Siempre queda algo por descubrir. Seguro que muchos no han oído hablar nunca del Arenal d'en Casat. Y probablemente por ello podemos escribir hoy de él. Si todos lo conocieran, habría dejado de tener interés. Sería una playa más, transitada, llena de ruidos y pelotamientos infantiles. Sin embargo, el Arenal d'en Casat sigue siendo una especie de playa de Robinsón Crusoe, a pesar de encontrarse en el término de Santa Margalida. Tan desconocida que incluso los mapas oficiales de la conselleria de Obras Públicas la sitúan en otro lado.

Para llegar hasta él hay que hacer una larga caminata, pero sin cuestas ni desmontes. Se puede tomar la orilla desde Son Serra de Marina hacia Can Picafort, y sortear los entrantes y salientes de roca que van apareciendo. Después de media hora larga, estamos en esa playa. Se reconoce porque, algo más allá, está la Punta des Patró y el prehistórico Illot des Porros.

Otra ruta consiste en dejar el coche en las casas de Son Real, ahora de propiedad pública, y descender por el camino que acaba frente al Illot des Porros. Son otros cuarenta minutos de buen camino, aunque muy calurosos en pleno verano.

Lo que no hay que hacer nunca es seguir el ejemplo de algunos desalmados, que penetran por estas zonas con todoterrenos o motos, arruinando el paisaje de dunas e introduciendo un elemento agresivo en medio de tanta belleza. A ciertos lugares hay que llegar caminando (o de rodillas si es menester). De lo contrario uno no merece estar allí.

El Arenal d'en Casat tiene una belleza absoluta. Ofrece en primer lugar una panorámica casi ilimitada de la bahía de Alcúdia. Desde la Victòria hasta Cap Ferrutx. El mar entra aquí de cara, pero cuando hay calma se espejea en reflejos dorados. Parece una acuarela japonesa.

Huele a vegetación dunar, porque en su parte trasera se extiende el gran pinar de Son Real y es Revellar, las dos fincas emblemáticas de esta zona. Y contemplar la arena es como ir a buscar tesoros. El mar produce aquí el milagro de convertir cualquier desecho moderno, cualquier artilugio grosero de plástico, en una obra de arte. Hasta los canutos de tampax parecen amuletos cretenses. Los "regalos del mar" aparecen emblanquecidos, llenos de relieves y suavidades. Huesos de sepia, troncos, un pie de pato de buceador, botellas, garrafas, peines. Todo parece salido de un museo arqueológico. Te lo llevarías a casa para exponerlo en una vitrina.

Y no es lo mejor, Porque esta playa es también una galería de arte de la posidonia. Aquí encuentras esas pelotitas de rizomas, que parecen haber sido concebidas para jugar. Plumeros, tallos, hojas de esta planta marina que con sus gama de colores entre el casi dorado y el ocre más oscuro parecen demostrar que no hay colores aburridos.

El Arenal d'en Casat contiene también un verdadero laboratorio de la arena. Aquí aparece ese mágico elemento en todas sus fases. Primero como depósitos de conchas y caracolas, tan rutilantes como si fuesen joyas abandonadas, formando a veces collares alrededor de la línea de las olas. Pero también contemplas depósitos de pre-arena. Conchas ya trituradas, pero todavía distinguibles. Hasta el estadio final, con esos rincones de arena virgen dónde sólo estampan su pisada las gaviotas.

El bañista tiene todo el mar para él, aunque la entrada resulta muy lenta por poco profunda, y hay que buscar intervalos entre las rocas. Pero el baño le compensa con una sensación de auténtico paraíso. Luego, en la arena, se puede tumbar entre esos cardos de arena que tienen un verde clarísimo, con un retrocolor casi lila. Delicados y poéticos a pesar de sus pinchos. Es una playa para gente enamorada, respetuosa, saboreadora de momentos. Todo lo contrario es intrusismo.

No en vano parece como si en cualquier momento fuera a salir el nacimiento de Venus de entre las olas.

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:) Un rincón muy poco transitado de la costa de Santa Margalida

:( Los desalmados que circulan entre las dunas con todoterrenos o motos