Diario de Mallorca

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´Pierre y Jean´

Dios y Maupassant están en los detalles

´Peter and John´, adaptación cinematográfica del relato de Guy de Maupassant.

Hay una diferencia esencial, de la que pocas mujeres se dan cuenta, o quizá yo esté equivocado, entre la galantería, que es una cursilería sin más, y el amor, que es un sentimiento profundo y a veces doloroso. La diferencia, que salta a la vista a cualquiera que tenga ojos en la cara, estriba en los gestos, en las actitudes, en los detalles. Un hombre galante, un caballero como gustan llamarse a sí mismos, suele ser un individuo ridículo, falso, hipócrita, calculador, narcisista, preocupado exclusivamente por su imagen, y que utiliza su burda, o refinada, para el caso es lo mismo, galantería, también llamada caballerosidad, para conquistar a las mujeres, que, por lo general, están encantadas de entrar en la partida. Y los dos ganan en este juego. Ellas se consideran a sí mismas adorables, y ellos unos perfectos caballeros irresistibles. Y ambos lo son, hay que admitirlo, mal que nos pese. Pero afortunadamente todavía hay hombres que prefieren ser hombres a caballeros, y mujeres que prefieren ser mujeres a señoras. El juego de la seducción y el amor son cosas distintas, cosas casi antagónicas. Cada cual elige lo que le procura más satisfacción. Si, Dios, y Maupassant, están en los detalles.

¿Que tiene que ver toda esta digresión sobre el amor y la galantería con Maupassant, y en particular con su novela Pierre y Jean, se preguntarán ustedes? Bastante, creo yo, y voy a tratar de explicarlo. Maupassant se pasó la vida obsesionado con las mujeres y el amor. Fue la galantería personificada, y las mujeres le facilitaron su ascenso social más incluso de lo que lo harían sus novelas. Le gustaban todas, de cualquier clase y condición, contrajo la sífilis, como Flaubert -su maestro y mentor, de quien las malas lenguas llegaron a decir que era su padre-, intentó suicidarse varias veces, y murió finalmente, unos días antes de cumplir los cuarenta y tres años, en un manicomio, con una nutrida nómina de amantes a sus espaldas; pero, al parecer, ninguna lloró su muerte. Fue también uno de los mejores escritores de cuentos de todos los tiempos. Es verdad que no hay en sus cuentos y novelas ninguna Emma Bovary, pero todos sus personajes, tanto masculinos como femeninos, son de carne y hueso. Más de carne que de hueso. Fue también un escritor con ideas sobre la novela (no vayan a pensar que todos los escritores las tienen), ideas que, además de en sus esplendidos textos sobre su maestro Flaubert (recogidos en Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert, Periférica, 2009), sintetiza en el célebre texto que precede a este volumen: La Novela. Y una de las ideas que tiene sobre la novela, quizá la más moderna y actual, es que la novela no responde nunca a una idea preconcebida. También tiene palabras para el crítico, duras, como Flaubert, a quien tampoco le hacían demasiada gracia los críticos, y que pensaba, entre otras perversidades, que los críticos no suelen leer las obras que critican, y que estas les suelen servir de pretexto para exponer sus absurdas teorías y su pésimo gusto. ¿Cómo no estar de acuerdo? Y a continuación, expone su credo: "El talento procede de la originalidad, que es una forma particular de pensar, de ver, de entender y de juzgar". "La lengua tiene que ser clara, con lógica, con nervio". Poco más se puede decir. Todo lo que no es genio es esfuerzo, es voluntad, es paciencia, y Maupassant logró sus mejores obras con esfuerzo, voluntad y paciencia.

Las ideas sobre la novela, y volvemos al principio, son en cierto modo como las ideas sobre las mujeres. O se piensa en ella con la mente, como los susodichos caballeros galantes y calculadores, misóginos en el fondo como el propio Maupassant, o se piensa en ella con el estómago, como los hombres sin sosiego. Maupassant, que escribió y amó profusa y desordenadamente, alternó las dos cosas, tanto en su vida como en su obra, y Pierre y Jean, sin duda una de sus mejores novelas, es un buen ejemplo de ello. La finalidad de la novela, de la novela en general y de esta en particular, no es otra que "obligarnos a pensar, a entender el sentido profundo y oculto de los acontecimientos". Y para eso no es necesario que los personajes nos descubran sus pensamientos, sus intenciones, sus ideas, si es que las tienen, basta con que actúen de acuerdo con ellas, con que las deduzcamos de su comportamiento. Pocas veces las motivaciones de nuestros actos están a la vista. Necesitamos ocultarlos, necesitamos actuar como si no pretendiéramos lo que pretendemos, como si fuéramos ajenos a nuestro destino.

Pierre y Jean se publicó por entregas, como tantas de las novelas de Maupassant, en La Nouvelle Revue, entre 1887 y 1889, y finalmente en forma de libro en 1889, con el mencionado prefacio, La Novela. Maupassant convierte fácilmente, y fatalmente, las virtudes de los hombres en vicios larvados. Dos hermanos, dos esposos, dos amantes, cuyo amor parece a todo el mundo, y a ellos mismos, intachable, llevan en su interior la semilla de la destrucción, del odio, que aflorara incontenible a la menor ocasión. Y la ocasión suele ser un suceso inesperado que trastoca la vida y la vuelve del revés. Entonces se desata toda la mezquindad de los seres humanos, toda la bajeza de los instintos, toda la vileza humana. Una frase, un gesto, un detalle, ponen al descubierto la miseria humana disfrazada de dignidad.

Uno de los grandes atractivos de esta novela de Maupassant es ver cómo pone en practica todo lo que preconiza sobre la novela. Maupassant, a estas alturas de su vida, dominaba ya todos los recursos de su arte, conocía todos los recovecos del alma humana, y los explotaba en sus obras magistralmente. Un ejemplo: no es el perdón, nos dice, lo que necesita quien ha cometido una falta, "no hay nada que duela más que un perdón", sino que no le guarden rencor por lo que hizo. El amor, tarde o temprano, mata. Pero nadie renuncia al amor, porque no se puede luchar contra el amor, y porque "no siempre es uno dueño de sí mismo, desde luego, y padecemos emociones espontáneas y persistentes contra las que luchamos en vano". La traducción, impecable.

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