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Cine

El último de las alcantarillas

El fallecimiento reciente del director polaco Andrzej Wajda sirve como llamada de atención sobre su filmografía y, sobre todo, por su compromiso con el pueblo llano, los mayores sufridores de conflictos bélicos o de regímenes autoritarios

Fotograma de la película ´El hombre de hierro´, de Andrzej Wajda.

Wajda entronca con Samuel Fuller (Uno Rojo división de choque) u Oliver Stone (Platoon) en que los tres participaron activamente en grandes conflictos bélicos (II Guerra Mundial los dos primeros, Vietnam el tercero).

El director polaco estuvo en la resistencia polaca contra los alemanes y después sufrió el inmediato yunque del gobierno de Stalin. De esos recuerdos, cuando en la posguerra se formó como cineasta, vienen dos de sus obras más destacadas.

Kanal (1957) no pudo producirse hasta la muerte de Stalin porque Wajda no entró en el juego de adular al comunismo. Tanto Wajda como el autor Jerzy Stefan Stawinski participaron en el llamado Alzamiento de Varsovia de 1944 contra los nazis. Aunque los resistentes lograron movilizar un número importante de efectivos, los titubeos de Stalin les dejaron vendidos y en su desesperada lucha acabaron escondiéndose y enfrentándose en las alcantarillas de la ciudad durante 63 días, hasta que fueron diezmados. Esos enfrentamientos a cara de perro (o de rata) son escalofriantes y a la vez, muestran la humanidad que los peones de esas contiendas logran mantener incluso en las peores circunstancias.

Cenizas y diamantes (1958) tiene un punto más lírico y llega aún más lejos en la denuncia de las injusticias. La acción ocurre el 8 de mayo de 1945 en un pueblecito polaco. Día señalado porque los alemanes capitularon y los rusos no perdieron un segundo en ocupar su sitio (el país entero) sin consultar a sus habitantes. El argumento va de un par de resistentes (supervivientes precisamente de las alcantarillas de Varsovia) que intentan matar a un jefecillo comunista para intentar demostrar que no se someterán fácilmente. La escena final muestra quienes son los verdaderos vencedores (de esa y muchísimas guerras): los caciques locales.

Estas películas insisten en un tema recurrente en el (buen) cine bélico: el de los sueños rotos de los jóvenes por culpa de los caprichos belicosos de los dirigentes. Wajda lo refleja con una metáfora visual que repite en varios filmes: un chupito de licor flambeado. Las llamas aniquilando, evaporando, las ilusiones de un joven (y su generación entera).

Katyn (2007) es otra película imprescindible. La historia retrocede unos años respecto a las anteriores. En 1939 Hitler, en su breve pacto con Stalin, cedió el control de Polonia al ruso. Stalin y el maléfico Beria pensaron que la mejor forma de controlar a los dudosos oficiales del ejército polaco era eliminarlos. A todos. Repito, todos. Todos los oficiales, soldados o civiles sobre los que tuvieron la más mínima duda de fidelidad al comunismo. 22.000 asesinatos, en pocos días, en el bosque de Katyn, y varios miles más represaliados posteriormente. Uno de esos oficiales fue el padre de Wajda. La película comienza suave, con toques de drama bélico digerible, pero cuando llega el día de autos Wajda es implacable. No merecían menos esas víctimas.

Del resto de la biografía y filmografía unas notas más breves: El hombre de hierro (1981) es un docudrama sobre el alzamiento en los astilleros de Gdansk que iniciaron el fin del régimen comunista en Polonia. La película obtuvo la Palma de Oro en Cannes y fue nominada al Oscar forastero.

En Danton (1983) utilizó al cabecilla de la revolución francesa para establecer un paralelismo con la situación de su Polonia moderna: Danton/Walesa, frente a Robespierre/Jaruzelski. Tergiversa bastante la historia (Danton tuvo poco de proletario, y se manchó de sangre casi tanto como su rival) pero no deja de ser un gran toque de atención sobre las 'democracias participativas' que después se convierten en autoritarismos algo o nada camuflados.

El hombre de mármol (1977) tiene en superficie un toque Ciudadano Kane; en el fondo una incisiva crítica de cómo los regímenes políticos crean héroes de la nada y después los desechan como juguetes cuando dejan de interesarles.

Este puñado de películas deja claro el compromiso político y el talento cinematográfico de Andrej Wajda. Retrató los horrores de la guerra en las alcantarillas y la represión de los motines en los astilleros. Se puso siempre del lado del pueblo llano, las eternas víctimas colaterales. Por eso, por su sinceridad, determinación y sensibilidad, se ha hecho Wajda un merecido hueco en la historia del cine.

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