Lo peor no es la corrupción, que en deporte llaman dopaje, sino soportar a un tropel de políticos ladrones –en Mallorca, perdón por la redundancia– que encima se consideran perseguidos, y nos mortifican balbuceando patrañas noveladas. En ciclismo se inventan fascinantes historias de bistecs, muy aplaudidas por los periodistas de cámara de los campeones. Una mujer valiente ha arramblado con la farsa. Tras dar positivo en un control, Marga Fullana confiesa que "tuve la maldita oportunidad de conseguir esta sustancia", confiesa que "soy una estúpida", se apresta a cumplir con la sanción y abre con decisión un nuevo capítulo de su vida, porque "me toca seguir luchando en otro ámbito". Minimizar las pérdidas y no mirar atrás, las dos últimas enseñanzas de su laureada carrera.

Desde el preciso instante en que el condenado admite lo ocurrido, hay que plantearse si quienes se atreven a juzgarlo han sido estúpidos más veces, con la ventaja de que nadie les obliga a confesarlo. En un comunicado más emocionante que sus triunfos en la bicicleta todoterreno, Fullana cuenta que "me presionaba, me presionaban, se me juntaron problemas personales, nada me salía bien". En esas circunstancias, los ciudadanos más honorables se atiborran de pastillas, con el salvoconducto médico que tranquiliza su conciencia. Difícilmente pueden reprobar a una campeona mallorquina que no demanda el indulto. "Siento haberos defraudado, yo me he defraudado más a mí misma".

A diferencia de los fantoches que redondean el dopaje con la mentira, Fullana ha preservado la dignidad en el momento más duro. Un instante no desmiente una trayectoria, y el comunicado de la ciclista explica por qué es la mayor figura femenina del deporte mallorquín. Siento no haber reparado antes en sus cualidades, y que el primer artículo de homenaje coincida con su despedida. Amamos el deporte porque todavía quedan figuras como ella. Nos negamos a creer en las personas perfectas, pero confiamos en quienes reconocen sus errores.