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Mallorquines en la Olimpiada que no fue

Pau Tomàs explica en el libro ‘Els mallorquins a l’Olimpíada que no fou’ las peripecias que sufrieron los mallorquines que se desplazaron a Barcelona en 1936 para asistir a unas olimpiadas alternativas que no llegaron a realizarse. El trabajo ha sido galardonado con el Premi Mallorca de ensayo 2020

Miembros de la expedición mallorquina que viajó a Barcelona. | ARCHIVO DE MARIA VALLS

Poco debía de sospechar el historiador Pau Tomàs cuando, durante el curso de una investigación sobre un tema que conoce bien, la tradición de los Gegants que hay en Mallorca, decidió escribir un libro en el que cuenta, con muchos detalles, la historia de los mallorquines que, en 1936 y el mismo día que se produjo el golpe de estado franquista, salieron en barco hacia Barcelona para asistir, algunos como deportistas y otros como espectadores, a unas Olimpiadas obreras que se habían organizado para contrarrestar el impacto de las oficiales, que con sede en Berlín, servían como propaganda al régimen de Hitler.

Todo empezó cuando Tomàs quiso averiguar qué había pasado con unos Gegants del Ayuntamiento de Palma que desaparecieron del catálogo municipal. Tirando del hilo de la investigación llegó a la conclusión de que esos elementos de la cultura popular habían salido en barco hacia Cataluña para apoyar los actos culturales que la delegación mallorquina había organizado, en paralelo a los deportivos, para formar parte de una Olimpiada Popular alternativa. Y es que Barcelona había contado con muchas posibilidades de ser la sede de los Juegos Olímpicos oficiales de 1936, pero la desconfianza creada por la proclamación de la Segunda República durante el proceso de votación en 1931 hizo que los miembros del Comité Internacional se decantaran por Berlín. Naturalmente, sin sospechar que la subida al poder de Hitler convertiría el acontecimiento deportivo en un acto mundial de propaganda nazi.

El ‘Ciudad de Barcelona’ reconvertido en buque de guerra.

Fue así como partidos de izquierda españoles y agentes internacionales ligados al socialismo y al comunismo iniciaron una campaña para organizar en Barcelona una alternativa en forma de Olimpiada Popular que además de las competiciones propias llenaría la ciudad condal de otros eventos propios de la cultura de cada país.

Equipo de ciclistas participantes.

La delegación mallorquina estaba formada por unas seiscientas personas, que embarcaron rumbo a la península la noche del 18 de julio de 1936, justo un día antes de que debieran inaugurarse los juegos. Naturalmente eran otros tiempos y hay que decir que muchos de los componentes de la delegación no conocían las últimas noticias al respecto y otros, sabiéndolas, no imaginaban el alcance que tendrían. De hecho, Aurora Picornell, que debía formar parte del comité, decidió quedarse en Mallorca.

Viñeta de rechazo a los Juegos de Berlín.

A partir de ese momento, ya justo después de la partida, ese viaje en el barco Ciudad de Barcelona, de la Compañía Transmediterránea, se convirtió en una odisea para todos los que se habían embarcado, un total de seiscientas cincuenta personas, las de la delegación más las cincuenta de la tripulación. Después de una despedida apoteósica en el puerto de Palma, el barco tomó rumbo a Barcelona, ciudad a la que llegó la madrugada del día 19, pero sin llegar a desembarcar, pues los acontecimientos obligaron a dar marcha atrás y a volver a la isla, iniciando el viaje de regreso sobre las dos de la tarde, sin poder siquiera cargar ningún aprovisionamiento.

Selección mallorquina de fútbol.

Llegados a la altura de Sa Dragonera, cuando parecía que el amarre era inminente, otra nave, el barco postal Ciudad de Tarragona, que había salido del puerto de Maó, alertó por télex del peligro que corrían los pasajeros si desembarcaban, pues algunos líderes comunistas que formaban parte de la expedición eran buscados por las fuerzas de la derecha, lideradas por el general Goded, comandante militar de la isla de Mallorca que había establecido el estado de guerra. Este aviso dado por el Ciudad de Tarragona, escribe Pau Tomàs en el libro, «sin duda fue crucial para salvar las vidas de muchos de los expedicionarios olímpicos que eran esperados con rabia por las nuevas autoridades mallorquinas». Tomàs cita un texto de Josep Massot i Muntaner: «Afortunadamente, muchas personas que en circunstancias normales habrían acabado en la cárcel o en la cuneta de una carretera pudieron salvarse porque al empezar la guerra no se encontraban en la isla».

El cartel de la Olimpiada.

El cartel de la Olimpiada.

Así fue como, frente a la Dragonera, el Ciudad de Barcelona, por orden de su capitán, Francisco Nadal (que obro motu proprio o de forma consensuada), viró 180 grados y tomó de nuevo rumbo a Barcelona, sin ser interceptado por las barcas militares. No hay que decir que las provisiones empezaban a escasear, pues el barco un llevaba día y medio si tocar tierra.

Una vez llegado a Barcelona y después de poco tiempo amarrado en el muelle, el barco zarpó rumbo a Tarragona con la intención de poder conseguir provisiones, tanto de alimentos como de combustible. En ese puerto sí pudieron bajar, pues la sensación era de más tranquilidad si la comparamos con la de Palma o Barcelona. Fue la fonda Cal Noi, situada a la salida de la carretera de Tarragona a Barcelona, la que dio de comer a muchos de los pasajeros, que pagaron el buen recibimiento con una actuación de los miembros de la Rondalla Mallorquina y de los componentes de una pequeña orquesta y de un pequeño orfeón.

En Tarragona, los miembros de la delegación olímpica y cultural se alojaron en pensiones, casas particulares o en la calle, hasta el día 23, fecha en la que retornaron a Barcelona al saber que allí la situación parecía controlada. Durante esos tres días en la capital del sur, se sucedieron acontecimientos violentos que estropearon la calma, que resultó ser un tanto ficticia, según cuenta Tomás en el libro.

Una vez en Barcelona, algunos viajeros se alistaron a las milicias ciudadanas o intentaron huir, pero otros en cambio se quedaron viviendo en el barco o en hoteles y pensiones relativamente cerca del muelle, como el Hotel Colón, que fue además la sede del PSUC. Poco después fueron reubicados en la escuela de los Salesianos en Sarrià, desde donde se trasladaron a diferentes lugares de Cataluña, como Reus o Vic. Pasados los años de contienda, la mayoría de esos viajeros regresaron a la isla.

Especialmente dramático es el caso de Irene Cardona, que murió hace unos años con más de noventa y que era casi una niña en 1936. Ella había viajado sin familiares y no pudo volver a Mallorca hasta meses después de terminada la contienda.

Y volvamos al principio. ¿Qué fue de la pareja de Gegants de Palma? Según el historiador, «hay informaciones que indican que fueron quemados poco antes de que el barco abandonara Tarragona, pero otras, en cambio los sitúan sin demasiada credibilidad como parte de una historia rocambolesca vivida por un submarino. Sea como sea, esas figuras festivas se perdieron, junto a las de otros lugares que también debían exhibirse durante los juegos».

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