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La codicia

El ingenuo seductor

La codicia

Las empresas de alojamiento turístico afirman que su negocio es legal. Y es cierto. Pero de lo que estamos hablando es de codicia, que es bastante más inmoral

Hace tiempo, tanto que ahora no podría situarlo en el calendario, alguien de mi entorno me dijo, en plan aleccionador, que los mallorquines eran muy fenicios. Que ellos, por unas perras, eran capaces de vender hasta su alma. Aquel comentario siempre me pareció xenófobo pero como era entre mallorquines -esa persona lo era y yo también- creí que la responsabilidad quedaría atenuada. Han pasado muchos años, diría que décadas, desde aquel comentario y hoy, mirando a mi alrededor, observando cómo se ha especulado con el suelo en las islas, no solo en Mallorca, confieso que aquellas palabras retumban en mi cabeza como un cajón flamenco.

Un amigo mío, tras meses en el paro, encontró un trabajo en Eivissa. Llegó a la isla, se entrevistó con la empresa, ambos quedaron encantados y el empleo era suyo. Cuando mi amigo empezó a buscar vivienda comenzó a darse cuenta del problema. Muy pocas viviendas están disponibles para una larga estancia porque quieren sacarle rédito económico al verano pidiendo, por unos meses, precios astronómicos. En mi móvil guardo el pantallazo que mi amigo me envió: un piso, cuarto interior, de dos habitaciones, en Marina Botafoc, por 40.000 euros al mes. No me he equivocado añadiendo ceros.

El caso de Eivissa, que posiblemente sea el más escandaloso de España por las dimensiones de la isla, no es el único. En Mallorca, se están pagando 700 euros al mes por una habitación, no un piso, en Alcudia. Y el descaro no se limita al archipiélago. En Madrid, por ejemplo, los pisos de uso turístico están invadiendo el centro de la ciudad, expulsando a vecinos al extrarradio porque los precios y la convivencia con el turismo que entra y sale del edificio, como si fuese un hotel, es imposible. En un solo bloque de la calle Príncipe, junto a la Puerta del Sol, el 80% de sus viviendas son de uso turístico. En Barcelona, el ayuntamiento ha tenido que multar con 60.000 euros a las plataformas de alojamiento turístico Airbnb y HomeAway por publicitar pisos ilegales, o sea, sin número de registro, y por no responder a los requisitos que impone la administración para estos negocios. Es una estrategia para intentar frenar el escándalo pero ni siquiera se aproxima a una solución.

Las empresas se defienden afirmando que su negocio es completamente legal. Y es cierto. Pero de lo que estamos hablando es de codicia, que es bastante más inmoral. Que yo pueda alquilar mi propiedad -aunque hay quien oferta su alquiler para que los turistas, en una estancia de fin de semana, le abonen el mes- por cantidades más o menos inmorales de dinero forma parte de mis libertades y de mis derechos dentro de una sociedad como la nuestra. Oferta y demanda. La defensa de la propiedad privada y de poder hacer con ella lo que me plazca. Absolutamente cierto. Y como además, en el caso de Eivissa, siempre hay personas dispuestas a pagar lo que pido en mis delirios de usura, pues mejor. Pero urge que empecemos a reflexionar sobre la sociedad que estamos construyendo. Ignoro si el capitalismo es el mejor sistema económico y social que existe pero de lo que estoy convencido es de que resulta objetivamente mejorable.

Olvidamos que las libertades y los derechos no son solo patrimonio del individuo; también son vitales para la supervivencia de la comunidad. La aparición de este tipo de alojamientos turísticos surge de la interacción y cooperación de unos y otros. Los hoteles tienen precios abusivos y plazas reducidas mientras que las viviendas particulares resultan más económicas, más céntricas y más independientes. Y para las economías heridas tras la crisis, la posibilidad de viajar y conocer otras ciudades deja de ser un lujo. Hasta ahí, todo bien. El problema es que un sistema que justifica la codicia del empresario -el negocio es el negocio- se encuentra sin argumentos para juzgar la codicia del individuo. Ahí es cuando el error bloquea la ecuación.

Cuando concebimos derecho y libertad como un feudo individualista en el que lo único que importa sea mi situación personal, mi cuenta corriente, mis beneficios, mis intereses, estamos a un paso de ser el próximo decorado natural de la futura entrega de Mad Max. Claro que un archipiélago como Balears podría acabar interviniendo para frenar la especulación y el abuso, que están amparados en la libertad individual, pero eso ya sería un fracaso de nuestra comunidad. Porque una sociedad que no es capaz, por sí misma, de empatizar con su entorno, de no ver el problema que se les viene encima porque solo les interesa su hoy y su cuenta corriente, es una sociedad enferma de codicia. Eivissa es el espejo en el que debería mirarse no ya todo el archipiélago sino todo el país. Comienza a estar desabastecida de servicios, de profesionales, porque no pueden alquilarse una casa. Hay déficit de policías, guardias civiles, médicos, anestesistas€, que tienen que renunciar a un puesto de trabajo porque no encuentran un lugar para vivir. Esos espacios están reservados para los turistas, que pagan dinerales por una semana de julio en la isla. De verdad que esto no tiene que ver con una idea marxista de la propiedad privada; tiene que ver con la codicia, que es muy diferente. Y para vuestra tranquilidad, os contaré que mi amigo exigió a la empresa el alojamiento en el contrato y ya disfruta de casa y trabajo. Lo que paga la empresa por esa vivienda ya es otro asunto. O mejor dicho, el asunto.

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