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Javier Fernández
Ver galería >Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
Javier Fernández
Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
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Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
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Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
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Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
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Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
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Hace mucho, pero mucho, escribí en las páginas de este periódico que la hija menor de los duques de Lugo se convertiría en influencer. No empleé este término, claro, porque ni siquiera existía, pero yo ya le veía algo especial a Victoria Federica. Era alta, altísima, se salía de los cánones de la belleza tradicional que se presupone a las herederas de la corona -rubias, ojos claros- y había adquirido una elegancia natural fruto de la pasión que su padre, Jaime de Marichalar, siente por la moda. Se le notó a la infanta Elena tras casarse con él. Su armario se revolucionó de la noche a la mañana y ahora es su hija la que recoge el testigo.
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