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El ingenuo seductor

Pobre Cabrer

Estamos viviendo unos tiempos lo suficientemente ingratos como para dejarnos arrebatar la dignidad. Y cada vez que un corrupto sale de fiesta, se gasta dinero en una tienda, deberíamos afearle su conducta

Pobre Cabrer

Fue el tema de conversación de Palma y la llama que prendió redes sociales y foros virtuales durante al menos una semana. La periodista Marisol Ramírez le había hecho un "escrache" a la exconsellera de Obras Públicas de la era Matas, Mabel Cabrer, en un espacio público. La narración de los hechos podríamos resumirla en que Ramírez llama corrupta a Cabrer, Cabrer llama sinvergüenza a Ramírez, todo el mundo se siente un poco incómodo y ya está. Les aseguro que enfrentamientos mil veces peores que ese suceden todos los días, a todas horas, en todos los lugares del mundo. Pero este tiene una connotación especial: hay un político en la disputa. Eso convierte la anécdota en noticia. Y lo entiendo. Y les voy a explicar mis razones.

Parto de que yo jamás me hubiese atrevido a hacer lo que hizo Ramírez. Supongo que habrá quien piense que es una cuestión de educación pero se equivocan. Es una cuestión de miedo. Cuando reprimimos un deseo, un impulso, que nos hace ser injustos ante la inmoralidad de la condición humana y su insultante arbitrariedad, lo hacemos por miedo. El temor que nos hace pensar en las consecuencias de nuestros actos y que acaba siendo la excusa perfecta para ejercer la autocensura. Pero aún reconociendo mi debilidad, aplaudo el ímpetu de Marisol Ramírez, esa pizca de indignación que le hizo decir en voz alta lo que muchos pensamos.

He visto las fotos de la boda de la hija de Jaume Matas. Y les aseguro que no me indigna que alguien se case. Comprendo que el hecho de que tu padre esté condenado por corrupción no tiene por qué condicionar una boda y su celebración. Las hijas de los narcotraficantes también se casan. Y por todo lo alto. Y todos sabemos de dónde sale el dinero. Lo que me incomoda de este tipo de actos es la ostentación, esa exhibición vanidosa que convierte una simple celebración en un ejercicio de soberbia. Y puede que hasta en una burla a todos nosotros porque la boda ha costado cerca de 60.000 euros y Matas se ha declarado insolvente ante la justicia.

Y compaginaba las fotos de la boda con las declaraciones post escrache de Mabel Cabrer, ofendida „con razón„ y victimizada „sin razón„, que señalaba que quien realiza un acto delictivo es Ramírez y no ella. Y aquí el único que ha realizado un acto delictivo, sentenciado, fue su exjefe, Jaume Matas. No sé si Cabrer se lo hizo saber a su exjefe con la misma contundencia. Pero más allá del detalle, entre las fotos de la boda y la dignidad vejada de Cabrer, sentí esa rabia que te acelera el pulso y empecé a escribir esta columna. Y me acordé de Las amistades peligrosas, ese gran texto del siglo XVIII y de su final, magníficamente retratado en el cine por Stephen Frears. Recordarán que la marquesa de Merteuil es una persona maquiavélica y peligrosa bajo una apariencia de honor y virtud. Cuando todos sus ardides quedan en evidencia, toda la aristocracia le da la espalda, obligándole a refugiarse en su soledad y su remordimiento. Más allá del dramatismo del texto literario, aplaudo a esas sociedades, a esos ciudadanos, que afean el comportamiento incorrecto. Y eso va desde el más elemental civismo hasta la más enorme de las justicias. Y creo que estamos viviendo unos tiempos lo suficientemente ingratos como para dejarnos arrebatar la dignidad. Y cada vez que un corrupto, cada vez de Bárcenas, Rato, Blesa, Barberá, Camps, Matas, entra en un restaurante, sale de fiesta, se gasta dinero en una tienda, deberíamos afearle su comportamiento. Porque a veces uno tiene la sensación de que eres tú quien debe disculparse cuando precisamente son ellos los que tienen la obligación de hacerlo. La única manera de dejar de sufrir un escrache motivado por una mala actuación o delito, de gravísimas consecuencias, es cumplir una condena o mostrar absoluto arrepentimiento. Y nadie, nadie del Partido Popular, el primer partido político imputado de la democracia, ha pedido perdón por los desmanes, por el despilfarro, por la corrupción y, sobre todo, por las consecuencias que está teniendo para la mayor parte de la población. Pero no. Ellos quieren seguir haciendo su vida con total naturalidad cuando ni ellos mismos le permitirían a otro delincuente estar almorzando en el mismo restaurante que ellos. Pero claro, para ellos hay dos tipos de delitos: los delitos que cometen los pobres y los delitos que cometen los poderosos. Los segundos son perfectamente justificables. Los primeros, imperdonables.

He leído a algunos que defienden a Cabrer con un argumento muy curioso: no está imputada y sobre ella no pesa ninguna condena. La verdad es que ya fue mala suerte entonces que le tocase a Cabrer cruzarse ese día con Ramírez porque todos hubiésemos preferido que esa suerte la hubiese corrido el propio Matas, o Rita Barberá, o Rodrigo Rato, la verdad. Pero, cosas de la vida, le tocó a Cabrer que no está imputada, que sobre su cabeza no pesa ninguna condena, pero que fue la consellera de Obras Públicas (repito, Obras Públicas) del gobierno de Jaume Matas, la que justificó el Metro para la ciudad de Palma (creo que hay trayectos con siete viajeros), la que justificó el pelotazo de Son Espases, la que tiene que comparecer, junto a Jaume Matas, en la comisión parlamentaria de investigación de las autopistas de Eivissa que tuvieron un sobrecoste de 850 millones de euros públicos. Ya es mala suerte, pobre Cabrer.

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