Donde un ciudadano embravecido brama que "hay que eliminar la paga de Navidad de los altos cargos públicos", cientos de desaprensivos disfrazados de emprendedores de Rajoy –y más peligrosos incluso que los políticos– se frotan las manos, porque leen que "hay que eliminar la paga de Navidad, y punto". Una vez retirada esa percepción sagrada a un sector, será mucho más fácil suprimirla para el general de la población. Y por supuesto, a perpetuidad, porque la coyuntura nunca aconsejará su reimplantación. El efecto bumerán descargará sobre asalariados inocentes el castigo ideado para gestores públicos indecentes. Se recorrerá así el camino inverso de la intranquilidad laboral que se inflige hoy a los funcionarios, y que los trabajadores privados llevan incorporada al ADN.

El refrán anglosajón advierte que no conviene arrojar al bebé con el agua del baño. Eliminar la paga de Navidad de un alto cargo incompetente ni siquiera es un recorte, porque ya se encargará de trabajar por debajo de la exigencia que justifica esa remuneración. Los gobernantes municipales y autonómicos –pronto estatales– han descubierto que sus cuitas económicas se aligerarían si profesores y médicos no cobraran un sueldo, y sólo tuvieran que liberar mensualmente los emolumentos de los profesionales del parasitismo a veces llamados asesores. Esta genialidad es otra prueba de la sabiduría económica que se ha filtrado a los sectores más desaventajados intelectualmente de la población, a raíz de la ubicua crisis.

Los periodistas sólo conocen un diez por ciento de los manejos políticos, y únicamente publican un diez por ciento de lo que saben. Dado que sólo un uno por ciento de las fechorías alcanza a la población, cabe imaginar las cotas del odio ciudadano si se divulgara un porcentaje más suculento. La reacción visceral de arañarles una percepción extra a los gobernantes es indolora, porque los resabiados maestros del cargo público se cobrarán la paga de Navidad de algún otro belén, si no lo han hecho ya. Y me refiero a la de 2012.