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Poesía

Un banquete con los despojos del mundo

El riojano Conrado Santamaría rescata en La noche ardida la memoria de un pueblo enmudecido y azotado por la dictadura

Presentación de ´La noche ardida´ en la librería Rata Corner.

Hace unas semanas, Conrado Santamaría (Haro, La Rioja, 1962) estuvo en Palma. Leyó, se dejó leer, escuchó y convenció de que la poesía puede ser la mejor herramienta para empezar a construir un mundo mejor. Fue en la diáfana y acogedora librería Rata Corner, que cada mes acoge su 'Peleando a la contra', un encuentro poético cuyos artífices, David Castelo, Máximo Fernández y Biel Vila, invitan a un poeta y excavan su obra y su vida, generando incluso un intercambio de impresiones también con los asistentes. Es solo el comienzo de una tertulia literaria, que poco después suele trasladarse al cercano Molta Barra, donde escritores, lectores, amigos todos, se entregan a la noche brindando por las letras.

En aquella ocasión, el autor nos volvió a ofrecer unos poemas comprometidos con la sociedad, cual firme dique frente al desaliento de las contiendas, la desesperanza y la inmundicia. Por fin, resurgió la luz y la esperanza, supervivientes ambas de La noche ardida, como así titula su último poemario.

¿Es posible que una noche ardida traiga "un fulgor invisible y mantenga el incendio hasta la aurora", como preconizaba Anna Ajmátova? Lo posible cristalizado nos lo brinda ahora Conrado Santamaría en esta última entrega publicada por la editorial Ruleta Rusa.

Como dice su prologuista, Antonio Crespo, "arde la noche y seguimos caminando a cielo descubierto" y a Santamaría, en ese caminar esperanzado, le vienen memorias y recuerdos de su infancia con "el hambre ya sin dioses / y sin sendas", que caracterizó la grisura de la dictadura, escuchando en la desolación de las calles "aquel doblar de las campanas escindiendo / las huellas", en convivencia con "el silencio / que abría cicatrices".

El poemario transcurre por un introito ("Tabella defixionis"), en el que intenta desvelar el significado de esos mundos desvalidos y oscuros, pero que clama reiteradamente "por que todo se cumpla". Sus tres partes ("A tientas"; "A conciencia" y "A rebato") vienen encabezadas por una proclama inicial de Claudio Rodríguez: "El más seco terreno / es el de la renuncia".

El poeta, "ahondándose y ahondándonos", va renunciando de todo lo que la noche "comunica a las cosas", llenas de extrañas palpitaciones, de gritos no emitidos, ramas crispadas y, a lo lejos, "los tirones / de niebla en la distancia" que pueden "querer ir abreviando / su pulso y nuestro pulso" y escuchar, volviendo a la casa de la infancia, su acaso rincón inmaterial más íntimo, "un vacío sin ecos".

En el tercer poema de "A tientas" insiste este autor de lo social en que "yo camino / descabalado y zurdo", creando un juego de espejos donde el yo quiere hablar por todos nosotros. Conrado Santamaría se muestra atento a las señales que le pueden indicar, en medio de la noche, la descodificación de las sombras que tiemblan, mientras "las aguas de la ciénaga se opacan".

En "A conciencia", retrocede el escritor a su casa natal, "esta casa en derrumbe y habitada / por el rencor", y la vuelve a recorrer reencontrándose con una "casa sin camino ni altar / ni tiempo ni esperanza" enclavada "en medio de este pueblo / donde nada se cría". Y en ella aún encuentra "esa mano / que el niño te propone y ves tu mano", que le puede servir para volverse a identificar como niño asustado con "la oscuridad de dentro" y "¿el silencio no son las mismas voces que tanto te asustaron?".

Pero también su yo-niño observa "esta luz que ennegrece los días y el camino" y que rechaza: "No, no es mía esta luz ni sea / esta mirada mía / ni mi voz ni mis gestos".

En la tercera parte, "A rebato", Conrado Santamaría evoca un banquete "con lucrativos vinos / y platos donde brillan / los pavorosos logros de la razón lasciva" y con macabro brindis ("Amigos, por nosotros, / hoy comemos nosotros los despojos del mundo").

Aun con todo, quien crea concibe la vida como lucha ("No está nada perdida y debe continuar"). Una batalla que le vuelve a llevar a una amanecida esperanza ("vencido y victorioso, / y como sólo esperan los que han resucitado"). Y congruente con ello, "hoy es otra, es otra mi esperanza", que aparece como coda del libro, reafirmando su condición de temeroso niño que ha encontrado en la madurez una respuesta a sus anclajes del pasado.

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