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Impresiones otoñales

Gabarrón

Por esas cosas que tiene la carrera académica, que como en el juego de la oca va de cuadro en cuadro, en quince días habré tenido que ir dos veces a Murcia. Llegar hasta allí desde Palma tiene su aquél porque aunque en Murcia hay dos aeropuertos, uno de ellos es militar y civil a medias con lo que buena parte del tiempo queda vedado a los vuelos comerciales. Y al otro le pasa lo que a tantas obras públicas de las que han proliferado en este siglo: que sólo tienen de público el nombre y la voluntad de llevarlas a cabo. Dependen de la inversión privada más o menos encubierta y, si ésta falla, es necesario rescatarlas a cargo de las arcas autonómicas, vacías por definición. Aunque a veces incluso de terminarse no sirven de nada, como sucede con el segundo de los aeropuertos murcianos: flamante y horro de aviones. Con lo que hay que volar hasta Alicante y encomendarse luego al autobús o al taxi, que a ninguna autoridad le dieron las entendederas para montar un ferrocarril rápido desde allí a Murcia.

Entre pitos y flautas, casi es más rápido llegar en tren saliendo de Madrid: cuatro horas y ya está uno en el centro de la ciudad de las huertas dispuesto a lo que sea que, en mi caso, fue asistir el lunes pasado al Congreso Internacional de Arte, Arquitectura y Patrimonio organizado por la cátedra que la Universidad Católica de Murcia ha brindado al pintor y escultor Cristóbal Gabarrón. Al mismo artista que inauguró el 24 de octubre de este año en el Central Park de Nueva York el monumento que conmemora los 70 años exactos de la Organización de las Naciones Unidas. Bueno; quién lo inauguró fue Ban Ki-moon, el secretario general de la institución pero a todos los efectos lo que cuenta es ese conjunto de un polígono gigantesco como de mil lados „al estilo del imaginado por Descartes„ en forma casi de esfera en el que se reflejan las 70 figuras de todas las etnias, naciones y lenguas que representan al mundo entero.

El congreso, el día en el que participé yo, sirvió para hablar de arte, de terapia, de método y de dudas, casi todas ellas confesadas por mí. Pero entre Luis Rojas Marcos que, como se sabe, organizó la sanidad de Nueva York y el propio Cristóbal Gabarrón salvaron la papeleta. En especial cuando a Gabarrón se le hizo confesar, casi mediante el uso de un sacacorchos, cómo comienza y cómo termina una obra de arte. Su respuesta fue pasmosa: los dos momentos, el del principio y el del final, son un compromiso pero nada más dar la primera pincelada ya sabe si el cuadro „si es que se trata de una tela„ va a ser un fracaso o no.

Un gesto, un trazo con el carboncillo o el pincel y allí está resumida la obra. Sucede así porque ésta vive ya completa en su mente desde un principio y el problema consiste en cómo verterla en el mundo exterior. Con las esculturas le sucede lo mismo. Los artistas plásticos tienen ahí un hándicap respecto de los músicos, que pueden servirse del pentagrama. De tal suerte decía Mozart que para componer una sinfonía se limitaba a ir poniendo por orden las corcheas, semicorcheas o lo que sea, que yo de música lo ignoro todo, como copiándolas desde su imaginación.

Pintar y esculpir es diferente pero en cierto modo sigue parecidas pautas. Yo no lo sabía hasta ir al congreso de Murcia. Creo recordar que es el primero que me sirve de algo.

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