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Desde Turquía

El difícil trabajo en un escenario bélico

El difícil trabajo en un escenario bélico

"A los lestrigones y a los cíclopes no temas", proseguía Kavafis en su poema. Yo no sabía en aquel momento a quién debía de temer, pero alguien en mi nuevo trabajo consideró que la amenaza era real cuando parte del entrenamiento consistía en aprender a utilizar armas de fuego. Obviamente eso era sólo una anécdota en el proceso de formación para mi nuevo empleo. Antes de llegar a Turquía tuve que llevar a cabo un proceso de formación que incluía ponerme al corriente de la situación en la zona así como aprender sobre los proyectos que estaba desarrollando la organización. El plan inicial consistía en empezar lo más pronto posible con las clases de árabe y turco para poder desenvolverme con más facilidad sobre el terreno. A cargo de la formación teórica estaba una persona que conocía bien la región por su pasado como militar en la zona. Él me puso al día de los últimos acontecimientos políticos en una región tan volátil como Oriente Medio e hizo especial hincapié en las diferentes facciones que en ese momento estaban involucradas en la guerra civil de Siria. Estos cursos fueron de gran interés para mí porque me permitieron observar como se aplicaban en un caso real los conocimientos que había aprendido en la carrera. Pero la preparación para mi nuevo trabajo no sólo requería de clases, nombres hasta entonces desconocidos y mapas. También incluía acciones más prosaicas y demandantes de mayor resolución como cortarme el pelo. Pensé en aquel momento que esa sería la mejor forma de no llamar la atención en la ciudad del Este de Turquía donde iba a estar destinada.

La ciudad se llamaba Gaziantep y estaba a escasos 30 kilómetros de la frontera entre Turquía y Siria. Esta población es famosa por su baklava -dulce típico de Oriente Medio a base de pistacho- y por ser cuna de uno de los más reconocidos kebabs turcos. También, desde que estalló la guerra, por acoger a cientos de miles de refugiados y ser la capital de algunos de los grupos de la oposición siria en el exilio. Allí me di cuenta que el trabajo era más comprometido de lo que parecía sobre el papel y que trabajar en un escenario bélico requería tomar decisiones a veces difíciles porque tendrían un impacto en personas cuya situación era cuanto menos precaria. Durante los primeros días nos reunimos con representantes de la oposición al gobierno de Bashar Al Assad para que nos informaran de la evolución real del conflicto a través de su red de informantes dentro del país y valorar qué proyectos podíamos llevar a cabo. Uno de ellos era facilitar el suministro seguro de pan a una población hambrienta. Esta tarea no parece a priori tan difícil si se cuenta con una mínima infraestructura y las materias primas necesarias, pero resulta mucho más complicado cuando el gobierno bombardea las panaderías para alimentar el desaliento y la añoranza del antiguo régimen dictatorial entre una población civil hastiada de la guerra.

Una de las cosas que aprendí en este trabajo es que en un escenario de guerra las cosas cambian muy rápidamente. A los pocos meses de empezar a trabajar en la organización surgió el ISIS como fuerza imparable y Al Assad pasó a ser visto con otros ojos por los gobiernos occidentales ante la barbarie del Estado Islámico. Cada vez los fondos que nos llegaban eran menores y la mayor parte del trabajo consistía en recabar ayuda económica de organizaciones occidentales. Esto supuso que nuestro equipo tuviera que trasladarse a la capital, Ankara, y que la prioridad fuera conseguir medios económicos para apoyar a uno de los bandos envueltos militarmente en el conflicto . Los proyectos de ayuda humanitaria a la población que iban a constituir el grueso de mi trabajo fueron quedando cada vez más postergados porque, como en todos los conflictos, siempre son los civiles los que pagan el precio más alto. Además, con cada nueva noticia sobre la crueldad medieval de ISIS, el interés en apoyar a la oposición moderada a Al Assad disminuía y esto nos afectaba directamente. Sólo siete meses después de empezar a trabajar y seis desde mi llegada a Turquía la continuidad de mi organización peligraba.

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