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La brújula

Calamaro sin freno y bajo la lupa

Calamaro sin freno y bajo la lupa

Tras una brillante carrera con Los Rodríguez, donde formaba tándem triunfador con Ariel Rot, el argentino Andrés Calamaro (1961) inició en 1997 una andadura en solitario marcada por el rotundo éxito de Alta suciedad, catorce canciones de acabado impoluto grabadas en Estados Unidos con sesioneros anglosajones de lujo y producidas por Joe Blaney. Unas 750.000 copias vendidas acreditaron que el argentino había dado en el clavo. De modo que, cuando llegó el momento de ponerse a preparar la siguiente entrega, su discográfica esperaba más de lo mismo pero aún más elaborado, para multiplicar el pelotazo. Sin embargo, Calamaro había cambiado de concepto, dando la prioridad a la espontaneidad de las maquetas caseras y reservando al estudio los añadidos imprescindibles. Calamaro se había sumergido además en una fiebre de composición que enseguida le hizo tener un centenar de canciones disponibles.

Tras muchos tiras y aflojas, el músico consiguió que su compañía le aceptara publicar un disco doble de 37 temas, grabados a caballo entre Madrid, Buenos Aires, Miami y Nueva York. Fue Honestidad brutal (1999). Blaney se tiraba de los pelos ("Andrés necesita ser editado", decía con todo el peso de su concienzuda profesionalidad) y quienes miraban a Calamaro con distancia empezaron a pensar que estaba perdiendo seriamente el norte.

El resultado, grabado con la banda que le acompañaba habitualmente, constituye una de las cumbres del rock en castellano, acentúa la mímesis dylaniana del autor, que incluso teloneó a Dylan por esos días, e incluye joyas como la kilométrica "No tan Buenos Aires", la ácida "Clonazepán y circo", la negra "Los aviones" o la intimista "Ansia en Plaza Francia", aunque también haya cosas como la pachanguera "Maradona".

El periodista musical Darío Manrique, de acrisolada estirpe, ha investigado a fondo para recomponer todo el proceso creativo que está detrás de Honestidad brutal y plasmarlo en un libro que hará las delicias de los seguidores de Calamaro. Es el relato acerado, comprensivo, crítico y muy lúcido de meses de obsesión por componer y grabar sin tregua que, sin embargo, no hacían sino prefigurar lo que había de venir. Llevando su concepto "ready made" hasta el límite, Calamaro pulverizó todos sus récords en 2000 con un quíntuple disco de 103 canciones, El salmón, que suele ser denostado por la crítica. Aunque, más allá de las circunspectas miradas de los jueces, El salmón signifique una plasmación, cruda y sin precedentes, de las innúmeras vicisitudes y paisajes que se pueden atravesar en un alucinado proceso creativo.

DARÍO MANRIQUE

Honestidad brutal o la huida hacia delante de Andrés Calamaro

Prólogo de Jorge Alemán

LENGUA DE TRAPO, 168 PÁGINAS, 16,50 €

El sexo de las potencias mecánicas

Sexo y humor son los dos grandes pilares sobre los que se levanta Las cinco máquinas simples, una colección de historias del californiano Todd McEwen (1953) en la que el lector podrá entrar en contacto, si la risa no le nubla la vista, con las llamadas "potencias mecánicas": la palanca, la rueda, el tornillo, la polea, el plano inclinado y la cuña. Seis artilugios que le valen a McEwen para abordar otras tantas aproximaciones a las etapas de la vida sexual. Aunque en el título acaben reducidas a cinco, de resultas de una vieja controversia sobre la pertinencia de diferenciar entre la cuña y el plano inclinado. Quienes recuerden su Boston: sonata para violín sin cuerdas (Automática), aquel retrato de un violinista baqueteado por los azares del siglo XX, saben bien de la capacidad de McEwen para convertir las reflexiones más afiladas en fuente de diversión continua. Súmenle un Rocco Siffredi convertido en teórico del arte e imaginen lo que les aguarda.

TODD MCEWEN

Las cinco máquinas simples

Traducción de E. Maldonado Roldán

AUTOMÁTICA, 176 PÁGINAS, 16,50 €

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