Los músicos callejeros han denunciado en más de una ocasión la presión policial a la que está sometida su actividad diaria en las calles de Palma así como las amenazas que sufren de determinadas mafias dedicadas a hacerse con los rincones de la ciudad que registran una mayor afluencia de turistas. DIARIO de MALLORCA ha conversado con ocho de estos artistas de la calle para conocer sus impresiones y ha evaluado, con la colaboración de un experto, el musicólogo y profesor Pere Estelrich, la calidad de su repertorio, unas pruebas que diferentes ayuntamientos europeos, como el de Barcelona o el de Budapest, ya han sometido a este colectivo.

Pere Estelrich no duda en afirmar que Palma puede presumir de músicos callejeros "de calidad", algunos de ellos con una formación "casi similar a la de un profesional". Sin embargo, opina que su situación se tendría que regular, para determinar la convivencia ambiental de su repertorio -"la ópera, por ejemplo, encaja bien frente a la Seo"-, que debería ser coherente, variado y extenso, y el horario. Y subraya regular, que no examinar, con el fin de defender "el trabajo de los músicos", en ocasiones sustituidos por mendigos encubiertos.

"Que una ciudad tenga músicos en la calle dice mucho a su favor. Y en Palma hay mucha calidad musical por sus calles, tanta, que en más de una ocasión a más de uno les he pedido que vengan a actuar a mi casa", asegura Estelrich.

Si hay un veterano de entre los músicos de calle ese es Enrique Oxandabarat, un músico uruguayo enamorado del country al que se le puede encontrar a diario en el Pas d´en Quint. "Posee buena voz, afina y tiene buen gusto", valora Estelrich mientras el guitarrista y cantante interpreta un clásico de Dylan, el Blowin´ In the Wind. Tras veinticinco años en Ciutat, el artista aspira a montar una banda con la que poder actuar por los bares de la isla y presentar las canciones de sus tres discos autoeditados que incluyen versiones del Imagine de Lennon o el Mediterráneo de Serrat. "No me gusta que imite la voz de Serrat. Quedaría mejor si la interpretase con su propia voz", comenta el profesor.

Toni y Kiro son dos músicos búlgaros, acordeonista y clarinetista, respectivamente, que interpretan un repertorio de música zíngara en Jaime III. "Tienen ritmo y suenan agradables", sostiene Estelrich. Los viandantes y los comerciantes de la avenida le dan la razón. "Nos dicen que podemos tocar aquí, que no molestamos. En tres horas nos podemos sacar unos veinte euros, aunque tocar en la calle resulta frío y no hay dinero para todos los que nos dedicamos a esto", comenta Toni.

Unos metros más abajo, en la plaça Joan Carles I, suena el saxofón de Antonio Abreu, un dominicano que toca "de todo": blues, salsa, merengue, pop, villancicos... Estelrich no vibra con su interpretación del Hey Jude de los Beatles -"suena demasiado académico"-, pero cambia de parecer al escuchar Guantanamera: "Con la salsa sí que se suelta. Escucha, ¿oyes cómo hace acompañamiento e improvisa más? Ahora sí me gusta", dirá Estelrich.

Frente al bar Bosch se encuentra "un buen músico, autodidacta, flamenco, con gracia al tocar y con duende". Se llama Carlos Jambrina y durante años militó en el grupo Flamencólicos. "Poco trabajo y demasiada calle", se queja el guitarrista, quien no para de tocar, preocupado de que no le quiten el sitio.

"Las autoridades tendrían que escuchar a este colectivo. Los horarios deberían regularse. Supongo que muchos de ellos estarán amenazados por mafias", comenta Estelrich.

Proseguimos el paseo por Ciutat y llegamos a Sant Miquel. Allí se puede escuchar el acordeón de Valeri, un búlgaro que lleva seis años viviendo en Palma, tocando música clásica y temas de jazz y bolero. "Es uno de mis músicos preferidos", afirma Estelrich. "Es semi profesional. Junto a Jambrina y Oxandabarat, no dudaría en incorporarlo a una soñada Banda de Músicos Callejeros. Toca de un modo notable. Con un contrabajo formaría un dúo excelente", añade.

En la plaza Major nos recibe la música del guitarrista Gonzalo Vergara. Este argentino que tan solo suma medio año en la isla manipula una Ovation acústica ante una veintena de extranjeros, todos en las terrazas. "Son generosos con las propinas. Yo nunca había tocado en la calle. Resulta más espontáneo que hacerlo desde un escenario", asegura un músico que suele moverse también por la Seo y Sant Miquel. "Nunca he encontrado problemas a la hora de tocar en unsitio u otro, salvo en temporada alta".

"Se equivoca de tono, tendría que bajar media o incluso una octava. Quizá con otra tesitura...", comenta Estelrich mientras escucha una de sus canciones.

De repente, el musicólogo cambia de gesto y encamina sus pasos hacia uno de los extremos de la plaça Major, la que conecta con Colón. Allí está cantando Naida, una bielorrusa que se forjó como soprano en el Conservatorio de Baku, la capital de Azerbaiján. "¡Qué voz! Tiene unos pianos locos y afina muy bien. Sabe", dice convencido Estelrich.

"Sé que tengo una voz bonita, pero llevo cuatro años en la calle, y el frío y la lluvia pasan factura", le contesta la cantante.

La conversación entre profesor e intérprete fluye. Ella le señala su admiración por Puccini, "un compositor que está hecho para mi voz", y él le pide, "por favor", que interprete un extracto del Visid´arte de la ópera Tosca. "Lo intentaré, pero no será fácil. Ese saxo me despista", aclara Naida señalando a otro músico callejero que se ha instalado a pocos metros de su atril. Finalizada su actuación, Estelrich aplaude con una sonrisa en sus labios. "Me ha sorprendido. Podría estar en cualquier escenario de esta isla", asegura.