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Reportaje

Bar Cristal: mucho más que una cafetería de la plaza de España

En 1955 Bartolomé Ramis y su mujer, Magdalena Ferrer, pasaron a regentar este establecimiento, inaugurado en 1930 - Seis décadas después son los hijos quienes lo dirigen

Hubo un tiempo en el que en Palma, la nómina de cafeterías que disponían de solera y tradición acreditadas era extensa: Miami, Formentor, Antonio, Reus, Royal, Bosch, Milan, Lírico, Venecia, Güell. Eran locales, algunos todavía lo son, en los que la clientela no desertaba, en los que se sabía a quién encontrar y a qué hora hacerlo. Cafeterías con un sello tan peculiar que acabaron por darle a Ciutat una fisonomía especial.

Las bajas en la inicialmente nutrida nómina fueron dándose paulatinamente, para, al final, quedar ya pocas de aquellas cafeterías. Hoy apenas son tres o cuatro las que no han cerrado sus puertas pasando a ser comercios o entidades financieras. Junto al Bosch, definitivamente inabordable, resisten unas pocas más, entre ellas una indisociable a la plaza de España. Se trata del bar Cristal, que, allá hacia 1930, abrió por primera vez sus puertas. Veinte años después, en plena década de los años cincuenta, cuando el turismo iniciaba su despegue en Mallorca, cuando Palma empezaba a querer ser conocida, el Cristal pasó a ser propiedad del matrimonio Ramis-Ferrer. Tomeu y Magdalena se pusieron al frente por una razón que hoy resulta llamativa, pero que en aquellos años se antojaba de sentido común: el matrimonio poseía una cafetería ubicada en la actual plaza Llorenç Bisbal, junto a la iglesia del Socorro, a tiro de piedra del "barrio chino". Al nacer el primer hijo del matrimonio, Mita, en 1952, los padres consideraron que el lugar no era el más adecuado para que la niña creciera, así que tres años después surgió la oportunidad de adquirir el Cristal.

Afrancesada

Desde entonces, la familia ha permanecido al frente de la cafetería, una de las más conocidas y reconocidas de Palma. Mita y Tolo, los hijos, son ahora los responsables de que el Cristal mantenga su indiosincrasia "afrancesada", definición con la que Tolo describe la cafetería explicando que su padre trabajó en Francia varios años y se le quedó la impronta del país, que traslado a la cafetería.

Mita y Tolo, junto a Joan Burguera, marido de Mita, que hasta su jubilación ha permanecido en la dirección del local, cuentan la historia de la cafetería. El edificio en el que está ubicada, propiedad de la familia Isern, la de quien hasta ayer fue alcalde de Palma, hace esquina con la plaza de España y la avenida Juan March. Mira al parque de las Estaciones, la estación del ferrocarril de Sóller y los cines Augusta. Un emplazamiento privilegiado, antes y ahora.

Mita cuenta que su padre, con apenas ocho años, perdió a su madre, lo que propició que lo enviaran a Francia donde permaneció, en París, hasta los 23 años aprendiendo el oficio. "Regresó muy afrancesado", cuenta, con la idea de montar un bar de características similares a los que funcionaban en la capital de Francia. De ahí que, primero en las inmediaciones de la calle del Socorro y después en el Cristal, pusiera en marcha lo que sobre el negocio había aprendido en París. Cuando adquirió el bar, se topo con un local en el que sentaban sus posaderas durante buena parte de la tarde "cuatro ricachones", que se las arreglaban para consumir únicamente un café en las interminables horas en las que prolongaban sus tertulias.

Al pasar a regentarlo, se encontraron con que la sala de billar, que ha funcionado hasta unos pocos meses atrás, estaba cerrado con una cadena. "Mi padre de inmediato puso manos a la obra -cuenta Mita, diez años mayor que su hermano Tolo, que asiente a loque dice esbozabndo una media sonrisa-, le dio otro aire, el afrancesado que tiene, para hacerse con una nueva clientela". Esta no tardó en aparecer, puesto que la situación del bar era privilegiada: quienes llegaban en tren dirigían sus pasos a la cafetería, al igual que quienes salían del Augusta, principalmente tras la última sesión, lo que obligaba a cerrar ya entrada la madrugada.

"Mi padre echaba el cierre muy tarde y después, con cuatro amigos, se sentaba en uno de los bancos de la plaza para proseguir la tertulia", recuerda Mita. El local pasó por varias reformas, la última en 1976, aunque ninguna de ellas le hizo perder su peculiar estilo, que se ha mantenido prácticamente invariable pese a las seis décadas transcurridas.

Cafetería de referencia

El Cristal se convirtió en una de las cafeterías de referencia de Palma. El caso es que junto al Bosch, Formentor y Miami, devino en uno de los cuatro locales de Palma que acabaron por ser punto de encuentro. Se citaba a media tarde o a primeras horas de la noche. Tolo, que interviene en la conversación, después de que su hermana destaque lo que le cuesta hablar, lo que hace que le asome su casi perennne media sonrisa, cuenta que lo habitual era que quienes habían ido a los toros, al fútbol o al cine se dieran cita en el bar, que se llenaba por completo, y eso que por aquel entonces, los años sesenta y setenta, la terraza era mucho amplia que la actual.

"Se reunían pandillas que después iban a Tagomago o Titos, las salas de fiesta de moda, con lo que tener una mesa muchas veces resultaba bastante complicado", explica. También era habitual el "llenazo cuando llegaban los trenes. Otros bares, en Felanitx, Inca y Sóller, llevaron el nombre Cristal. La marca funcionaba. El fundador siempre tuvo claro que para que una cafetería adquiriera y conservara una clientela estable debía ofrecer un buen servicio. "Su eslogan era el de "servicio esmerado", recuerda Mita, quien precisa que "nuestro padre nos inculcó que lo primero era siempre el cliente; después, la calidad y en tercer lugar la rapidez en el servicio; eso es lo que seguimos procurando hacer". Bartolomé Ramis trabajaba 16 horas al día: ocho en la barra y otras ocho sirviendo en las mesas; su mujer, Magdalena Ferrer, tenía un turno de ocho horas en la barra. Mita recuerda que, de niña, tenían la vivienda en el sótano del edificio. "El Cristal es mi devoción, no lo puedo evitar", asegura.

Los billares creaban un mundo aparte. Pertenecían al Cristal, pero la sala en la que estaban instalados era otra cosa. Allí se celebraban campeonatos de billar a tres bandas. Pedro Nadal, campeón del mundo de la especialidad, más de una tarde aparecía por el bar para jugar una partida con los amigos. La sala de los billares da pie para contar innumerables historias de interminables partidas, en las que la apuesta era el café o la merienda, que acababa por convertirse en la inevitable cena a base de bocadillos, siempre apetitosos.

Episodio lamentable

El Cristal fue el escenario de uno de los episodios más lamentables de la historia del Real Mallorca. Nada menos que del intento de compra de un partido. El caso, ampliamente difundido por los medios de comunicación, acabó con la detención de algunos de los protagonistas, pillados en plena acción en la cafetería.

Tolo explica que en ella también se vivieron no pocas de las manifestaciones que tenían como escenario la plaza de España en los años de la Transición. "Volaban las sillas y la gente entraba en tropel en el bar; la cosa solía ponerse bastante movida", dice. En alguna ocasión el asunto fue mucho más grave, y no se debió a manifestaciones políticas, sino a un partido de la copa de la UEFA, disputado por el Mallorca y un club escocés. Sucedió que varios seguidores escoceses entraron a saco en el bar dedicándose a destrozar el mobiliario.

"No vieron el partido, porque la policía los detuvo llevándoselos a los calabozos", recuerda Tolo. Otra de las anécdotas que refiere, es la de unos jóvenes que dicidieron llevarse unas sillas. "Los pillé en las inmediaciones de la plaza de toros y le dijeron a la policía que se les habían enganchado a la ropa; cuando les soltaron, regresaron al bar para decirme que por mi culpa habían estado detenidos".

De que las costumbres han cambiado dan fe Mita, Tolo y Joan. Las consumiciones más habituales cuarenta o cincuenta años atrás hoy apenas se solicitan. En el Cristal había una carta que incluia diez marcas de coñac diferentes, martinis y otras bebidas que siempre se demandaban. Ahora los coñacs prácticamente nadie los pide, lo que priva son las cañas, las cervezas, además de, por supuesto, los inevitables cafés y las meriendas, que esas sí que siguen teniendo un público fiel, pero "la reina indiscutible" es la caña.

Tolo rememora los tiempos en los que únicamente había institutos de enseñanza media en Palma, lo que provocaba que hacia la siete de la mañana, cuando llegaban los trenes, el bar se inundara de jóvenes. "La sala de los billares acababa por convertirse durante toda la mañana en una sucursal de los institutos, porque muchos de ellos no se movían de allí, se olvidaban de las clases y se pasaban muchas horas jugando al billar". El paso del tiempo también ha traído un cambio drástico en los horarios.

Tolo reitera lo dicho por su hermana: su padre cerraba hacia las cuatro de la madrugada, dado que los clientes de la última sesión en el Augusta paraban en el bar pasada la una de la madrugada; hoy, poco después de las once, se empieza a echar el cierre. "La terraza tiene que estar retirada a medianoche, incluso en verano, así que la cosa es muy diferente", comenta, añadiendo que "en mi opinión hay menos alegría, posiblemente porque la gente no tiene dinero para gastar".

Al preguntarles qué supone ofrecer un servicio "rápido y esmerado", responden que "es esencial para que los clientes quieran seguir viniendo, cosa que nuestro padre tenía clarísimo, porque si el producto no es de calidad y no se da un servicio rápido, al tiempo que esmerado, la gente no vuelve, así que eso es lo que pretendemos seguir haciendo en el Cristal, y por muchos años". "En las tarjetas que Bartolomé Ramis distribuía podía leerse: "servicio esmerado". Mita recuerda que en la cafetería ha habido algunos personajes sumamente peculiares. En los años sesenta del pasado siglo se aposentaba en la cafetería, una par de veces a la semana, un hombre cuyo negocio era vender electrodomésticos a plazos. Portando una inseparable libreta, se sentaba en una mesa y esperaba a que comparecieran sus clientes para pagar su mensual cuota o para solicitarle un préstamo con el que adquirir alguno de los productos que ofrecía. Nunca tuvo ningún problema, hasta uno de los camareros del bar era cliente suyo.

Tertulia acalorada

En cierta ocasión, hacia finales de la década de los cincuenta, se formó una tertulia entre varias personas, conocidas en Ciutat, que, iniciada a primeras horas de la tarde, se prolongó acaloradamente hasta cerca de las tres de la madrugada. Parece que la razón de tanta discusión, en unos años en los que hablar de según qué en público ni tan siquiera se planteaba, nada tenía que ver, por supuesto, con la política y tampoco con el fútbol.

Todo se debió a una película que se proyectaba en el Augusta. La protagonista era Ava Gardner. Los tertulianos no consiguieron ponerse de acuerdo sobre si era la mujer más bella del mundo o por encima de ella estaba Sofía Loren. Lo cierto es que el debate fue acalorándose, debido tanto a las consumiciones, que no eran cafés, como al prolijo asunto que se sometía a debate. Cuentan, algunos de los conocedores de aquella tertulia protagonizada por quienes eran sobradamente conocidos en Palma, que al final ya no se hablaba de Ava Gardner y Sofía Loren, sino de determinadas "conquistas" que habían dado que hablar en la ciudad. De madrugada, se levantó la sesión, que se comenta prosiguió a unos centenares de metros de distancia, en las inmediaciones de la plaza de San Antonio.

Sesenta años después, ni el Cristal, ni su clientela, ni la plaza de España, con un embaldosado sometido a constante reparación, resultado de una de las intervenciones más desgraciadas de cuantas se han llevado a cabo en Palma, son lo mismo, pero, como dice Mita, "el Cristal conserva el espíritu que nuestro padre le dio". "Naturalmente las cosas han cambiado mucho -añade-, pero cuando se entra en el local puede verse los mismo que se contemplaba en los años cincuenta, prácticamente lo mismo, que es lo que mi padre y nosotros siempre hemos deseado".

Los, los que llevan años fieles a la cafetería, y los nuevos, los que acaban de incorporarse al Cristal, han sabido de los sesenta años de "devoción" de la familia Ramis-Ferrer al Cristal, en el que ahora, la tercera generación, la de los nietos, se está incorporando. Uno de ellos, Joan, hijo de Mita, ejerce de camarero. Sabe perfectamente de dónde viene, qué es lo que en el Cristal su familia se trae entre manos. Tolo dice que " a pesar de todo aquí seguimos haciendo lo mismo que se ha hecho toda la vida, nos hemos adaptado a los cambios, pero haciendo lo de siempre"; cosa que su cuñado, Joan, eterno sufridor del Madrid, al que, a pesar de los pesares, confía en ver ganar "la undécima", asegura. Ahora es a Tolo, eufórico barcelonista, a quien le corresponde disfrutar por partida triple. El fútbol, hoy igual que ayer, es omnipresente en el Cristal. En tal cuestión se sigue la universal norma.

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