Buscamos tomate que sepa a tomate porque hemos renunciado al pan que sepa a pan. Hay lugares donde se amasa y cuece un pan bíblico -que desde la última cena sabe como Dios- pero el pan general del Estado es una masa congelada que conviene comer en las pocas horas que van desde que quema hasta que petrifica. La meseta castellana es un cumbre cereal pero los que van al grano del valor añadido son industriales de la zona de Barcelona que panifican para toda la España urbana.
Las panaderías de París compiten por ganar el premio anual que las distinga y los franceses hacen cola temprano y por la tarde para comprar baguettes y bollos y ese bocado de felicidad conseguido con cereal, hongos y calor es la verdadera excepción cultural francesa. Francia tiene mejor pan que cine, aunque todo venga de los mismo porque sus películas, fuera, se consideran un tostón, es decir, una rebanada de pan tostado o un torrezno para puré que, no sé por qué corrupción, han pasado al habla como cosas aburridas. Deberíamos luchar todos a muerte por la excepción cultural del pan francés.
La corrosión del carácter -ensayo de Richard Sennett sobre las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo- apoya su tesis en el trabajo de los inmigrantes de EE UU que atienden un horno donde se tuesta pan al ritmo que marca un timbre. El Reino Unido es un país frío que come sandwiches fríos agradables y sabrosos. Marks & Spencer, su principal fabricante, está contratando húngaros que preparen, por un bajo salario, este almuerzo que se hace de noche y con frío. ¿Cómo puede ser que, trabajando para comer, no se quiera trabajar cerca de la comida? Si de la comida casera lo que alimentaba más allá de la digestión era el amor con el que estaba hecha, ¿Cómo alimentarán estos bocadillos que llevan más precariedad laboral y corrosión que lechuga y atún? Joder, que de lo que se come, se cría.
