Hacer del circo un arte contemporáneo, social y solidario. Un complejo objetivo de equilibrios inestables y titánicos esfuerzos que sólo con la destreza e ilusión de unos artistas y el mágico encanto que acompaña al ancestral espectáculo representado bajo lonas de colores puede llegar a alcanzarse. Un complejo objetivo por el que luchan a diario los nueve integrantes del Circ Bover.

"Nuestra idea es que no hace falta irse a países del tercer mundo para echar una mano", explica Sebastià Jordà, director de la compañía, que cuenta ya con dos años de vida y que este mismo sábado estrena en Campos su nuevo espectáculo, Satrup, en el que los tradicionales malabares, acrobacias y espectáculos de clown se complementan con las sombras chinas, el teatro y la música en directo, y que cada fin de semana visitará un pueblo distinto de Mallorca."Un espectáculo en el que contamos todo el proceso de formación del artista para que el espectador lo sienta muy próximo, y transmitimos la idea de que, en cierto modo, todo el mundo puede ser artista", afirma Jon Cilveti, responsable de la parte musical. Una idea ilusionante que intentan transmitir también en los barrios más conflictivos de la isla y a los sectores más desfavorecidos de la sociedad a través de talleres y otros programas de formación.

"Todo empezó con dos chicos que estaban en un centro de menores con problemas de integración, a los que firmamos la tutela y con los que iniciamos un proceso de reeducación. Durante dos años, estos chavales trabajaron con nosotros, incluso actuaron en alguna ocasión, y encontraron una motivación en la vida. Ahora ya no están en nuestro circo, pero llevan una vida normal. El Circ Bover les ha ayudado m mucho", asegura Jordà.

Entre las tareas encargadas a los chavales se encontraba la de trabajar como monitores en los talleres que el circo monta en escuelas y fiestas de pueblo para niños y jóvenes. "Son talleres de dos o tres horas en los que damos unas nociones de malabares, acrobacias y trapecio, aunque tenemos la idea de hacer cursos de formación más largos", afirma el director.

Entretanto, iniciarán en breve un programa en el barrio palmesano de La Soledad, donde dos días a la semana, y durante dos meses, harán talleres de malabares y acrobacias, abiertos a todo el mundo aunque especialmente destinados a los jóvenes conflictivos. "Aprovechamos el anclaje que ofrece el tema del circo para ofrecer a los jóvenes, una oportunidad de que conozcan otra realidad y se sientan especiales", explica Jordà. Pasados los dos meses, presentarán un espectáculo "para mostrarles una posible salida profesional".

A las experiencias en materia social, los responsables del Circ Bover quieren sumar una salida solidaria anual al extranjero, de la que ya cuentan con un precedente. Fue a finales de 2006, cuando trasladaron su circo a un campo de refugiados del Sahara. Toda una aventura que incluyó 1.500 kilómetros en camión que recorrieron escoltados por la policía. "Nos tenían muy controlados, no sé si por nuestra seguridad o por la de la gente del país", bromea el director.

Pero el Circ Bover no es sólo especial por su trabajo social y solidario. También el funcionamiento interno del circo lleva la marca de la casa. "Nuestra compañía da a cada artista libertad total dentro de su ámbito para que desarrolle su creatividad", asegura Jordà, quien cree que es "la única forma de extraer lo mejor de cada artista".

Todo, hace que una compañía con escasos medios y pocas subvenciones -lamentan la falta de ayudas específicas para el circo-, pueda competir a su manera con grandes titanes como Cirque du Soleil. "Mucha gente nos dice que les gusta el espectáculo porque pueden ver circo en mallorquín, porque ofrecemos algo innovador y porque no escondemos nada", explica el director. "Al principio no entendí a qué se referían, hasta que me di cuenta que en compañías como Cirque du Soleil hay un gran distanciamiento psicológico de los artistas con el público, y además todo es muy matemático y no hay lugar para la creatividad del artista, que está al servicio de un director empecinado en que el espectáculo salga siempre tal y como él quiere", abunda. En su lugar, ellos ofrecen un espectáculo "abierto a la improvisación y sin distancias", más que las que lo alejan de cualquier perfeccionismo.

"No somos perfectos ni queremos serlo", mantiene Jordà, cuya compañía lucha desde su carpa, con las narices de payaso y los monociclos como únicas armas, por un mundo mejor.