No queda bien que a un programa de televisión se le maten los invitados pero es un hito, una noticia y, acaso, un repunte de audiencia.

A Patricia, un pretendiente al que le sirvieron la puesta en escena, probablemente con frases guionizadas, le ha salido asesino y acabó acuchillando a Svetlana, la mujer que le rechazó en directo. Conviene aclarar: ni asesinó ante las cámaras ni el programa movió la mano criminal.

La empresa productora dice que hizo todos los controles. En las tertulias de la radio se clama por la autorregulación (cuando el contertulio trabaja en TV) y por la autocensura (cuando trabaja en Prensa). El programa trabaja ese género "de testimonio" en el que se prepara todo para que se alternen las sonrisas y las lágrimas a través de historias protagonizadas por personas que acuden al plató porque creen tener algo que contar a España entera, porque les vienen bien unos euros o por las dos cosas a la vez.

A la suma de personas que lo ven se le llama audiencia (incluye niños cenando colesterol del malo: es tarea de sus padres intoxicarlos). ¿Por qué se hacen tantos programas de alta emocionalidad -sonrisas y lágrimas- de alto contraste -miseria y lujo- de alta intensidad -amor y muerte-? Por lo que se presupone de la audiencia.

En despachos de productoras y cadenas hay personas que cuando piensan en "la mayoría de la gente" ve chusma a la que dar bazofia por rancho.

A algunos programas se le notan más las intenciones que a los pretendientes que acaban en asesinos. Que cada uno coma lo que quiera pero no permitiríamos ser tratados así en ningún restaurante.