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En 1749 construyeron una compañía comercial para adquirir trigo fuera del reino e introducirlo en la isla haciendo pagar a la población unos precios abusivos

En la Mallorca del XVIII: un obispo y un capitán general estraperlistas

Epidemias, entre ellas la peste, y la hambruna hicieron ricos a José de Cepeda y a Juan de Castro, un hombre sin escrúpulos. Sucedió a mediados del siglo XVIII

El estraperlo (acaparamiento de víveres para venderlos a un precio desorbitado) no fue solo una práctica común en la depauperada España posterior a la Guerra Civil, la de los años 40 del pasado siglo, cuando la dictadura franquista mantuvo en la indigencia a millones de personas, sino que mucho antes, a mediados del siglo XVIII, en las décadas de los reinados del primer Borbón, Felipe V, y su hijo Fernando VI, en Mallorca, un alto clérigo, su obispo, y un capitán general decidieron hacer fortuna aprovechando una sucesión de calamidades que se abatieron sobre los súbditos menos afortunados (la inmensa mayoría) de la Corona. Lo ocurrido, documentado por el historiador Tomeu Caimari, especializado en la investigación de la época, describe unos sucesos que culminaron con la salida precipitada tanto del capitán general como de su ilustrísima, reacomodados, sin ser sancionados por su comportamiento, en asentamientos a los que no hubiera llegado noticia de sus fechorías.

¿Quiénes fueron los protagonistas de que en Mallorca casi se produjera un levantamiento generalizado? El capitán general era Juan Restituto Antolínez de Castro y Aguilera, aunque firmaba los documentos oficiales como Juan de Castro, que ostentó el cargo de comandante general entre los años 1743 y 1750. Suficientes para hacerse con un considerable patrimonio. Nació en La Solana, Ciudad Real, en 1686. Pertenecía a una una familia castellana de las denominadas de rancio abolengo. Sus antepasados, burgaleses, habían destacado por los servicios prestados a la Corona, a la Casa de Austria. Un lejano tatarabuelo de Juan de Castro tomó parte en la conquista de Granada por los Reyes Católicos, en 1492. Juan Restituto tuvo la fortuna de situarse en le bando ganador en la Guerra de Sucesión; es decir, desde el primer momento se alineó con los Borbones, con el futuro Felipe V, lo que le reportó ser capitán de un regimiento de dragones en 1713 recibiendo el hábito de la Orden de Santiago. Llegó a ser inspector general de dragones del Reino de Aragón. El tres de abril de 1743 culmina la carrera militar al ser promovido a mariscal de campo después de haber servido en Italia interviniendo en diversas batallas de la Guerra de Sucesión Austríaca. Es en diciembre del citado año cuando desembarca en Palma para ocupar la comandancia general con carácter interino, además de los de presidente de la Real Audiencia y el de corregidor de la plaza de Ciutat, hecho muy poco habitual entre los capitanes y comandantes generales de la isla. Juan de Castro dispuso de un poder desconocido hasta entonces en Mallorca.

El obispo

La biografía del obispo de la diócesis mallorquina es menos conocida. Su Ilustrísima era un tal José de Cepeda y Cortés, al igual que su futuro socio, de recia estirpe castellana. El alto clérigo parece que era muy dado a frecuentar cuanta fiesta organizaba la nobleza mallorquina. Cuentan que se trataba de un hombre altivo, pagado de sí mismo, y muy consciente de la situación de privilegio de la que disfrutaba. El obispo Cepeda estaba decidido a utilizar su cargo eclesiástico para hacerse con una posición económica lo suficientemente desahogada para quedar a cubierto de posibles contingencias desafortunadas, puesto que nunca se podía estar seguro de mantener la posición que le había deparado el destino.

Volvamos al capitán general, que fue el muñidor del asunto, aunque contando en todo momento con la inestimable colaboración del obispo. Un tándem imbatible en el siglo XVIII y, como los españoles pudieron sobradamente comprobar, dos siglos después. Castro arribó a Mallorca acompañado de su primera mujer, María Ana de Ferran y Fivaller, una catalana nacida en Barcelona, con quien se había desposado en 1721. Instalados en el palacio de La Almudaina, vieron cómo se desencadenaban los acontecimientos que iban a procurar la fortuna del Castro y la desgracia de su mujer, quien no pudo sobrevivir a lo que se cernió sobre Mallorca. En 1741, dos años antes de que Castro tomara posesión de la comandancia general, una sucesión de epidemias, entre las que destacaron el cólera y la peste, provocaron una elevada mortandad: 3.000 muertos en 1741 y la abultada cifra de 10.000 en 1745. La población mallorquina fue diezmada brutalmente, puesto que tal cifra equivaldría a que hoy fallecieran unas 100.000 personas.

Las epidemias generaron una situación de alarma generalizada, que se agravó al producirse una extensa hambruna debido a la escasez de trigo, incrementada por las medidas restrictivas tomadas por las autoridades, por Juan de Castro. Fue el momento en el que el comandante general atisbó la oportunidad de hacer un buen negocio a costa de los padecimientos de la población. Dada su condición de corregidor del ayuntamiento de Ciutat (cargo similar al de alcalde) decidió enviar a un mercader a las tierras de Aragón para que aprovisionara de trigo a la isla, pero los ansiados cargamentos nunca llegaron ¿Qué aconteció? Un coetáneo, Ferrer de Sant Jordi, apunta en su dietario que fue Castro quien impidió el desembarco del trigo en Mallorca para proceder a venderlo a alto precio en otros lugares. El citado Ferrer de Sant Jordi dice textualmente: "per la sua ganacia... qui ab esto mos ha acabat de ajeurer". Prosigue el relato explicando cómo un cierto día Castro "circa de Santa Clare han cuydat apregar el comendant que es agut de fuir correns". Es decir, que los vecinos, desesperados por lo que se estaba viviendo, la emprendieron a pedradas contra el comandante general cuando éste se había desplazado al convento de Santa Clara. La situación era a todas luces explosiva. Así lo reseña Ferrer de Sant Jordi al afirmar en su dietario que "tutom flastome i malaeix el seu mal govern". El peligro de que se desencadenase una insurrección era muy real, lo que hizo que se despachasen correos para que el rey Fernando VI, que acababa de suceder a su padre, tomase cartas en el asunto. Ferrer de Sant Jordi, testigo privilegiado, dada su condición de noble, no duda en señalar que un estallido de violencia incontrolada podía verse en cualquier momento, porque la hambruna estaba haciendo estragos.

Compañía comercial

La escasez se debía a que Castro, en 1749, decidió constituir una compañía comercial para proceder a la adquisición de trigo fuera del reino e introducirlo en Mallorca haciendo pagar unos precios abusivos a la población. El comandante general había devenido en estraperlista con dos siglos de antelación. La creación de la compañía se urdió en el transcurso de varias reuniones habidas tanto en el palacio de la Almudiana como en el del obispo, a tiro de piedra del primero. El comandante general estimó oportuno que la máxima autoridad eclesiástica formara parte del tinglado a fin de darle respetabilidad y, de paso, asegurarse las espaldas. Contar con la anuencia del señor obispo era una garantía. José de Cepeda asintió complacido a la propuesta que se le hacía: era la ocasión perfecta para obtener los pingües beneficios que anhelaba. Para que el negocio prosperara, se contó, además, con la colaboración de varios nobles y comerciantes. Cada socio desembolsó 4.000 pesos, una cantidad importante para la época. La inversión valía la pena: Castro les aseguró que los beneficios a obtener les resarcirían con creces.

Para que la operación adquiriera el marchasmo de todo lo que no era: garantizar el abastecimiento de la hambrienta población, el 13 de mayo de 1749, a través del correspondiente pregón, se llamaba a los ciudadanos a participar en la sociedad, destacando que ni José Castro ni el obispo Cepeda recibirían beneficio alguno; al contrario, llegado el caso sufragarían de su bolsillo todas las pérdidas.

Sobre la fraudulenta compañía comercial y sus propósitos indica en su dietario Ferrer de Sant Jordi: "el cap de la qual fo Llusifer (Juan Castro) y en tenia part el Sr. Bisbe (José Cepeda) y altres, estos feren mil atrocitats pues tiraven a estanyar el blat y ferlomos pagar a un preu abusiu..." Los diarios de Ferrar de Sant Jordi establecen nítidamente lo que habían maquinado el comadante general y el obispo y el hecho de que la población estaba al tanto de la estafa que perpetraban a su costa.

La situación se iba deteriorando progresivamente. No pasaba día sin que se produjeran protestas y algaradas, lo que hizo que desde diferentes estamentos se remitieran los citados correos a la corte de los Borbones para que se interviniese. Fue la peste la que ayudó a que se pusiera fin a la situación de desespero que se vivía en Mallorca. En 1749, cuando la epidemia golpeaba con más fuerza, se llevó por delante al secretario personal de Castro, Tomás Texero, hombre muy cercano al capitán general, encargado de solventarle las cuestiones de intendencia, y finiquitando el año, el 30 de diciembre, moría su esposa, María Ana Ferrán, sepultada, de acuerdo con lo dispuesto en su testamento, en la capilla de la Purísima Concepción de la Seo, el uno de enero de 1750.

Traslado

Parece que el fallecimiento de su mujer tuvo algo que ver en la petición que remitió a la Corona para cesar en el cargo de comandante general. Madrid aceptó de inmediato. No podía destituir a su máximo representante sin crear un peligroso precedente, pero a petición de parte no dudó en proceder al traslado de Juan de Castro, quien pasó brevemente por Valencia, donde contrajo nuevas nupcias con la joven María Antonia Ferrer de Proxita y Pinós, perteneciente a una noble familia, en 1751. El dos de diciembre de este año fue destinado a Extremadura como comandante general, cargo que ostentó hasta su fallecimiento, acaecido en 1755. Un año antes, el 14 de abril de 1754, el rey Fernando VI le otorgó el titulo nobiliario de conde del Mérito, que no llegó a expedirlo. Lo obtendría, en los años finales del siglo, su única hija, María Antonia de Castro y Ferrer de Proxita.

Ferrer de Sant Jordi reseña sobre su despedida de Mallorca: "ses es anat a grat i contento de tutom menos de dos o tres qui feyan de colegos... Deu fase que no torn". Otro coetaneo, fray Cayetano de Mallorca, refería sobre Juan de Castro: "fue singular devoto nuestro, y durante su permanencia en Mallorca, se confeso siempre con capuchinos". Desde los ámbitos de la Iglesia mallorquina nada que objetar a la actución del comandante general. Al menos, no se reseña.

El traslado de Juan de Castro no fue el único. Parece que hasta Roma llegaron noticias de la actuación del obispo Cepeda. El siempre eficiente servicio de información del Vaticano fue informado de las andanzas de Su ilustrísima, se le puso al corriente del negocio montado junto al comandante general, por lo que decidió actuar. ¿En qué consistió la intervención de la Santa Sede? La habitual en esos casos: un oportuno y discreto cambio de sede. José de Cepeda y Cortés, que no dejó de ostentar la dignidad episcopal, pasó a la península, donde terminó plácidamente sus días disponiendo de una considerable fortuna personal. La sociedad mercantil había rendido sus frutos. El obispo estraperlista salió bien parado. Nada se sabe a ciencia cierta de qué aconteció a los nobles y comerciantes que participaron en la misma, pero todo indica que no tuvieron que rendir cuentas por lo sucedido. Estaban involucradas personas muy principales como para que se pudiera actuar en su contra.

Las epidemias de cólera y peste pasaron, la carestía se solucionó y retornó la calma, aunque durante mucho tiempo los nombres de Juan Restituto Antolínez de Castro y Aguilera y el del obispo José de Cepeda y Cortés eran pronunciados con profunda animadversión por la gente. Seguramente fueron dos de los primeros estraperlistas de la amplia nómina que España se preparaba para aflorar en los siglos venideros.

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