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Pensamiento

Salvador Pániker en su despedida de todo esto

Se autorretrató en sus diarios, en los que dejó constancia también de su filosofar

El pensador catalán Salvador Pániker, recientemente fallecido.

Salvado Pániker supo transformar el azar biográfico, el padre indio y la madre barcelonesa, el pulso entre lo oriental y lo occidental, en singularidad intelectual para elaborar un pensamiento muy personal, a caballo entre el peso de la ciencia y el impulso de una mística que nos retrotrae al mismo origen, cuando el conocimiento carecía de la mediación de los signos y los conceptos sobre los que se construye su historia. Como si hubiera anticipado la despedida de una vida generosa, que acaba de llegar a su fin a los noventa años, Pániker tituló su último libro Adiós a todo esto, que ya no verá en las librerías porque sale a la venta esta semana.

En su muy particular perfil confluían el pragmatismo del ingeniero y el empresario con una solidez intelectual nada habitual en esos ámbitos. Lector intenso y fecundo, sus escritos son una reelaboración continua de nombres de cabecera de la ciencia y la filosofía de los que mostraba un conocimiento profundo. Su mayor osadía como autor consistió en acuñar los que denominó el "paradigma retroprogresivo", la idea compleja de que sabemos más cuanto más regresamos hacia la nebulosa del punto de partida. Títulos como Aproximación al origen o Ensayos retroprogresivos desarrollan esa visión que se asienta parcialmente en el cuestionamiento heideggeriano de la técnica y la ciencia como ejes principales del avance de lo humano, en el reconocimiento de los límites del aparataje racional que tanta falsa tranquilidad nos aporta. "La nueva sabiduría es cada vez más vieja", sostenía Pániker en su defensa de "la retroprogresión", la que calificaba de "intuición" persistente. "Para entender el presente hay que reinventar el pasado", por lo que, en lo fundamental, su "discurso cultural trata de aproximarse críticamente al origen perdido", según reconoce con sus propias palabras. Asume que "todo lo que se diga sobre la realidad es antes o después insuficiente" y propone salvar esa carencia con el recurso a una mística libre de connotaciones religiosas, convertida en una auténtica fuente de conocimiento. "Lo místico es la realidad previa a las fragmentaciones del lenguaje. Es el fundamento sin fundamento que todos presentimos, la lucidez, la conciencia sin símbolo interpuesto". Con Pániker hay que romper cualquier relación de la mística con la búsqueda de la trascendencia, uno de sus "escarceos" de juventud que arraigó con fuerza en su hermano Raimundo Pánikkar, antiguo sacerdote del Opus Dei -llevó a la obra de Escrivá al mismísimo López Rodó, según relata Salvador en uno de sus diarios- que eligió la versión original del apellido familiar para acercarse e intentar la conciliación con formas religiosas ajenas a la tradición occidental.

Cercado por las pérdidas

Frente a su hermano, Salvador, activista en favor de la muerte digna, quitaba toda trascendencia al existir para dejar constancia de que "la preocupación por el sentido de la vida, que tantos totalitarismos doctrinarios ha generado, no es tanto una cuestión filosófica cuanto el síntoma de que el flujo dinámico del vivir ha sido obstruido". Con marcado pesimismo sobre la especie reflejaba en sus escritos que "el animal humano es todavía un tanteo evolutivo (retroevolutivo) mal resuelto".

El pensamiento de Pániker huye de lo sistémico y las verdades acuñadas. "Mi problema es que creo demasiado poco en lo que creo", escribía en su diario personal cuando ya se adentraba en los setenta años, antes de concluir que "el vicio de los intelectuales consiste en identificarse con sus ideas".

Editor, el fondo de su sello, Kairós, fue reflejo de sus inquietudes e intereses intelectuales. Pero el auténtico Pániker aflora en sus libros más personales como Primer testamento o Segunda memoria, a los que hay que añadir los diarios inaugurados con el Cuaderno amarillo. "Llevo un diario desde que era adolescente", contaba para justificar la tendencia a dejar constancia de su acontecer vital. Su escritura se mueve a "un ritmo hecho de yuxtaposiciones que reflejan la dispersión de mi fluir mental y el desequilibrio de mi sistema neurovegetativo", según su precisa autodefinición. Son diarios retocados, escritos desde su ego poderoso, en los que asienta la vida propia, lo que ocurre en el mundo, en su familia. Ahí están los juicios, a veces crudos y algo corrosivos, del Pániker mundano con una amplia vida social asentada en lo mejor de la sociedad catalana, que refleja también el ambiente intelectual y sus protagonistas. Un ser "enfermizo e infantil, perplejo", de elevada sensibilidad musical y con "vitalidad de corto aliento", a tenor del propio retrato.

Pániker tuvo vida afectiva intensa y cambiante. Padre implicado, quedó marcado por la muerte de una hija a consecuencia de las secuelas de sus extravíos adictivos. Mónica fue "un bellísimo ser desclasificado, en su exilio", y su padre se conmovía con "los ojos tristes e inocentes de mi apaleada hija". Ese dolor recorre su Diario de otoño y Diario del anciano averiado, en los que se descubre cada vez más cercado por las pérdidas, también las derivadas del progresivo deterioro físico, una persona despidiéndose después de un intenso vivir. En su retirada tuvo todavía lucidez suficiente para situarse en el umbral que atravesó el 1 de abril: "Lo más escalofriante, desde el punto de vista del ego, es pensar que cuando te mueres tienes que despedirte para siempre, no de los demás (que a eso ya te acostumbra la vida) sino de ti mismo. Ya nadie nunca más será yo".

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