Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Perfil

Los pasos del errante laberinto

El 14 de junio de 1986 falleció en Suiza y se perdió una de las voces más inclasificables y originales de la literatura del siglo XX

Los pasos del errante laberinto

Cuando uno se adentra en el Cementerio de los Reyes de Ginebra puede ir allí en busca de la tumba de uno de los principales reformadores del catolicismo y encontrarse frente a la de "un hombre sin atributos"; dar vueltas tras la del inventor de la linguística moderna, y acabar frente a la de una prostituta; o agotar los pasos tras la lápida de un Nobel de la Paz, para dar con ellos en la de una de las más clamorosas ausencias del Nobel de Literatura. Y es que Borges comparte el caótico espacio del Cementerio de los Reyes con Juan Calvino, Robert Musil, Ferdinand de Saussure o Ludwig Quidde. ¿Que hacia Jorge Francisco Isidoro Luis (los nombres heredados de su familia son los que no han trascendido) Borges en 1986 en Ginebra, con 87 años y tan lejos de su hogar? La respuesta es sencilla y patética en el sentido más amplio de la palabra: había ido allí exclusivamente a morir. Él, que había prefigurado tantas muertes en el espacio mítico de la llanura de la Pampa, donde Juan Dahlmann empuña un cuchillo que acaso no sabrá manejar, quiso alejarse de la mitología arrabalera y de las pompas que le esperaban en el funeral de Estado que sin duda habría tenido en su patria, y así se lo dijo a una María Kodama que todavía no era su esposa y que, cuando iniciaron el viaje a Italia y Suiza, no sabía que el autor no tenía intención de regresar a Argentina. Aunque estaba enfermo de cáncer, la causa oficial de la muerte fue septicemia, la misma que casi acaba con el citado Juan Dahlmann en el cuento que Borges consideraba como el mejor que había escrito: El Sur. Se despidió de la tierra rezando el padre nuestro en anglosajón, inglés antiguo, inglés, francés y español, pese a que no profesaba ningún credo, y solamente había confesado sentir fervor religioso en dos ocasiones: cuando se encontró en Islandia con un pastor pagano, y cuando conoció el taoísmo de primera mano en Japón.

Cuando Borges tenía 14 años, su familia viajó a Europa con tal tino que el estallido de la I Guerra Mundial les obligó a buscar la neutralidad de Suiza. En Ginebra fue donde el autor argentino cursó los únicos estudios reglados que podía acreditar, y por eso eligió la ciudad helvética para alejarse de todo pocos meses antes de fallecer. "Ginebra es una de mis patrias", dijo en muchas ocasiones, junto con las citadas Islandia o Japón por sus leyendas, Alemania y Francia por sus letras, pero no Buenos Aires. El Buenos Aires que sirvió de patria al autor ya había desaparecido hacia mucho tiempo cuando el falleció, con sus malevos y compadritos, con las milongas y los tangos cantados en un patio en la última hora de la tarde. Una vez que se quedó ciego, su cuerpo siguió avanzando en el tiempo, pero su mente y su corazón se quedaron con los lugares queridos y reconocibles, los que había retratado en su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires, un libro cuya reedición trato de evitar cuando logro la fama. Él, al que era habitual ver en la noche bonaerense recorriendo la ciudad a pie, empezó a viajar y a alejarse de ella al quedarse ciego.

La Academia sueca

A pesar de haber recibido decenas de distinciones, doctorados honoris causa en los cinco continentes, premios literarios y todo tipo de honores, siempre se destaca que Borges no recibiera el premio Nobel. El propio escritor bromeaba con los periodistas que, el día que el premio se fallaba, se citaban en casa del autor. "Es una tradición que la Academia sueca no me dé el premio, no sé por qué me lo iban a dar ahora", bromeó en alguna ocasión. Hay unanimidad en que a veces este tipo de premios realzan o culminan la carrera de un escritor, y en el resto de ocasiones es el premio el que obtiene lustre proveniente del autor premiado. En el caso de Borges, hubiese sido el segundo caso, si bien no hay unanimidad sobre las causas de que se le negara año tras año. Circula la historia de que el autor acudió a un recital de poesía donde el secretario de la Academia sueca recitaba su obra, y que en el cóctel posterior se burló cruelmente del mismo, por lo que el secretario bloqueó para siempre el galardón para Borges, aunque parece más probable que su ambivalencia política en los últimos años de su vida tuviera más que ver con la no concesión del premio.

Han pasado 30 años desde que el autor argentino nos dejara, y en el caótico Cementerio de los Reyes siguen descansando sus restos, que felizmente no han sido objeto de repatriación pese a los intentos del Gobierno argentino. Su tumba es una piedra toscamente labrada con su nombre y la inscripción And ne forthedon na junto al grabado de siete soldados medievales. La inscripción esta en inglés antiguo y pertenece a La balada de Maldon: se traduce como "Y que nada temieran". Los soldados están reproduciendo el momento de la balada en el que están a punto de enfrentarse a una muerte segura, muy inferiores en número al enemigo, pero se dirigen a la lucha con alegría. Borges creció escuchando las historias de sus antepasados militares, y tanto el recuerdo de esas historias como su sentimiento de culpa por no haber seguido ese destino y haber optado por el más seguro de las letras, están presentes a lo largo de toda su obra, desde sus primeros poemas hasta los últimos ensayos. La parte posterior de la lápida lleva escritos unos versos de una saga islandesa, pero no fue escogida por Borges, sino por su viuda, con los nombres en clave que él les dio a ambos en su relato Ulrica. Toda la lápida parece un acertijo, con esa primera inscripción que sirve de advertencia a los lectores para contrarrestar la fama de lector hermético que Borges sigue teniendo. El placer de la literatura descansa entre los laberintos, puñales, referencias cultas, juegos de intertextualidad, o la fragilidad de la realidad que hay en sus cuentos y poemas. Borges, que dijo sentirse orgulloso por los libros que había leído, y no por los que había escrito, trató de desaparecer en la anónima Suiza para dejar que fuese la literatura la que hablase. Leánlo sin prejuicios, y nada teman.

Compartir el artículo

stats