta años: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo." Estas 28 palabras sabiamente escogidas pudieron leerse por primera vez el 30 de mayo de 1967 en México D.F., donde GGM había escrito gran parte de la novela. Dos días después, el 1 de junio, los Beatles daban la campanada sacando el álbum Sgt Pepper´s Lonely Hearts Club Band, que inauguraba la década sicodélica a la que pondría imágenes el Magical Mystery Tour. La banda de los corazones solitarios y tantos años de soledad. Es decir, Macondo y Merseyside se daban la mano en una sincronía a la que cabe añadir la llegada de miles de jóvenes a la californiana ciudad de Monterey, por la que había pasado muchos años antes Fray Junípero Serra. Nada de esto es azar, ni tampoco que el Nobel colombiano concibiese su libro escuchando las canciones de "A hard´s day night".

García Márquez se enfrentó con este libro a una revelación literaria: contar una tragedia, la desaparición de la especie humana en la tierra, dando la misma importancia a todos los hechos narrados, es decir, ninguna. La guerra y otras empresas alucinantes; los gallos de pelea y las mujeres de vida alegre o desgraciada; los gitanos charlatanes y las leyes de la física, de la vida y de la muerte; el sudor del trópico y la quemazón del hielo; las pasiones, la memoria y la amnesia: todo en esta novela carece de importancia. Sólo hay algo que la tiene y es la palabra, la lengua que aquel oscuro escritor colombiano del que muy bien hubiéramos podido nunca saber nada, se sacó de la mollera literaria. Es una lengua sin ideología ni gramática, hecha a medida que se iba escribiendo el libro. Una lengua fría, harta del calor insustancial de la existencia. Una lengua que se adentra en el lector por acumulación de frases y cuya falta de síntesis provoca la alucinación de leerla. Y en cierta manera también es una lengua muerta, que rehúye cualquier genealogía o historia excepto la de sí misma. "Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra", le replica José Arcadio Buendia a su mujer Úrsula para convencerla de que se vayan del pueblo donde nacieron sus dos hijos.

El libro es la necrológica de siete generaciones de Buendía. Hay muchos entierros. Ya los había en La hojarasca, aquella perfecta novela breve, escrita algunos años antes, que llevaba una cita de Sófocles, el constructor de tragedias que gustaba tanto al colombiano. Pero también en ella las personas vuelan y se resisten a morir. Llueve durante lustros sin parar, los trenes van abarrotados de cadáveres y los fantasmas tiene la misma entidad que los vivos. Todo eso no es mágico sino más bien normal, cotidiano. A medida que el lector avanza en la novela el mundo de Macondo, en lugar de expandirse, se agosta hasta reducirse a un punto en el que todo está presente y puede verse, como en el Aleph de Borges. Todo gracias a la magia de esa hiperbólica realidad sin importancia ni énfasis que inspira la obra. En Cien años de soledad García Márquez inventó un lenguaje de hielo para combatir los calores del trópico literario, una lengua que resulta aún contemporánea, sin edad.

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