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Narrativa

Espídico peregrinaje en Cadillac

El californiano Jim Dodge construye en ´No se desvanece´ un enloquecido viaje de rocanrol y anfetaminas donde la imaginación se convierte en instrumento de combate

Espídico peregrinaje en Cadillac

Muchos de quienes recuerdan lo que es un rocanrol saben que Buddy Holly se mató en un accidente de avión a finales de los 50. Tenía 22 años. Algunos menos saben también que en el mismo accidente perdió la vida Ritchie Valens, el chicano de 17 años que había popularizado La bamba. Pero son muy pocos quienes han oído narrar que en aquella avioneta estrellada en un campo de maíz de Iowa viajaba además El Big Bopper, un texano grandullón de 28 años cuyo único gran éxito hasta ese momento había sido un temilla pegadizo de estirpe rockabilera llamado "Chantilly Lace". El accidente sobrevino el 3 de febrero de 1959, una fecha que Don McLean bautizó en su celebérrimo "American Pie" como "el día que murió la música".

Tal vez uno de los temas de Buddy Holly que mejor vida ha tenido es "Not Fade Away". No sólo fue número 10 en EE UU y número tres en el Reino Unido sino que, además, ha sido versioneado por gente como los Rolling Stones, Dylan, Springsteen, Grateful Dead, Deep Purple, Patti Smith o The Supremes. Por sólo citar algunos. De modo que no es extraño que el californiano Jim Dodge decidiera titular Not Fade Away su segunda novela, una anfetamínica historia de carretera a bordo de un Cadillac que estaba destinado al Big Bopper pero que, por culpa del accidente de Iowa, se quedó sin destinatario. Not Fade Away, la novela, ha planteado, como todas las de Dodge, problemas de traducción a la hora de titularla en castellano. Tal vez lo mejor habría sido dejar el título tal cual, pero sus primeros editores (El Aleph, 2007) optaron por llamarla El cadillac de Big Bopper y, ahora, cuando Alpha Decay ha decidido darle una segunda vida se ha inclinado por un bello y fiel No se desvanece que, sin embargo, esfuma el vínculo con Holly.

Es lo de menos. No se desvanece es, se titule como se titule, una gran novela de carretera, marcada como todas las de Dodge por la imaginación sin freno, la pasión sin barreras, toneladas de rebeldía y esa sabiduría que sólo atesoran quienes, tras haber atravesado muchas veces el espejo, han conseguido al fin vivir con una pierna en cada lado y el universo reflejado en el fondo de sus pupilas. Vamos con un poco de sinopsis.

George Gastin, el gruista fantasma, tuvo una vida anterior, a caballo entre los 50 y los 60. Por esos años, además de tragar anfetas como un poseso, se ganaba el sueldo remolcando vehículos averiados y le añadía un bonito complemento destrozando coches por encargo para que sus propietarios cobrasen el siniestro total. Un día, hacia 1965, cuando sus neuronas anfetamínicas tenían ya más agujeros que una manta okupada por ratones, recibió el encargo de destrozar un Cadillac del 59. Completamente nuevo. La máquina era el regalo que una admiradora quería hacerle al Big Bopper, pero cuando el texano se dejó los sesos en Iowa, la buena señora encerró el coche en un garaje. Fallecida la benefactora, su heredero pensó en hacer negocio con el seguro y ahí fue donde entró en juego George. Que tenía sus propias ideas y alucinó con que lo mejor sería viajar a Texas para incendiar el coche ante la tumba del Big Bopper. Fin del espoiler.

Construcción del rebelde

No se desvanece (1987) es la segunda de las tres novelas que ha publicado Jim Dodge (Santa Rosa, California, 1945), un auténtico escritor de culto, desconocido por las masas pero capaz de que cada nuevo lector que hace regale ejemplares de sus obras a todos sus íntimos. La primera fue Fup (1983), una novelita corta en páginas y larga en aliento que en castellano se ha titulado Jop (Capitán Swing, 2011[Fut en catalán, Edicions de 1984, 2009]. En sus páginas, una pata alcohólica toma las riendas de una granja en la que viven un jugador de póker que, a los 99 años, se tiene por inmortal y su nieto, un gigantón llamado Peque. Por simplificar, Jop habla de la comunidad, de los vínculos de sangre y afecto, de la conciencia de ser diferente sin preocuparse por ello. Por cierto, la edición en castellano cuenta con un maravilloso epílogo: una entrevista de más de 40 páginas en la que Kiko Amat desnuda a Dodge como casi nadie lo ha hecho.

Tal vez sea el momento de explicar que Dodge, hijo de un instructor de vuelo del Ejército, dio tumbos por quince colegios de varios países hasta que, ya en los 60, volvió a California, estudió biología marina y se forjó en las luchas civiles y pacifistas de la década. Hacia 1971, con un máster de escritura creativa de la Universidad de Iowa en el bolsillo, decidió que ya había tenido suficiente de casi todo y se marchó a vivir a los bosques del norte del estado. Con su chica, pero sin agua ni luz. Allí estuvo quince años en los que profundizó en un ecologismo biorregionalista -que enlaza con el Thoreau de la Desobediencia civil- del que sigue siendo un activo militante. Reflexionó mucho, vibró con el universo bajo las estrellas, escribió toneladas de poesía, trabajó de casi todo, incluso de tahúr, y ejerció como profesor de escritura. Y ya en los 80 emprendió Stone Jonction, bendecida por Pynchon, que al final sería su tercera novela publicada y la que ha cimentado su fama.

Si Jop es la comunidad, que sólo adquiere la condición de tal cuando se la dota de un cementerio donde enterrar a sus miembros, y No se desvanece es, como veremos enseguida, la construcción del individuo rebelde, Stone Jonction (1990, publicada en España por Alpha Decay en 2007 como Introitus Lapidus y republicada en 2011 con su título original) es la rebelión organizada, la plasmación de la acción directa. Una auténtica fiesta de la imaginación en la que un joven es educado por una asociación secreta de magos y forajidos que le instruye en el juego, las drogas, el escamoteo, la invisibilidad y otras tantas habilidades para destinarlo a una misión superior. No diré más, porque hemos de volver a Not Fade Away y su construcción de la revuelta individual.

San Francisco

Estamos en el San Francisco todavía beat de 1956-59, entre toneladas de jazz, amor, poesía, drogas y el romanticismo de batirse por causas perdidas, de empujar la pasión primordial a través de actos inútiles. No hay que romperse la cabeza, basta con no haberla vendido, para percibir las acciones gratuitas de George Gastin como cantos de honor y dignidad de un espíritu humano, demasiado joven para estar cansado, que se resiste a ser derrotado por la puta realidad. La realidad gris y pegajosa de los pobres de espíritu que le sacan brillo a sus parcelitas de poder. La realidad gris de los sicarios que empuñan la rienda y el látigo de la aburrida carcoma capitalista. La gran revolución del siglo XX, la de las conciencias que buscan gozo y sabiduría, ya había comenzado, aunque aún faltasen unos años para que saltase a los titulares de los medios burgueses.

Construirse a la contra tiene, sin embargo, un precio. De dolor, de deterioro sináptico, de pérdidas, de desamores, de desmedramiento físico, de culpa. De culpa. El viaje, la peregrinación para llevar el regalo nunca entregado, el cadillac del Big Bopper, a la tumba del rockero muerto, es un modo de redención. Estamos en 1965, con el LSD alumbrando la segunda parte de la revuelta, pero el protagonista de No se desvanece deja atrás San Francisco con mil anfetas, doscientos discos de rocanrol y una nevera llena de cerveza helada. Su batalla debe ser librada en solitario porque los fantasmas de la culpa anidan en los recodos de una memoria intransferible. Y, como el amor de la canción de Buddy Holly, no se desvanecen por sí solos. Exigen expiación.

Si Dodge no fuera un maestro, todo esto habría corrido el riesgo de convertirse en sarta de lamentaciones grandilocuentes. Pero Dodge, que arranca de la realidad más carnal para desembocar en mundos fantásticos, tiene la frase rica del poeta y la brida bien amarrada del jinete veterano. Y sobre todo, tiene una imaginación portentosa, que siempre ha considerado el más acerado de los elementos de lucha. Seducido por la idea de Kenneth Rexroth de que la imaginación es el instrumento de comunión por excelencia -con su raíz en la comunidad y en la compasión-, y convencido de que permite conectar con lo que nos es común a todos, Dodge se goza en cultivar la imaginación sin cicatería. Sobre todo porque está persuadido de que, como ya advirtieron los beat, hace décadas que los señores del dinero le han declarado la guerra.

JIM DODGE

No se desvanece

Traducción de Ana Herrera

ALPHA DECAY, 416 PÁGINAS, 25,90 ?

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