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Cuando fuimos reyes

Songlines

José Carlos Llop, narrador y poeta, reconstruye en su nueva novela, ´Reyes de Alejandría´, sus años de juventud en la década de los setenta, en Barcelona y en Mallorca

Imagen reciente del escritor José Carlos Llop.

Solsticio era la novela del verano, en el sentido de Verano, de Coetzee: de cualquier verano de la infancia y de todos los veranos de la vida. Era un homenaje a un mundo perdido y añorado; un canto a la madre y al padre y a la camaradería fraternal. El narrador atravesaba un universo de sensaciones y vivencias que le haría ser el que acabaría siendo, es decir, un hombre que escribe sobre los mundos perdidos que, como en el caso de Modiano, se hacen viva realidad por medio de las palabras escogidas para contarlos.

En este último libro, Reyes de Alejandría, título tomado de uno de sus poetas tutelares, Cavafis, Llop da un paso más, no solo en el tiempo sino en la manera de abordar ese universo desaparecido. Deja el mundo de la infancia y aborda el mucho más turbulento de la juventud. Quizá esta novela sea el puente entre el verano infantil y la vida adulta (la "otra vida" de uno de sus libros de poesía), ese Bridge over trouble water, para decirlo con una canción, una de las muchas canciones que salpimentan el texto, y que el próximo libro sea, si esto es posible, su continuación, otro periplo por el mundo de ayer. Llop se pone en la piel de aquel Stefan Zweig que escribió acerca de un tiempo de paz en el que no había fronteras en Europa, igual que en los años 70 en Europa y América la juventud hablaba una sola lengua, que era la música, pasada por la poesía y esta por el amor o su reflejo. Aquí tenemos un Llop, como siempre a caballo en su discurso literario, pero que abandona de repente no solo la manada del club hípico sino las riendas, las espuelas, la silla y por supuesto los estribos. Es como en ese poème en prose de Kafka tan repetido: ya tan solo queda la pradera estremecida y la trepidación imparable de los cascos. Es decir, la literatura, simplemente.

El río de la edad

Situado primero en Palma y luego en Barcelona, el narrador, desde un hotel de París, aborda su juventud con pelos y señales y canciones y cantantes y ciudades y amores y bares; lo cuenta como lo vivió y hay experiencia y memoria y nostalgia en todo esto. Sin embargo, igual que pasa con Modiano, que parece meterse él entero en el molde de sus narradores, todo esto es ficción. Una ficción, por supuesto, llena de vida. La escritura de una novela deforma los hechos de tal modo que lo que sucede es verídico porque es leído y antes fue escrito, no porque sea un fiel espejo en el camino. Incluso las migas de pan histórico que se dejan caer (el asesinato de Aldo Moro, la deportación de Mandelstam, la muerte de Franco, el concierto de los Rolling en la Monumental) operan a modo de bajo continuo de un discurso que mana de la imaginación. Y aquí está la grandeza de esta novela en apariencia breve pero que contiene la mitad de la Encyclopedia Britannica y versos que nunca nadie leyó de los Cantos, versos olvidados del autor americano que, en aquel libro que leímos en las azoteas de Barcelona los días de 1975, Guía de la Kultura, clamaba contra la usura cuando él tenía el nombre de la moneda más usurera que jamás ha existido. La grandeza de utilizar el queroseno de la memoria sensorial (la música, los olores, las luces, los matices del placer y del dolor) para construir una identidad que se considera colectiva.

Llop narra las aventuras estudiantiles del protagonista empleando muchas veces el "nosotros". Esto es un acierto aunque perjudique a veces el tono, y se desmarque un tanto del individualista moderno al que Modiano da voz. Y tiene razón: pues en la juventud nunca estamos solos, esto era antes, en verano, y luego en la otra vida que la sucede, cuando ya no hay vuelta atrás pues el río de la edad nos lleva con ímpetu sin que podamos oponernos. Allí sí estamos bien solos. La juventud es todo oposición y amistad, identidad colectiva. Buscamos el calor de la mirada, pertenecer a otros como nosotros, distinguirnos del resto. En este sentido, esta novela no cuenta otra cosa: de cómo el narrador se convirtió en sí mismo atravesando la línea de sombra de la edad, ese hombre que desde París musita versos de Pound y lo sabe todo, todo aquello que aprendió en la juventud. Es ese Wilde que no pudo ser un piel roja más que una noche, la fugaz y gloriosa noche de la juventud. Y a la postre Reyes de Alejandría es solo y nada menos que una canción, las líneas de una canción, para citar el Chatwin que puso la oreja en la tierra de Australia para sentir la melodía que vibraba allí (su propia melodía). Llop ha puesto el oído y ha escuchado esto. El resultado es poesía tanto más que novela, una inspiración, como todas las novelas de este hombre que se enfrenta ya sin bromas a la madurez: como ese primer golpe de la marihuana escuchando la voz de Lou Reed en un rincón de un bar ya cerrado.

Unas palabras acerca de la tramoya de la música. Los escritores no tienen biografía (vida sí), o no deberían tenerla. Su biografía son sus libros, la verdad que hay en ellos; no toda la verdad y nada más que la verdad pues eso es imposible y además no deseable. Y esa verdad que buscamos los hipócritas lectores en sus libros, pues arroja luz sobre la nuestra, a veces está en unos párrafos escondidos, como de relleno, en unas frases en las que casi nadie reparará y en las que el autor ha pasado de puntillas, dejando caer como por descuido (igual que una dama coqueta su pañuelo en las novelas antiguas) la llave de su escritura. Las frases son: "y si no me embarqué al leer a Burroughs -Yonqui y El almuerzo desnudo- fue porque acababa de salir del hospital después de una semana en cama y silla de ruedas y la tensión como aerolito, y los meses en los que el caballo se implantó me cuidaba (€)" . ¿De qué se cuidaba? ¿Acaso de las secuelas de las pelotas de goma, los gases lacrimógenos o las porras de la policía? ¿De las sevicias del Derecho Político, de las cornadas dulces del amor joven, de la música pop? No lo sé. Lo que sé es que en esas frases laten los compases de otra canción. Las songlines de las antípodas, de esta "otra parte". Y tal vez un día Llop se ponga el traje de trovador y nos la cante. No será entonces ya la chinoiserie del usurero enjaulado sino el verdadero miglior fabro, Rainer M. R., quien esté detrás en los arreglos. Sí, Rilke, quien sabía, como Llop, que la poesía se encuentra en una canción y la canción en el misterio y el temblor de la belleza.

JOSÉ CARLOS LLOP

Reyes de Alejandría

ALFAGUARA, 184 PÁGINAS, 17,90 €

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