Diario de Mallorca

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Impresiones invernales

A las cinco

A las cinco

A las cinco en punto de la tarde. Federico García Lorca le puso hora exacta al llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, el maestro al que el toro "Granadino" le quitó la vida. No sabemos a qué hora fusilaron al poeta, ni dónde quedan sus restos. Pero los versos permanecen muy por encima de las infamias. A las cinco en punto.

Las cinco eran pero no de la tarde, sino de la mañana, cuando abro el diario y me entero de que Eduardo Jordá ha muerto. No hace ni una semana que le llamé para ir a buscarle y que pudiese asistir a la junta de la Fundación Charo y Camilo José Cela de la que era patrono. La anterior, la de diciembre, sería la última aunque Eduardo no lo esperaba. Tirar la toalla no formaba parte de su manera de ser.

Con Eduardo Jordá se va una más de esos personajes clave que enriquecieron la Mallorca añorada e irrepetible de los años sesenta. Algunos, como Tomeu Buadas, desaparecieron de golpe, de la mano de la tragedia. Quienes siguieron las pautas tan comunes como inevitables del envejecimiento se nos están yendo a un ritmo que los años aceleran. En cuestión de poco tiempo ya no quedará testigo presencial alguno aunque Eduardo -como Tomeu, con tantos otros- era más que testigo protagonista. Hace cosa de un par de años a Cristina, mi mujer, se le ocurrió que era preciso recoger esos recuerdos de quienes vivieron la aventura de los Papeles de Son Armadans, de las Conversaciones de Formentor, de las Tertulias de los Martes antes de que fuese ya demasiado tarde. La idea llegó cuando buena parte de quienes llevaron a cabo unas hazañas culturales que hoy se nos antojan casi fruto de la imaginación, que serían inviables en el mundo miserable que nos ha traído este siglo, habían desaparecido ya. Pero a Eduardo Jordá le convencimos de que nos abriese las puertas de su alma. Vider mon sac llaman los franceses a ese ejercicio de recordar en caída libre, a tumba abierta porque de eso se trata, de no cerrarla. El testimonio de Eduardo al contarnos los años aquellos emociona hasta estremecer. Qué lástima que esa generación no nos haya dejado heredero alguno.

La noticia de la muerte de Jordá me acompañó en el viaje entre Palma y Denia a bordo del ferry en el que, con furgoneta, impedimenta y perros, salía de la isla. Mallorca quedaba a la espalda de una manera nada metafórica en esa mañana que comenzó a las cinco en punto con una noticia que jamás habría querido leer. Intentemos recuperar lo salvable. Con Belén Tánago y Carlos Agustín, los realizadores del documental que siguió a la idea de Cristina, viene ahora la tarea de tratar con el mayor cuidado posible lo que Eduardo Jordá dijo ante las cámaras. De sus palabras sale una Mallorca que no se parece en nada a la de hoy; es ése un denominador común de todos los que se han brindado a vaciar su bolso de los recuerdos. Se habla de la Plaza Gomila y, viéndola hoy, cualquiera diría que hemos entrado en una memoria falsa, en materia de ciencia-ficción.

Pero aquella Mallorca existió; en buena medida gracias a personas como Eduardo Jordá que la hicieron posible. Nunca se lo podremos agradecer lo suficiente aunque tampoco ellas lo querrían siquiera. Se limitaron a hacer lo que hicieron; con eso les sobraba. Y algunos de ellos, a contarlo. Con las palabras de Eduardo nos queda el embelesamiento por aquellos tiempos y la vergüenza de no haber sabido conservarlos.

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