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Ópera

Violencia sin filtros

El Teatro Real de Madrid abre la temporada con ´Otello´ de Verdi

Un momento del ´Otello´ dirigido por David Alden. javier del real/Teatro Real

La nueva temporada del Teatro Real de Madrid acaba de abrirse con un guiño a Shakespeare de la mano de uno de los títulos más emblemáticos de Giuseppe Verdi: Otello. Estamos ante una de las óperas más arriesgadas del compositor italiano, sobre todo por la dificultad en nuestros días de encontrar un protagonista a la altura de las enormes exigencias del rol principal. El Real ha apostado en doble dirección y le ha salido bien. Para el primer reparto contó con la experiencia y la seguridad de Gregory Kunde y para el segundo hizo debutar a un joven tenor coreano, Alfred Kim, que, sin duda, se va a convertir en una referencia en este repertorio. Cantó con una valentía tal su Otello que llegó a la platea pletórico de energía, con ganas de triunfo y de hacer suyo el personaje desde la triunfal salida a escena. A pesar de mostrarse un tanto apagado en el tramo final de la noche, el balance de conjunto no puede ser mejor. También Ángel Ódena triunfó con un Iago pétreo, de máxima firmeza y fiereza desbordante en algunos pasajes mientras que Lianna Haroutounian dejó ver una vocalidad exquisita, con una Desdémona emocionante y frágil. Todos ellos hubiesen ganado y mucho en sus intervenciones de contar con mayor complicidad desde el foso. Renato Palumbo planteó con un trazo muy opulento su versión. Quizá demasiado. Esto llevó, sobre todo en los dos primeros actos, a oscurecer un tanto las voces ante una densidad orquestal demasiado forzada.

El enfoque escénico de Otello permite abrir el abanico de propuestas porque la violencia de la historia da juego para cambiar épocas y estilos sin mayor problema. David Alden, uno de los nombres realmente esenciales de la dirección de escena actual, no se quedó en medias tintas. Apostó por un espacio simbólico y abstracto, muy desnudo y sin apenas puntos de apoyo para los personajes: un ámbito circular, opresivo, que igual servía de plaza pública, de palacio o de aposento regio. Todo envuelto en una atmósfera oscura y sucia para remarcar más aún el carácter terrible de una acción dramática pavorosa en la que la violencia es, sin duda, el personaje central. La violencia en múltiples vertientes, entre ellas la de género. Dejó de lado los aspectos y la iconografía más usual para centrarse en una dramaturgia en la que cada papel es pieza de un tablero de juego endiablado en el que no hay ni tregua ni escapatoria, aparte de la muerte como elemento liberador. Un trabajo el de Alden que invita a la reflexión, que le da otra arista a la música verdiana, con un desgarro frío e indolente ante la imposibilidad de romper ese círculo mortal que define y enclaustra a cada uno de los protagonistas.

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