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Desde China

Burkini chino

Burkini chino

Tomando un café en una terraza del casco antiguo se me acercaron un grupo de turistas chinos preguntando por la Sagrada Familia. Sorprendido, les pregunté si lo que buscaban era la Catedral de Palma a lo que me enseñaron una foto de la obra de Gaudí. "No procede" les comenté con mi chino, cada vez más oxidado. Tras aclararles la intervención del artista catalán en la Seu de Palma me di cuenta que habían caído en el error al confundirlo con la calle Mallorca de Barcelona, donde se erige la monumental obra del arquitecto y que probablemente era su destino. Y es que los turistas chinos llegan por cuenta gotas a la soleada Mallorca. Ya me parecía a mí.

De hecho, es curioso como tras el espectacular aumento del nivel de vida en el gigante asiático poco a poco se aventuran a llevar cabo viajes allende sus fronteras. Si para nosotros destinos como París, Roma, Barcelona o Londres, -por su cercanía cultural y geográfica- son prácticamente de andar por casa, para los chinos suponen una auténtica novedad; un bautizo en aguas del turismo internacional. Con razón esta poca experiencia provoca situaciones embarazosas como las del otro día. Mallorca es aún territorio desconocido.

Sin duda el cliente chino sería un bocado jugoso para las arcas de nuestros ávidos hoteleros. Sin ir más lejos la cantidad de gente que cruza el país durante el Año Nuevo chino es indudablemente el mayor movimiento migratorio del mundo. Y si bien mucha gente regresa a casa, muchos otros dedican estas fechas al turismo. Aún recuerdo la hora y media larga que estuve en la estación de Xizhimen, Pekín, para ir de un lado del pasillo al otro. Tiqui-tiqui-tiqui, iba dando pasitos e intentando absorber todo el oxígeno que me permitía la situación. Transpirando tinta china e impregnado del sudor de los diez chinos que había en mi espacio vital estaba que me subía por las paredes. Pero tras una larga y extenuante espera pude subir al tren que me llevaría hasta Xian en un vagón de tercera clase con gente durmiendo en el suelo, en el espacio para las maletas, jugando cartas y fumando como chimeneas. ¡Esto sí que es hacer turismo!

En definitiva, me parece a mí que aún queda un largo recorrido para que este milenario pueblo se aventure, más frecuentemente, a conocer los secretos que ofrece nuestra isla. En este camino aún deberían, tal vez, dejar de lado esa especie de burkini que llevan en las playas de las costas chinas. Y es que los chinos persiguen el mismo ideal de belleza que Madame de Pompadour y sus amigas; todo sea para mantener la palidez de la piel y aparentar un status social alejado del campesino que trabaja de sol a sol tostando su piel y su dignidad. ¿Cómo esperar que gentes con tal animadversión a nuestro apreciado solecito se olviden de semejantes pamplinas clasistas? Me recuerda a la Europa prerevolucionaria cuando nos empolvábamos la cara, bebíamos vinagre y comíamos arcillosos búcaros como Las Meninas. O tempora, o mores.

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