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Impresiones primaverales

El tamaño

El tamaño

El tamaño, importa. La frase sale en todas las comedias de medio pelo en las que hay que hacer un chiste relativo al sexo pero sirve también para otros menesteres. El tamaño importa, vaya si importa, cuando hay que navegar por aguas movidas con viento racheado.

Gracias a Internet es posible tener un parte meteorológico bastante preciso de las condiciones de olas y viento del día de mañana incluso si estamos hablando del Mediterráneo, una mar poco respetuosa con el oficio de los meteorólogos. El pronóstico que consulto veinticuatro horas antes de tener que subirme al ferry que nos llevará a los perros y a mí de Palma a Valencia es de esos que no gustan: el mistral lleva soplando desde hace varios días y, justo en el momento de la consulta, las rachas arrecian golpeando contra las persianas de mi cuarto, pero la entrada prevista de un frente por Galicia hará que role al amanecer al sudoeste, con más de quince nudos. Vaya por Dios. Las peores condiciones para navegar son las de una mar vieja de costado y viento de proa: justo lo que dice el pronóstico. Pero incluso así es la mejor alternativa que hay porque el avión, como creo haber comentado ya, es un medio mucho más sórdido de viajar incluso sin tener en cuenta que a los perros los meterían en la bodega. La última vez que lo hice, Jack„al macho„ llegó al borde del colapso, con diarrea y vomitando.

Así que incluso con viento de morro que, como decía el inglés aquél en el Club Náutico de Palma, es el dominante en el Mediterráneo, e incluso con mar cruzada, habrá que zarpar. Imagino lo que sería en cualquiera de los veleros en los que iba antes de regatas, aunque nunca metí perro alguno en ellos. Jack y Cleo, por añadidura, se marean pero a un animal así no se le puede dar una biodramina porque el hígado canino es delicado y puede ser mucho más peligroso el remedio que la enfermedad. Por si acaso, tuve a los perros a dieta desde el día antes y, al ir de mañana a embarcar, los paseé arriba y abajo por el recinto donde hay que dejar el automóvil „la furgoneta„ en espera de subir al ferry por ver de cansarlos un poco. Después, haciendo de tripas corazón „que se marea menos„, a bordo.

El tamaño importa. El ferry de la Transmediterránea resultó ser el Forza con bandera italiana y una eslora más que respetable. Además el personal de recepción, amable hasta la saciedad, permitió que dejase a los perros en la furgoneta, que para ellos es como su casa, en vez de llevarlos hasta la jaula en la que no iban a querer quedarse. Al poco de zarpar, cuando dejamos el socaire de la isla y, con la Dragonera por el costado, nos enfrentamos con la mar vieja del norte y el viento del sudoeste, los xotets tiñendo la superficie de blanco dejaban claro que los meteorólogos no se habían equivocado. Pero el ferry, gracias a su tamaño o, mejor dicho, a su tonelaje, hendía las olas con toda facilidad. Sin apenas cabeceo alguno y, desde luego, sin escorar en ningún momento, mis temores acerca de cómo lo estarían pasando Cleo y Jack se iban calmando. También lo hizo la mar, e incluso el viento, de llegada ya a Valencia. Cuando pude volver a la furgoneta me encontré a los perros moviendo el rabo y sin signo alguno ni de vómito ni de mareo. Quizá algo de reproche en la mirada, sí, por haberlos dejado solos pero eso es todo y se les pasó casi enseguida. Menos mal que en cuestión de tamaño habíamos acertado.

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