Como un niño en una atracción de feria, así nos sentimos a los mandos del Mazda MX-5, un coche en el que siempre quieres dar una vuelta más.

Este roadster es la antítesis del convencionalismo. Los coches se inventaron como medio de transporte, pero calificar de esta manera al pequeño Mazda es todo un insulto al trabajo de los ingenieros de la firma japonesa. El MX-5 es pura emoción. Verlo aparcado en tu plaza de garaje ya te hace empezar el día de un modo distinto. El aspecto del MX-5 tiene todo el encanto del clásico Miata pero con el vanguardismo que le otorga el diseño Kodo de la marca nipona. De un simple vistazo ya transmite agilidad, dinamismo y potencia, sensaciones que se multiplican cuando accedes a su pequeño y acogedor habitáculo, en el que todo está pensado para optimizar la conducción.

Es un interior simple y complejo a la vez. Sencillo en cuanto a elementos para que el conductor se centre en la carretera, pero con la calidad y elementos necesarios para ofrecer una gran confort. Los controles fundamentales como el volante, los pedales y la palanca de cambios se encuentran perfectamente ubicados para que el MX-5 se sienta como una extensión del ´piloto´. Puede sonar a frase de marketing, pero damos fe de que es totalmente cierto. En el intuitivo manejo de este divertido roadster tiene mucho que ver con este aspecto.

También hay que destacar la dotación tecnológica, con sistemas de última generación como el conectividad llamado MZD Connect -de serie en todas las versiones- o la gran pantalla de 7 pulgadas que domina el salpicadero y desde la que se manejan la mayoría de elementos del extenso equipamiento del vehículo. Mención aparte merece el sistema de sonido de gama alta Bose, con nueve altavoces, en los que destacan los UltraNearfield montados en los reposacabezas del conductor y el acompañante. A la calidad de sonido que entrega este sistema se añade la buena insonorización que brinda la efectiva capota de lona que monta el MX-5.

¡A RODAR!

Todo lo anteriormente mencionado pasa a un segundo plano cuando abrimos la capota con un sencillo y rápido sistema manual y el roadster se pone en marcha, ya que la mejor virtud de este coche es su conducción. Nos quedamos algo decepcionados al saber que la unidad de pruebas era el motor 1.5 Skyactiv-G de 131 cv y no el de 160, pero tras una semana de uso os aseguramos que no hace falta más para divertirse al máximo con este coche.

La efectividad del motor y la ligereza del vehículo tienen una sintonía perfecta. Los 150 Nm de par son más que suficientes para mover sus apenas 1.000 kilos con increíble facilidad, aunque lo que más nos sorprendió es cómo se ´estira´ el propulsor gasolina. El corte de 8.000 rpm que luce su instrumentación no es ornamental como en la mayoría de coches, sino que ese es realmente su límite. Hasta alcanzar dicha cifra el motor empuja con fuerza y de modo constante sin desfallecer en ningún momento. Hemos visto muy poco motores que se muestren tan a gusto en altas revoluciones. Las aceleraciones parecen no tener límite y se pueden hacer radicales reducciones con su efectivo cambio de marchas manual de seis relaciones, sin miedo a dejar el motor vendido y a punto de explotar. Ya que hablamos del cambio, hemos de decir que el del MX-5 sigue siendo de nuestros favoritos, por sus cortos recorridos, su tacto duro.

La elasticidad del motor es precisamente una de las principales razones por las que no hacen falta más de 131 caballos para divertirse "al máximo" con el MX-5, como comprobamos en la mítica subida al Puig Major. Completar este puerto pude ser sencillo, complejo o prácticamente imposible, como cuando se trata de hacer sin que el cuentarrevoluciones baje de su mitad, donde por cierto el MX-5 se encuentra en su salsa.

Hacer esto sólo es posible si a un motor tan brioso lo acompaña un chasis excepcional como es el Skyactiv. Las suspensiones son firmes y mantienen siempre al coche pegado a la carretera y la dirección tan precisa y directa como la de un kart, dos aspectos que logran transmitir al conductor la confianza suficiente como para ir rápido donde otros tan sólo lo sueñan. Y hablando de sueño, la noche fue quien finalmente puso límite a nuestra diversión; si lo llegamos a saber hubiéramos empezado la prueba a las siete de la mañana...