Diario de Mallorca

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Narrativa

La oscuridad, el gánster y el jubilado verdadero

Imagen de la serie de televisión ´Rebus´, inspirada en las narraciones de Ian Rankin.

No hay manera de que el inspector John Rebus acepte su jubilación. Y no hay manera porque la creación de Ian Rankin (Cardeden, Escocia, 1960) es un tipo que ha organizado su vida en función del trabajo de su vida. Lo explica a su modo en Perros salvajes, su última aventura: "Cuanto más te involucras, más descubres sobre ti y sobre todo lo demás" (p. 208). O sea, uno es lo que decide ser. Hace muchos años (y muchos libros) el policía escocés decidió que lo suyo iba a ser explicar el mundo desmenuzando la oscuridad que existe en las habitaciones cerradas o en los bosques neblinosos y hacer todo eso incluso en contra de la propia vida o de los que mandan y pretenden que sólo tenga valor el discurso diseñado en los despachos. Rebus, viejo, gastado, fumador, alcohólico renunció a la felicidad hace lustros. Los malos no se lo perdonan: "Sé quién es usted. Sé que era un cabrón" (p. 202).

La penúltima aventura de Rebus -el libro vigésimo- es el del regreso a la escena del hombre que no quiere para nada los días repetidos. Se había retirado en La música del adiós con una fiesta en el salón de atrás del bar Oxford, el pub de siempre, a dos pasos de Princes Street, que es como la Gran Vía de Edimburgo. En Sobre su tumba, la siguiente novela, intentó regresar al cuerpo. Lo consiguió en La biblia de las tinieblas, pero de manera momentánea y con un grado menor al mayor que había conseguido en su vida activa. En Perros salvajes se aburre en casa: ya nadie le espera en la calle para amenazarle o nadie le hostia en el salón para que suelte el hueso. El gánster que fue su némesis -Big Ger Cafferty- está tan acabado como Rebus: ya no da ni miedo. Los jóvenes asesinos vienen implacables con el cuchillo entre los dientes. Perros salvajes es la novela que subraya la experiencia. La ambición no es el motor del mundo, el mundo funciona porque la experiencia tira de ella.

Rankin conoció a Rebus a mediados de los ochenta. Fue en Nudos y cruces, la historia de un sociópata que ataca el núcleo familiar del policía -entonces, sólo detective sargento-. En aquella novela estaban ya destacados los rasgos que iban a definir su creación: la ciudad de Edimburgo -su tablero de juego- no es el escenario idílico que conocen los turistas que recorren la Royal Mile en los días de agosto, cuando los festivales de teatro, de cine y de literatura. Ya supo el lector entonces que Rebus estaba divorciado, que tenía una niña y un desajuste subrayado con la autoridad. Por ahí continuó su vida: las novelas de Rankin se desarrollan en tiempo real. La niña de Nudos y cruces ya es una mujer. Rebus conoce a su nieto en Perros salvajes. La renuncia al amor en beneficio de los muertos al principio causa grietas inesperadas, pero hace tiempo que se ha acostumbrado a comprar pasteles de carne fría en la tienda de la esquina de su casa y a cenar un cuenco de patatas fritas ante una (o dos o tres) pinta de Deuchars. Sólo le queda una amiga: Siobhan Clarke, que nació pura para el cuerpo de policía, pero que su relación con Rebus, su mentor, la ha maleado. Y ya nada es lo mismo. Como tampoco es el mismo Malcolm Fox, el policía reglado que había nacido para sustituir a Rebus, pero que no alcanza el "glamour" del inspector más preclaro de Edimburgo.

Lo de menos, ya digo, es que Perros salvajes se haya llevado el Premio RBA -el libro hace años que se publicó en el Reino Unido- o que la historia se centre en reexplicar el pasado. Da igual. Lo importante es que John Rebus sigue en el mundo y que Ian Rankin no encuentra El problema final, el último cuento de Sherlock Holmes, ese en que cayó por las cataratas de Reichenbach.

IAN RANKIN

Perros salvajes

Traducción de Efrén del Valle

RBA, 448 PÁGINAS, 19 €

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