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El ingenuo seductor

Me falta música

Es falso que a las personas no les interese la música en la pequeña pantalla. El problema radica en que la televisión actual solo refleja la realidad que le beneficia, casi siempre en el aspecto económico

Me falta música

Lo llamaban el ´efecto Phil Collins´. Ignoro si en la actualidad existe otro cantante o banda al que endosarle el sambenito; alguien que renueve la mala fama que, en cifras de audiencia, tiene la música en televisión. Fue una de las cosas que aprendí nada más empezar a trabajar en el medio: que había una señora en Cuenca que era la que realmente decidía el presente de la televisión en nuestro país y que uno de los tres artistas pop -junto a Paul McCartney y Michael Jackson- que había vendido más de cien millones de álbumes en todo el mundo había pasado a la historia de la tele por atribuir a su nombre la caída de audiencia que se provocaba cada vez que se emitía una actuación musical.

No me gusta el maltrato que la televisión le propina a la música en nuestro país. Pocas cosas surgen por generación espontánea. De hecho, cualquier mal, el más minúsculo error, es consecuencia de un equívoco anterior. La desaparición de la música de la educación primaria, el pirateo, la escasez de espacios para tocar en directo o el ´efecto Phil Collins´ son caras de una misma realidad: el desinterés de varios sectores de la sociedad por la cultura y el entretenimiento. Porque en este país la cultura es cosa de rojos (eso piensa parte de la derecha) o de pijos (eso piensa parte de la izquierda) y mientras tanto, vamos descendiendo las aguas bravas como Freddy Mercury nos dio a entender. Y el entretenimiento se reduce a un botellón o unas copas en la barra de un local, como si la pedagogía del ocio fuese un invención descabellada. Y entre Gobierno, gestores, empresarios y consumidores, vamos empobreciendo nuestro nivel cultural en nombre de la sagrada rentabilidad.

Es falso que a las personas no les interese la música. Lo que sucede es que la televisión actual solo refleja la realidad que le beneficia, casi siempre económicamente. El éxito de talent show como Operación Triunfo, La Voz o Got Talent desmonta el ´efecto Phil Collins´. Sin embargo, ese formato ha anulado al clásico programa de entrevistas y actuaciones musicales que durante décadas alimentó nuestro conocimiento musical y llenó nuestras cintas de vídeo de actuaciones que hoy son auténticas joyas en vías de extinción. Nos conformamos con los sueños de una niña que admira a Estrella Morente en lugar de escuchar cantar a la propia Estrella Morente. Son tiempos de sucedáneos. Y si bien no tengo nada en contra de ese formato, sí me preocupa que se opte por sustituir en lugar de complementar.

Que en el año 2016, toda la música que podamos ver en la televisión de este país sea en un concurso o en Qué tiempo tan feliz, ya dice mucho de quienes somos o en quienes nos han convertido. Salvando excepciones puntuales como A mí manera (La Sexta), puede que la auténtica responsabilidad recaiga, una vez más, en la televisión pública. Mientras Radio 3 sí cumple con ese deber y reivindica la música por encima de otros intereses comerciales y de audímetros, TVE ha relegado los pocos programas musicales que mantiene a horarios imposibles, convirtiéndolos en productos testimoniales que, en ocasiones, ni siquiera sus consumidores objetivos saben que existen. Atrás quedan las décadas doradas de Aplauso, Tocata, Rockopop, La edad de oro, Música sí, Séptimo de caballería o No disparen al pianista, por poner solo algunos ejemplos, que curtieron a varias generaciones en el disfrute de la música rock y pop. La crisis y el desinterés del Gobierno hacia una televisión pública que fuese más allá de un instrumento de propaganda hizo que la única norma creativa que se impusiera en la casa fuese la económica. De ahí que lleven años tirando de imágenes de archivo para sostener horas de televisión. Es cierto que la fórmula, aunque desgastada, ha logrado pequeños descubrimientos como Cachitos de hierro y cromo o Música ligerísima. Sin embargo, no deja de resultar frustrante comprobar, desde este páramo, que hubo un tiempo en el que los Jackson Five, Abba o Bowie actuaron en directo en nuestra televisión. La nutrimos de nostalgia y ni siquiera estamos dotándola de contenidos para seguir alimentando esa nostalgia más allá de una o dos generaciones. Vemos en la tele actuaciones míticas en programas de los 80 y 90 pero ¿qué veremos dentro de veinte años? ¿Las mismas actuaciones que ahora? Porque para la televisión española actual, Silvia Pérez Cruz, Bloc Party, Sam Smith, Sia o Miss Caffeína no existen.

Nos cuentan que es que los hábitos han cambiado, que ahora consumimos música por internet. Pero lo que no nos dicen es que consumimos actuaciones musicales de los Grammy, de los Brit Awards, de la BBC Music, de late night estadounidenses o de programas musicales de cualquier otro país. Quizá es que nuestra verdadera crisis comenzó en el momento en el que asumimos que los demás pueden hacerlo mejor y más rentable que nosotros.

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