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Actualidad de Benjamin Constant

En ´Una Constitución para la República de los Modernos´, el magistral teórico reflexiona sobre el papel de la Carta Magna en la construcción social

´Juramento del Juego de Pelota´, origen constitucional francés, por David. FROME DE LUTEnE

Benjamin Constant de Rebecque Lausana, 1767-París, 1830) fue testigo de la destrucción de un mundo, el del Antiguo Régimen por la Revolución francesa, y de la dificultosa construcción de otro nuevo, el del sistema parlamentario de gobierno. Prolífico ensayista político y magistral teórico constitucional, además de ocasional novelista e historiador, sus Obras Completas reúnen en 36 volúmenes un conjunto de escritos sumamente dispersos y en muy diferentes grados de elaboración. La editorial Tecnos, que había publicado ya Del espíritu de conquista y de la usurpación (2008) y ¿Hay derecho a mentir? (La polémica Inmanuel Kant-Benjamin Constant sobre la existencia de un deber incondicionado de decir la verdad) (2012) en su prestigiosa colección "Clásicos del pensamiento", dirigida por el profesor Eloy García, ha dado más recientemente a la imprenta Una Constitución para la República de los Modernos (Fragmentos de una obra abandonada sobre la posibilidad de una Constitución Republicana en un gran país). Con tal motivo cabe preguntarse por qué nuevamente Constant, qué significa este autor para nosotros, qué puede aportarnos hoy que no sea de exclusivo interés de los académicos.

María Luisa Sánchez-Mejía, gran especialista en Constant y responsable del estudio preliminar y de las notas de este texto hasta ahora inédito en castellano y jamás publicado en vida de su autor, afirma que se trata de "una ambiciosa obra de teoría política, consagrada a diseñar unas instituciones universales que den cuenta del orden político necesario tras la destrucción de los sistemas nobiliarios y las formas monárquicas de gobierno". Por su parte, Eloy García, que aporta a esta edición un extenso estudio de contextualización, rico en erudición y en claves interpretativas, atribuye a Benjamin Constant "la ambición de redactar la primera gramática constitucional de los Modernos". Y, en efecto, él es el padre del lenguaje constitucional en la tradición continental europea: piénsese sobre todo en los conceptos de legitimidad, garantía constitucional y poder neutro del Rey en la monarquía constitucional.

Contrario a la opción de modernidad política impulsada por el paradigma ilustrado, Constant se opuso tanto al Antiguo Régimen, quintaesencia de la desigualdad, como a las ideas de Política y Constitución todavía hoy veneradas como continuación viva del sueño de las Luces. Lejos de ser un liberal decimonónico al uso, creyó en la preeminencia de la sociedad civil sobre el Estado y en el cambio como resultado de una acción social colectiva y no como fruto de unas ideas que desembocaban en transformaciones revolucionarias. Así, escribe Eloy García, en lo que coincide Constant con el pensamiento actual es en la negación de la posibilidad de construcción artificial de la razón política y en el rechazo de la creencia de que resulta factible levantar una cimentación de la política socialmente autónoma.

Hay, tal vez, una lógica de la Historia, pero sólo en el sentido de que el pensamiento es un discurso social incardinado en la realidad histórica, y no una especulación ideal compuesta de manera artificial y susceptible de transformar el mundo. Por tanto, en Constant no tiene cabida la configuración de un Poder Constituyente capaz de construir únicamente desde la voluntad política tanto el Estado como la realidad social. Tal divinización del genio del hombre para crear su Ciudad -en la que la Constitución se muestra como la expresión de un nuevo fiat!- se ve reemplazada por la convicción de que la transformación política corresponde a la acción de la sociedad.

No siendo la Constitución, para Benjamin Constant, un programa transformador generado ex novo, el empeño de edificar la democracia deviene una tarea esencialmente social, correspondiendo a la Constitución una labor de garantía de articulación y continuidad, asegurando el equilibrio y la estabilidad de una sociedad en un determinado estadio civilizador. Sobre la base de este aspecto central del pensamiento de Constant, concluye Eloy García que la finalidad de la Constitución no puede ser otra que evitar que el mundo se deshaga, según advirtiera ya Albert Camus; o mejor dicho, que se construya desde la categoría de lo post-humano. La preocupante debilidad de los instrumentos democráticos que hoy nos aqueja obedece a la renuncia de los hombres a su libertad y a la ausencia de ideas como las que supo aportar Benjamin Constant cuando iniciaba su singladura la civilización de los Modernos.

BENJAMIN CONSTANT

Una Constitución para la

República de los Modernos

Traducción de Ana Portuondo

TECNOS, 480 P., 25 €/E-B., 9,49 €

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