Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Impresiones primaverales

Viaje a la Alcarria

Cuaderno de la Alcarria.

Mañana lunes se cumplirán setenta años justos del día en que Camilo José Cela repasó sus mapas, se echó la mochila al hombro, se caló el sombrero (el único sombrero que llevaría a lo largo de su vida para esos menesteres; luego optó por la boina) y salió de su casa de Madrid, situada en el número 185 de la calle de Alcalá, un poco más abajo de la plaza de Manuel Becerra, para ir andando a lo largo de las tapias del Retiro hasta alcanzar Atocha y subirse al tren que le llevaría a Guadalajara. Aquel viaje fue el primero de muchos otros que seguirían más tarde, todos cortados por el mismo patrón: unos viajes por lugares y, sobre todo, gentes que interesaban poco entonces y han desaparecido en gran medida hoy. Aun así son bastantes los viajeros que, libro de CJC en mano, siguen en estos tiempos sus pasos aunque sea a bordo de un automóvil.

Con motivo de las siete décadas redondas la diputación de Guadalajara ha editado un Cuaderno de viaje para facilitar la peregrinación en busca de las raíces del Viaje a la Alcarria. En su portada se ve un dibujo sacado de la fotografía de CJC que tomó en su día el fotógrafo Karl Wlasak con el viajero vestido de eso mismo: botas de caminar, pantalón, camisa de manga larga, sombrero, mochila y bota de vino colgando del cinturón. El cuaderno sirve para seguir el viaje en coche o moto, con tres etapas, o andando y, ya que carros no abundan ahora, en autobús o en taxi para aquellos tramos en los que CJC se cansó de ir a pie; diez días en total en ese caso con cerca de una treintena de kilómetros por jornada.

Para presentar el cuaderno, a guisa de apertura del centenario del nacimiento del viajero, nos invitaron el miércoles de esta semana a oír la conferencia de Darío Villanueva, director de la Real Academia de la Lengua, estudioso de la obra de Cela y gran amigo del escritor, dedicada a las sorpresas de su obra. Según nos contó Darío, después de publicar La familia de Pascual Duarte y antes de hacer el Viaje a la Alcarria CJC le dijo a un periodista que quería escribir tres novelas sobre Galicia: la del mundo plácido de su niñez, la de la montaña tremenda del país y la no menos brutal de la mar de Finisterre. Cumplió su promesa, aunque por los pelos. La primera obra no fue una novela pero su libro de memorias La rosa cuenta aquella Iria Flavia casi como en un cuento de hadas. Mazurca para dos muertos retrata la Galicia del interior en la época de la postguerra unida, claro es, a una historia negra que se refleja en el título aunque lo negro fuese entonces todo y no sólo cada asesinato. Por fin, tres años antes de morir, Camilo José Cela sacaría su última novela, Madera de boj, con las historias de los hombres de la mar más dura que existe.

Mientras oía a Darío hablarnos de esas novelas y, como no, de las más conocidas de mi padre, la mente se me iba de continuo al Viaje a la Alcarria. La razón es muy clara. Se trata de un libro que todos quienes lo leen lo califican de tierno, incluso poético. Mi abuela Camila decía que era el único de su hijo mayor que podía recomendar a sus amigas sin que le diese un sofoco. Pero nada de eso me hace querer como a ninguna otra obra el primer viaje de mi padre. En él CJC cuenta que, una hora antes de la salida del tren, va a despedirse de su niño pequeño que duerme tumbado boca abajo como un cachorro porque tiene calor. Ése niño era yo.

Compartir el artículo

stats