Dos son los misterios que atraen con mayor fuerza el ansia de conocimiento, o, si se quiere, la curiosidad humana, heredada por cierto de nuestros antepasados primates: aquello que está muy lejos en el tiempo o en el espacio. Como el universo se expande, las galaxias más remotas cumplen con ambos requisitos porque se formaron también hace mucho, muchísimo tiempo. Pero incluso en esas magnitudes siderales el tiempo disponible –en contra de la metáfora del infinito que solía utilizar Lyell, el fundador de la geología moderna, justificando el necesario para modelar los paisajes–, ese tiempo gigantesco, tiene un límite. El del Big Bang: el nacimiento de nuestro mundo conocido.

Los astrofísicos japoneses que trabajan en el telescopio hawaiano de Mauna Kea han descubierto una galaxia tan remota y enorme que cuesta trabajo entender cómo pudo formarse poco tiempo después de la gran explosión. Se encuentra asociada por añadidura a un agujero negro clasificado como CFHQSJ2329-03019. Los agujeros negros suponen otro misterio profundo al que las mentes más geniales asocian a propiedades de nuestro universo que lo relacionan tal vez con otros mundos. Pero lo más inquietante del descubrimiento es que apunta la posibilidad de que la galaxia primigenia y el agujero negro asociado formen parte de un solo mecanismo que evoluciona al unísono. Si la galaxia es un inmenso generador de agujeros negros intermedios que se unen luego en el CFHQSJ2329-03019, mucho más grande, como sugieren los descubridores de esos objetos remotos, entonces cabe plantearse qué es a su vez el agujero negro gigantesco. ¿Un sumidero de masa y luz que conduce a la nada? Las ideas más comunes acerca de las leyes de la conservación del complejo materia-energía hacen que sea ésa una respuesta muy poco satisfactoria. Pero si se trata de otra cosa, ¿de qué?

El mayor problema para hallar una respuesta en términos de sentido común lo planteó ya hace siglos un filósofo, Immanuel Kant, cuando nos mostró que los conceptos de espacio y tiempo son categorías mentales previas a todos los demás conocimientos que se van acumulando en nuestros cerebros. No somos capaces de entender nada al margen de esa referencia espacio-temporal. Preguntarse, pues, acerca de lo que existía antes del Big Bang o lo que hay más allá del espacio (¿el no-espacio?) de los agujeros negros no tiene sentido. Otra cosa es que, mediante sus ecuaciones, los astrofísicos nos indiquen soluciones matemáticas para lo que la mente no puede tomar en cuenta. Como ese quiliógono del que habló Descartes, un polígono de mil lados fácil de definir pero imposible de convertir en imagen. Quizá los científicos de Mauna Kea logren una interpretación técnica de lo que es el CFHQSJ2329-03019, o incluso de lo que hace. Pero por suerte, al no poder comprenderla, seguiremos maravillándonos ante los objetos de tiempo casi infinito y distancia inabarcable.