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Desde Francia

Dentro de la oscuridad (II)

Dentro de la oscuridad (II)

Como os iba diciendo, caída la tarde del invierno parisino, fuimos al museo Pompidou. Bajo mi total responsabilidad e iniciativa, asumí las posibles consecuencias y nos metimos en la meca del arte conceptual. Del arte moderno. Del arte tántrico. Yo sabía, y así trataba de explicarlo, que el arte moderno es cuestión de miras, de deshacerte de todo lo aprendido y todo eso. Ahí radica la clave. Se dice fácil y rápido pero muy diferente es hacerlo.

Dos horas más tarde, extenuados y sin dirigirnos la palabra, salimos del museo. No había sido una buena idea. Al museo se debe venir llorado de casa, con los conceptos aprendidos y la imaginación afilada. Eramos como dos interrogantes con patas y aunque no habíamos contemplado todas las obras, tras observar dos señales amarillas de suelo resbaladizo junto a dos felpudos, así dispuestos de manera lineal y ordenada junto a la pared, empecé a sufrir los síntomas de un leve delirio paranoico que me sumió en un estado atemporal y completamente desorientado. Habíamos sobrevivido al urinario al revés y a la "mierda de artista", concebido todo como algo muy rompedor y artístico pero estos felpudos ya no encontraron justificación alguna en nuestra conservadora mente académica. Tal vez debiéramos haber dejado el Louvre para el final y haber empezado por el Pompidou... En cualquier caso, ahora debía arreglar este desaguisado.

¿Y qué mejor forma de enmendar mi error que una cena romántica? Elegí un lugar muy chic de tal manera que nos hiciera olvidar esa violación del término arte. El restaurante elegido fue Dans le noir. Un rincón mucho más conceptual de lo que ustedes pueden imaginar. Todo es a oscuras. Uno no ve nada, no ve lo que come, no ve dónde está ni a quién tiene al lado; oye la multitud a su alrededor, huele la comida, habla, pero no ve un pimiento.

Lo primero de todo fue deshacernos de nuestros teléfonos móviles y demás aparatos electrónicos. Los dejamos en unas taquillas y entramos en una sala absolutamente a oscuras en fila india. Todos los camareros del local sufrían cegueras muy altas y mi grupo lo guiaba una camarera muy amable llamada Rada. Mientras íbamos andando y para nuestra tranquilidad nos dijo que no temiéramos, no había ningún escalón, ningún obstáculo. Iba agarrado al hombro de Rada, el otro cliente iba agarrado a mis hombros y así sucesivamente. No veía nada de nada pero oía muchísima gente en esa sala. De repente me dejó posado en una columna de terciopelo mientras colocaba en las mesas a las chicas. No veía nada y tenía tras de mí a todos los demás chicos del grupo. Tras unos instantes de incómoda incertidumbre volvió Rada, con su mano salvadora me llevó a mi silla y localicé a mi novia frente a mí. Nos pusieron la botella de agua, la copa de vino y el primer plato. Ahora empezaba lo difícil.

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