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Calzados Gorila, la insólita aventura de un taxista mallorquín

Si alguna industria mallorquina, al margen del negocio turístico, ha tenido una proyección más allá de los límites de la isla es sin duda Calzados Gorila, que ahora, en manos foráneas, cumple 75 años

Zapatos con historia. Muchos mallorquines han calzado unas Gorila, una marca que salió de la isla y que este año cumplirá los 75 años. gorila

En 1942 Mallorca vivía una durísima posguerra: las cartillas de racionamiento marcaban el día a día de casi todos; el denominado "estrarperlo" estaba casi institucionalizado; las múltiples penurias no tenían fecha de caducidad. En aquel ambiente, un taxista de Binissalem decidió que algo podía hacerse, y ese algo fue nada menos que poner en marcha una fábrica de zapatos. Jaime Salom, que así se llamaba el taxista, había trabado al parecer amistad con dos avispados aragoneses quienes le hablaron de su "invento": una goma vulcanizada, muy resistente, prácticamente irrompible, que Salom coligió que podía ser la materia prima adecuada para fabricar zapatos. Se hizo con la patente (se desconoce qué aconteció con los aragoneses) y, tras conseguir la financiación necesaria, lo que en aquellos años requería no pocos esfuerzos, se aprestó a montar la fábrica.

Aquí es necesario marcar una pausa para contar someramente de dónde le vino el dinero. Salom estableció una entente con Alberto Gomila, que se convertiría en el socio capitalista, aunque no fue éste quien directamente aportó la financiación requerida, sino su suegro, Gabriel Monserrat. Alberto Gomila estaba casado con su hija, Catalina, obteniendo del suegro el capital que se requería para ponerse en marcha.

Jaime Salom, una vez garantizado el respaldo económico, no perdió el tiempo,instalando en el garaje de su casa las máquinas imprescindibles para iniciar la fabricación de zapatos. Así lo cuenta en su libro Gorila, el mejor amigo del niño Coral Cenizo, quien ha buceado ampliamente por las décadas en las que la empresa nació, se asentó y creció primero en Mallorca para después expandirse por toda España.

Volvamos a la década de los cuarenta del pasado siglo: la autarquía, que se prolongaría hasta prácticamente el denominado Plan de Estabilización Nacional de 1959, campaba a sus anchas, lo que permitió al tándem Salom-Gomila hacerse con un espacio en el mercado. Antes tuvieron que deshacerse de los inconvenientes, de no poca monta, que suponían el hecho de que en los cupones de racionamiento, que incluían la adquisición de materias primas para la fabricación del calzado, se diera prioridad a las empresas existentes antes del incio en 1936 de la Guerra Civil. Era un problema que fue solucionado por Salom gracias a los dos aragoneses y su sistema de vulcanización, que en síntesis consistía en fusionar la goma con el resto del zapato, sin coserlo, lo que le concedía la espectacular longevidad que los hizo famosos.

Patente

Con la patente del invento en su poder, se puso en marcha la fabricación. Pronto constataron que el garaje no era el lugar adecuado si se quería producir industrialmente, por lo que se trasladaron a La Soledad, la barriada en la que en aquellos años se instalaban no pocas fábricas. Coral Cenizo cuenta que fueron los hermanos Tomás, fabricantes de gomas, entre ellas la vulcanizada, los que llegaron a un acuerdo con Salom para que ésta se utilizase en la fabricación de zapatos. No está establecido si esos hermanos Tomás son los aragoneses de los que otras fuentes dan cuenta.

En cualquier caso, instalados en La Soledad, y después de que Salom, como queda reseñado, se hiciera con la patente de la goma vulcanizada, da inicio la fabricación en serie. De inmediato pudo apreciarse la calidad del producto: montado el zapato, se metía en la horma añadiéndo la goma cruda, que permanecía varias horas en el horno al vacío. Por un procedimiento de termofusión la goma se insertaba en la piel ofreciendo una enorme resistencia. El éxito no sobrevino desde el primer momento: hubo que aguardar un par de años; fue hacia 1945, cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial y el aislamiento internacional de Españase se hacía patente, para que "Calzados Gorila" entrara con fuerza en el depauperado mercado mallorquín. Coral Cenizo afirma que funcionó perfectamente el "boca a boca", pese a que el precio de los zapatos no era barato, lo que los hacía inalcanzables para muchos en unos años en los que nadie andaba sobrado de nada; pronto su durabilidad se impuso, porque su adquisición se rentabilizaba sobradamente: pasaban de un hermano a otro manteniéndose en perfecto estado. La goma vulcanizada estaba demostrando con creces sus cualidades, el acierto que suponía haberla incorporado a la fabricación de zapatos.

Salom y Gomila constatan que el negocio funciona, que la demanda no hace más que incrementarse, por lo que tienen que ampliar las instalaciones de la fábrica, contratar más trabajadores y empezar a plantearse lo que hasta el momento no se les había pasado por la cabeza: dar el salto a la península. La fábrica de La Soledad, diseñada por el arquitecto Guillermo Muntaner, adscrito al denominado "movimiento racionalista-regional", es visitada por comerciantes, que solicitan pedidos mucho más abultados de los que se les puede ofrecer. El triunfo de Salom y Gomila es ya definitivo. Son los años en los que se incorporan a la empresa el contable Antonio Medina; Pedro Pujolá, que se hace cargo de la dirección comercial, y el modelista Paco Reus, autor de la mayor parte de los diseños de los zapatos Gorila. Además, se fabrican nuevos productos: zapatos para hombre, botas de trabajo denominadas "Gorila press" e incluso productos industriales como los llamados "kanguros", capazos que al estar hechos con la goma vulcanizada poseen una gran resistencia.

Iniciada la década de los años cincuenta, Calzados Gorila entra en la península expandiéndose a través de tiendas determinadas que ofrecen en exclusiva los zapatos, progresivamente por toda España. Serán unos años de expansión, pero también de nuevas dificultades para Jaime Salom y Alberto Gomila, porque surgen imitadores que afirman ofrecer más barato el mismo producto. Jaime Salom es consciente del peligro que suponen, pese a que rápidamente se constata que lo que venden no tiene ni de lejos la duración de Gorila, por lo que pone en marcha una campaña de publicidad hasta entonces inédita en España: inserta numerosos anuncios en los periódicos, en los que se insta a desconfiar de las imitaciones y a comprar los zapatos originales, los Gorila. La campaña tiene éxito y el bache de ventas se supera. Entonces, Salom tiene una ocurrencia que acabará por ser la marca de la empresa: empieza a regalar a los clientes que adquieren los zapatos una pelotita, del tamaño aproximado de las de tenis, de color verde fabricada con la goma vulcanizada sobrante de las suelas de los zapatos. El impacto publicitario es enorme. La pelota Gorila se populariza de inmediato. Es un reclamo de primer orden que sorprendentemente ayuda y no poco a incrementar las ventas: los niños la reclaman cuando visitan con sus padres las tiendas Gorila. Es el triunfo definitivo. La marca de la casa, que la hace conocida por todas partes.

Después, ya entrada la década de los setenta, Salom no es capaz de adaptarse a los cambios que se producen, señala Coral Cenizo; no se incorporan nuevos diseños, al tiempo que la fábrica de La Soledad queda saturada, lo que origina serios problemas de producción. Jaime Salom muere en los inicios de la década de los ochenta sucediéndole en el negocio su yerno, Juan Rabel, casado con su hija Catalina. Al iniciarse la siguiente década, en 1991, Calzados Gorila, deja de ser una empresa mallorquina de fabricación de calzado. Poco antes, se abandona la fábrica de La Soledad para trasladarse a Son Castelló. Finalmente, en el citado año, se vende a Calzados Hergar, cuyo propietario es Basilio García. Calzados Gorila se instala en Arnedo, en La Rioja. Es el final de la aventura empresarial iniciada en 1942 por el taxista Jaime Salom.

Retornemos a casi los inicios: Salom y Gomila, en los años cincuenta, ya están sólidamente instalados en Palma, donde abren en la calle Velázquez, a tiro de piedra del mercado del Olivar, la tienda de Calzados Gorila. Sus zapatos son los que llevan buena parte de los niños y niñas de los centros docentes de entonces. En marrón o negro, se pueden ver en aulas y patios. Su resistencia es tal que son "heredados" por los hermanos pequeños e incluso por los primos. El esfuerzo económico que supone adquirirlos compensa por su indestructibilidad: no hay forma de acabar con ellos. Se convierten en los zapatos por definición de los escolares. Jaime Salom está satisfecho. Comprueba cómo ha conseguido los objetivos que se había propuesto en 1942.

Equipo ciclista

Subido en la ola del éxito empresarial, Jaime Salom, en los años sesenta, no se conforma con Calzados Gorila, sino que quiere que se plasme su gran afición por el ciclismo, tan común a muchos mallorquines, por que le decide fundar un equipo ciclista que competirá en pruebas del calendario internacional. Salom, que viene, al igual que su socio Alberto Gomila, de haber vivido en el frente la Guerra Civil, puede ahora resarcirse de los esfuerzos que durante más de veinte años ha tenido que hacer. Cuál es la razón por lo que le ha puesto el nombre de Gorila a su marca. Se lo ha inspirado la película "King Kong", estrenada años antes del inicio del negocio, Salom quería transmitir la fortaleza y resistencia de los zapatos, por lo que consideró que poner el nombre del simio más famoso era la mejor manera de dar a conocer el producto que ofrecía.

Al volver a Mallorca, concluida la Guerra Civil en 1939, Jaime Salom se dedicó de lleno a su profesión de taxista. Con el escaso dinero que tenía ahorrado adquirió un automóvil iniciando las larguísimas jornadas que implicaba realizar el negocio del taxi. Se levantaba al amanecer y marchaba por las calles de Palma, entonces una ciudad que apenas rebasaba los cien mil habitantes, para ganar lo suficiente con lo que mantener a la familia. El negocio no daba para mucho, no en balde las privaciones de las posguerra hacían estragos, a pesar de que en Mallorca se pudo soslayar parte de las penurias vividas en la península. A pesar de todo, el trabajo de taxista le daba a Salom lo suficiente para, después de mantener a la familia, ahorrar algún dinero, que ya pensaba en invertir en un taller de calzado, aunque todavía no sabía cómo. Dicen quienes le conocieron que era consciente de que después de la Guerra mucha gente andaba necesitada de calzado en condiciones, por lo que vislumbró la oportunidad de montar el taller. El problema era que lo que tenía ahorrado no le daba ni de lejos para ponerlo en marcha. Es en este momento, y volvemos a 1942, cuando entra en escena Alberto Gomila, a quien había conocido en los frentes de batalla de la Guerra Civil haciéndose amigos. Salom le expuso su idea y Gomila dijo que le facilitaría el dinero que se necesitaba a cambio de hacerse socios. La empresa se puso en marcha y al poco, los primeros zapatos de la marca Gorila empezaron a verse en las escasas y desoladas zapaterías de Palma, hasta que, con los años, convertirse en lo que fueron: la marca casi exclusiva de los escolares de Mallorca. La naciente empresa quedó registrada con el nombre de Calzados Salom en 1942. Pocos meses después lanzarían su línea de zapatos infantiles, con el nombre comercial Gorila.

Jaime Salom pasa por ser uno de los tradicionales empresarios que en la Mallorca de mediados del pasado siglo fueron capaces de crear primero y desarrollar despues industrias que contribuyeron a estructurar el tejido empresarial de la isla. La del calzado, de la que Salom y Gomila fueron punteros, era una de las más destacadas. En las décadas de los cuarenta y cincuenta, todavía el turismo no era lo que a partir de los años sesenta fue y lo que supuso para el desarrollo económico, lo que hace más destacable la iniciativa emprendida por Jaime Salom, al conseguir que una marca de calzado genuinamente mallorquina se hiciera en no demasiados años con un hueco importante en el mercado español.

Coral Cenizo destaca en su libro sobre la aventura empresarial de Salom, que éste no supo evolucionar en el momento preciso, cuando, en los años setenta, se empezó a demandar algo más que el clásico zapato Gorila, resistente como pocos, pero carente de un diseño moderno.

Pero en la memoria de varias generaciones de mallorquines queda guardada la adquisición de los correspondientes Gorila, con los que quedaba plenamente garantizado ir adeucadamente calzado hasta que el pie exigía un número superior. Entonces, el zapato se le pasaba al hermano pequeño en perfecto estado de revista. Ese fue el gran logro del tándem Salom-Gomila: el haber dado con el producto adeucado en el momento preciso, el que pedía a gritos un zapato capaz de resistir cualquier prueba.

Ahora, en Arnedo, la marca mallorquina, los Gorila, son otra cosa, aunque no se les podrá quitar su certificado de procedencia, el hecho de que fueran lanzados al mercado por un mallorquín que de taxista pasó en pocos años a ser un emprendedor, como ahora se denomina a los empresarios, de reconocido éxito.

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